Una radio transmitió hoy La era está pariendo un corazón. La audición
despertó antiguas emociones. Tal vez oí por primera vez la canción de Silvio cuando
estaba en una escuela al campo. La memoria es una matrioska. De pronto recordé otro
título: ¿Quién eres tú, Polly Magoo? No puedo contar nada de este filme y, sin
embargo, su anuncio en la marquesina del Payret se fijó para siempre en mi mente. Los años le han quitado el rostro y las extremidades a la
pareja ocasional con la que dormí una noche, más bien esperé el amanecer a su
lado, en el Hotel New York. En cambio, recuerdo con alucinante nitidez las escenas
vistas en el interior de varias habitaciones.
Las puertas entreabiertas a lo largo del
pasillo hasta el ascensor del hotel me
permitieron esa noche disfrutar imágenes
que parecían creadas por Pasolini.
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viernes, 7 de agosto de 2015
martes, 10 de septiembre de 2013
CARTAS SOBRE LA MESA
He puesto sobre la mesa,
como en un juego de cartas, todas mis fotos de los últimos 25 años. Busco
afanoso el instante en que, de presa, me convertí en cazador. Salgo a la calle,
glorificada hoy por una epidemia de belleza. En alguna parte de la ciudad suena
una canción, ingenua y torpe. Trato de localizar un rostro conocido para
compartir una cerveza. Pero estoy rodeado de anónimos. En la platea del cine,
el proyector hace más horrible aún el filme y parece que todos los espectadores
han escapado de un geriátrico. Pienso que éste va resultar un mal día. Como
animal de costumbres, regreso al Vedado por los atajos de siempre, con mil formas arquitectónicas y puertas
cuyas molduras conozco de memoria. Estoy en mi apartamento, rodeado de imanes,
libros, la cafetera, la computadora, el teléfono, la mampostería que beso cada
cierto tiempo…En la televisión, un personaje menciona las palabras roon garden
. De pronto percibo una sacudida entusiasta. Roon garden me conecta con
afinidades privadas. Entonces voy a la caza de mis recuerdos, esa vanidad
secreta. Y logro olvidar las cartas sobre la mesa.
martes, 13 de diciembre de 2011
EL CINE HABANERO FENIX ESTABA EN BIRMANIA.
Por: Lázaro Sarmiento
El Fénix era uno de los cines más modestos de La Habana. Estaba en la calle Santa Ana, en Luyanó. Como mi niñez y adolescencia transcurrieron en este barrio, estoy entre la gente que conserva algún recuerdo vinculado con esa sala.
Una planta única con 680 butacas de madera. Unos ventiladores de pie que parecían malos bocetos de los insectos de Louise Bourgeois. Ventanas laterales que permanecían siempre abiertas hacia pasillos exteriores. En ninguna época tuvo aire acondicionado. A ambos lados de la pantalla tenía los baños con los clásicos letreros de Damas y Caballeros
En el lunetario te encontrabas con los vecinos de la cuadra donde vivías, o con los alumnos de tu escuela. Aquí vi el El arpa de Birmania, mucho tiempo después de su estreno. Nunca he olvidado este título y creo recordar que entonces sentí su banda sonora como rara y extraña, aunque seguramente este puede ser un recuerdo fabricado.
Pero lo que me resulta tan inquietante como El Arpa de Birmania, es que cuando hace unos días pasé frente a la vieja fachada del Fénix, descubrí en el piso del portal un dibujo con las iniciales: H y F. No sé como esas siglas pasaron inadvertidas para mí en todas las ocasiones ya brumosas en que caminé sobre ellas para ver un drama o una comedia. Y no hay noticias de que en los altos del cine hubiera habido alguna vez un hotel o una posada.
A principios de la década de 1990, el cine Fénix fue transformado en albergue provisional para familias del barrio necesitadas de viviendas, las cuales en unos años convirtieron el inmueble en su hogar definitivo.
Ahora, el recuerdo de El Arpa de Birmania cubriendo con su música intrincada al cine Fénix me produce angustia (palabra antigua), como la sensación que provoca excarvar en las zonas insondables de la memoria.
El Fénix era uno de los cines más modestos de La Habana. Estaba en la calle Santa Ana, en Luyanó. Como mi niñez y adolescencia transcurrieron en este barrio, estoy entre la gente que conserva algún recuerdo vinculado con esa sala.
Una planta única con 680 butacas de madera. Unos ventiladores de pie que parecían malos bocetos de los insectos de Louise Bourgeois. Ventanas laterales que permanecían siempre abiertas hacia pasillos exteriores. En ninguna época tuvo aire acondicionado. A ambos lados de la pantalla tenía los baños con los clásicos letreros de Damas y Caballeros
En el lunetario te encontrabas con los vecinos de la cuadra donde vivías, o con los alumnos de tu escuela. Aquí vi el El arpa de Birmania, mucho tiempo después de su estreno. Nunca he olvidado este título y creo recordar que entonces sentí su banda sonora como rara y extraña, aunque seguramente este puede ser un recuerdo fabricado.
Pero lo que me resulta tan inquietante como El Arpa de Birmania, es que cuando hace unos días pasé frente a la vieja fachada del Fénix, descubrí en el piso del portal un dibujo con las iniciales: H y F. No sé como esas siglas pasaron inadvertidas para mí en todas las ocasiones ya brumosas en que caminé sobre ellas para ver un drama o una comedia. Y no hay noticias de que en los altos del cine hubiera habido alguna vez un hotel o una posada.
A principios de la década de 1990, el cine Fénix fue transformado en albergue provisional para familias del barrio necesitadas de viviendas, las cuales en unos años convirtieron el inmueble en su hogar definitivo.
Ahora, el recuerdo de El Arpa de Birmania cubriendo con su música intrincada al cine Fénix me produce angustia (palabra antigua), como la sensación que provoca excarvar en las zonas insondables de la memoria.
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miércoles, 31 de agosto de 2011
NO PUDE ROBARME MEDIO SIGLO DE MEMORIA.
Por: Lázaro Sarmiento
Durante un festival de la radio en la ciudad de Santa Clara, fui a una casa donde estaban vendiendo un viejo radio de caja de madera. Siempre he sentido fascinación por estos aparatos. Pienso que La Habana tendría que tener ya un museo de modelos antiguos en homenaje a la época en que fuimos una suerte de Olimpo radiofónico en América Latina .Cuando entré a la casa, el radio en venta estaba encendido. En el portal comedor, junto al patio interior repleto de plantas verdísimas, un grupo de personas muy adultas se deleitaba con un programa de alta audiencia en las noches: Alegrías de sobremesa, de Radio Progreso. Una mujer más joven que los demás, y que debía ser el pilar de energía en el seno familiar, me contó que aquel equipo fue uno de los regalos recibidos por los abuelos en su boda (uno, seguro, era el anciano que desde un sillón de ruedas parecía escuchar voces de otros mundos). Al regresar de la luna de miel, la pareja quedó cautivada por la adaptación radial de Cumbres borrascosas ; después las hijas vivieron sus primeros amores inocentes mientras imitaban a las protagonistas de La novela del aire, y cuando a aquellas les nacieron los hijos le pusieron los nombres de los galanes de las dramatizaciones ; con el oído muy cerca de la bocina, todo el clan familiar había estado atento a los mensajes de la radio rebelde originados en la Sierra Maestra ; desde décadas atrás los varones de la casa vibraban con las transmisiones beisboleras , y ninguno de los adolescentes se había perdido en los años sesenta ni uno solo de los capítulos de La flecha de cobre, aventuras al mediodía en la antena de Radio Liberación. Habían sido felices con ese aparato de válvulas al que le debían risas y lágrimas. Sin olvidar los danzones de Barbarito Diez al caer la tarde y las buenas y malas noticias del amanecer junto a la taza de café. Por último, la mujer desvió la mirada hacia una oquedad y como si buscara una dignidad extraviada dijo:
- Si no fuera por la situación económica que estamos atravesando nunca hubiéramos pensado en venderlo.
Fue un fogonazo. Descubrí que yo no podía comprar el radio ni por el mejor precio del mundo. Hubiera sido robarle a esa familia un pedazo de su memoria.
Durante un festival de la radio en la ciudad de Santa Clara, fui a una casa donde estaban vendiendo un viejo radio de caja de madera. Siempre he sentido fascinación por estos aparatos. Pienso que La Habana tendría que tener ya un museo de modelos antiguos en homenaje a la época en que fuimos una suerte de Olimpo radiofónico en América Latina .Cuando entré a la casa, el radio en venta estaba encendido. En el portal comedor, junto al patio interior repleto de plantas verdísimas, un grupo de personas muy adultas se deleitaba con un programa de alta audiencia en las noches: Alegrías de sobremesa, de Radio Progreso. Una mujer más joven que los demás, y que debía ser el pilar de energía en el seno familiar, me contó que aquel equipo fue uno de los regalos recibidos por los abuelos en su boda (uno, seguro, era el anciano que desde un sillón de ruedas parecía escuchar voces de otros mundos). Al regresar de la luna de miel, la pareja quedó cautivada por la adaptación radial de Cumbres borrascosas ; después las hijas vivieron sus primeros amores inocentes mientras imitaban a las protagonistas de La novela del aire, y cuando a aquellas les nacieron los hijos le pusieron los nombres de los galanes de las dramatizaciones ; con el oído muy cerca de la bocina, todo el clan familiar había estado atento a los mensajes de la radio rebelde originados en la Sierra Maestra ; desde décadas atrás los varones de la casa vibraban con las transmisiones beisboleras , y ninguno de los adolescentes se había perdido en los años sesenta ni uno solo de los capítulos de La flecha de cobre, aventuras al mediodía en la antena de Radio Liberación. Habían sido felices con ese aparato de válvulas al que le debían risas y lágrimas. Sin olvidar los danzones de Barbarito Diez al caer la tarde y las buenas y malas noticias del amanecer junto a la taza de café. Por último, la mujer desvió la mirada hacia una oquedad y como si buscara una dignidad extraviada dijo:
- Si no fuera por la situación económica que estamos atravesando nunca hubiéramos pensado en venderlo.
Fue un fogonazo. Descubrí que yo no podía comprar el radio ni por el mejor precio del mundo. Hubiera sido robarle a esa familia un pedazo de su memoria.
martes, 4 de mayo de 2010
TEXTOS DE JOSE EMILIO PACHECO.
Memoria
No tomes muy en serio
lo que te dice la memoria.
A lo mejor no hubo esa tarde.
Quizá todo fue autoengaño.
La gran pasión
sólo existió en tu deseo.
Quién te dice que no te está contando ficciones
para alargar la prórroga del fin
y sugerir que todo esto
tuvo al menos algún sentido.
Fotos
No hay una sola foto de entonces.
Mejor así: para verte
necesito inventar tu rostro.
Desde entonces
Hubo una edad (siglos atrás, nadie, nadie lo recuerda)
en que estuvimos juntos meses enteros,
desde el amanecer hasta la medianoche.
Hablamos todo lo que había que hablar.
Hicimos todo lo que había que hacer.
Nos llenamos
de plenitudes y fracasos.
En poco tiempo
incineramos los contados días.
Se hizo imposible
sobrevivir a lo que unidos fuimos.
Y desde entonces la eternidad
me dio un gastado vocabulario muy breve:
“ausencia”, “olvido”, “desamor”, “lejanía”.
Y nunca más, nunca más, nunca, nunca.
Desde hace días vengo disfrutando de La fábula del tiempo, una antología de José Emilio Pacheco, uno de esos poetas con los que creas una adicción que parece natural y quisieras que te durara toda la vida. El libro, publicado por LOM Ediciones (Santiago de Chile, 2007), destaca en su contraportada:
“Con una gran variedad de voces y de formas poéticas – del epigrama y el haikú al versículo y al poema extenso- aparecen en esta antología la tragedia, la violencia y la fugacidad, al lado del fulgor de la hermosura y la celebración del hecho incomparable de estar vivos. Pacheco ha demostrado que todo en el mundo puede ser tema de la poesía. No hay nada que no pueda decirse con el instrumento preciso y lacónico del verso”.
No tomes muy en serio
lo que te dice la memoria.
A lo mejor no hubo esa tarde.
Quizá todo fue autoengaño.
La gran pasión
sólo existió en tu deseo.
Quién te dice que no te está contando ficciones
para alargar la prórroga del fin
y sugerir que todo esto
tuvo al menos algún sentido.
Fotos
No hay una sola foto de entonces.
Mejor así: para verte
necesito inventar tu rostro.
Desde entonces
Hubo una edad (siglos atrás, nadie, nadie lo recuerda)
en que estuvimos juntos meses enteros,
desde el amanecer hasta la medianoche.
Hablamos todo lo que había que hablar.
Hicimos todo lo que había que hacer.
Nos llenamos
de plenitudes y fracasos.
En poco tiempo
incineramos los contados días.
Se hizo imposible
sobrevivir a lo que unidos fuimos.
Y desde entonces la eternidad
me dio un gastado vocabulario muy breve:
“ausencia”, “olvido”, “desamor”, “lejanía”.
Y nunca más, nunca más, nunca, nunca.
Desde hace días vengo disfrutando de La fábula del tiempo, una antología de José Emilio Pacheco, uno de esos poetas con los que creas una adicción que parece natural y quisieras que te durara toda la vida. El libro, publicado por LOM Ediciones (Santiago de Chile, 2007), destaca en su contraportada:
“Con una gran variedad de voces y de formas poéticas – del epigrama y el haikú al versículo y al poema extenso- aparecen en esta antología la tragedia, la violencia y la fugacidad, al lado del fulgor de la hermosura y la celebración del hecho incomparable de estar vivos. Pacheco ha demostrado que todo en el mundo puede ser tema de la poesía. No hay nada que no pueda decirse con el instrumento preciso y lacónico del verso”.
viernes, 12 de febrero de 2010
MARLENE, UNA DISTANTE ESTRELLA ENVIANDO SU LUZ
Por: Lázaro Sarmiento
Ha sido una semana bajo el magnetismo de Marlene Dietrich. He visto cinco películas protagonizadas por la legendaria actriz: Marruecos, La Venus rubia, Capricho español, El jardín de Alá y Mujer o demonio. En los próximos días vendrán más pues este ciclo presentado por la Cinemateca de Cuba no finalizará hasta el miércoles. Ese día proyectarán el documental Marlene Dietrich: su propia canción, realizado en el 2001 por uno de sus nietos, David Riva.
Me alejo de la sala Chaplin de La Habana pensando en las cualidades que justificaron el mito de la actriz. Llego a mi casa y confronto mi imagen de Marlene Dietrich con el retrato que de ella hizo hace algunas décadas el escritor español Juan Marsé:
“El extraño y pertinaz fulgor de los pómulos gatunos, la ternura asiática de los párpados, las mejillas chupadas, la delirante vida de las aletas de la nariz, la frente pura, traslucida, sedosa. Éstas son algunas de la cualidades de una estrella que, aún cuando ya está apagada, nos sigue enviando su luz, como las de verdad”.
De las largas piernas de la actriz enfundadas en medias largas, Marsé dice que son como la espina dorsal de la memoria.
“La cabeza es bellísima porque los huesos son perfectos. Esta cabecita orlada de oro fue a Shanghái, ciudad llena de espías y peligrosa, simplemente a comprarse un sombrero. He aquí un rostro nimbado por el halo de los sueños, por el auténtico polvo de estrellas. Y el cuerpo, vestido de fúlgido lamé o de severo frac, estará siempre gloriosamente sobre el barril de la memoria”.
Por la época en que se publicó esta descripción, ya Marlene Dietrich vivía encerrada en su propia leyenda en un apartamento de París. En la biografía escrita por Donald Spoto se recuerda que “desde 1976 hasta su muerte, en mayo de 1992 -exceptuando sus dos medias jornadas de trabajo para rodar Gigoló y un mes cuando permitió a un colega suyo que grabara una entrevista-, Marlene residió en medio de un espléndido aislamiento, una mujer vagamente conectada con el mundo a través de los periódicos, los libros y el teléfono, pero insistentemente retirada e inaccesible para todo el mundo excepto un par de empleados, y sin recibir otras visitas (excepto en ocasiones muy poco frecuentes) que las de su hija María”.
Carlos Monsiváis recuerda que “en Hollywood, estrellas tan distantes entre sí como Marlene Dietrich, Carole Lombard, Rita Hayworth y Dolores del Río, poseen y adquieren glamour, la técnica y la voluntad de refinar la belleza. Son-en Shanghái Express, Ser o no ser, Gilda o Ave del Paraíso- magia indescifrable del cine, substancia de los sueños de una generación y del encuentro admirativo de las siguientes. Ellas reafirman que, al menos en un sentido, lo mítico es aquello que no admite la familiaridad que desgasta”.
Si quieren disfrutar de magníficas fotos de Marlene Dietrich y de informaciones sobre su vida les sugiero entrar en http://clasicmarlene.blogspot.com/
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martes, 5 de enero de 2010
SIEMPRE BUSCAREMOS LA NOSTALGIA.
Por: Lázaro Sarmiento
La nostalgia puede ser una estrategia inteligente, aunque pocas veces estemos conscientes de ello. Un estudio realizado hace un par de años en la Universidad de Southsampton, en el Reino Unido, entre estudiantes británicos, chinos y norteamericanos, demostró que aquellos que evocaron un recuerdo nostálgico se sintieron luego mucho más felices que quienes habían recordado algo ordinario.
Ese poder de la nostalgia de influir en el estado de ánimo actúa en mí cada vez que exploro los recortes de prensa, viejas portadas y hojas sueltas que a través de los años se han ido acumulando , sin ninguna pretensión, en alguna gaveta, dentro de libros o en sobres amarillos . Su principal valor es que construyen la memoria, el itinerario, de antiguas emociones.
Cuando deslizo la vista y los dedos sobre estas imágenes y textos, siento una felicidad conocida y lejana a la vez. Es una nostalgia que se alimenta de las historia de los otros.
Arriba, izquierda: Ejemplar de la revista Filmòpolis de 1932 con Norma Shearer, estrella de la Metro, promocionando su película Vidas íntimas. Es difícil no sucumbir a la mitología de las actrices del cine dorado de los años veinte y treinta.
A la derecha: Anuncio de la línea de trasatlánticos Pinillos, en la Guía de La Habana de 1917. En uno de los buques de esta compañía llegaría dos años después mi abuelo Manuel desde las Islas Canarias, al igual que muchos de sus compatriotas.
Durante mucho tiempo esta foto estuvo colgada en mi habitación. Tiburón me convertió en fan de Steven Spielberg.
La primera de las divas y el galán en pose de gigoló .Ella 89 años. Él 40. En 1981 un amigo me trajo de España este recorte de El País donde aparece Francesca Bertini en el Festival de San Sebastián acompañada por el actor Fabio Testi. En una época anterior a internet los recortes de prensa extranjera eran el equivalente a los sitios web de la actualidad . Francesca Bertini fue una revelación tardía para mí. Siempre he imaginado que hilos invisibles prendidos en las pestañas mantenían abiertos los ojos de la legendaria anciana.
Este ticket me trae a la memoria que, de niño, mi madre me llevó a los espectàculos de las tres carpas de teatro que había en La Habana. Estaban en la Víbora, Marianao y en la calle Infanta. Recuerdo haber visto en uno de estos escenarios a Zenia Marabal.
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domingo, 6 de diciembre de 2009
NUEVO VEDADO, ENTRE ABRAZOS Y POSTALES
Por: Lázaro Sarmiento
Salgo de Los abrazos rotos con deseos de caminar por el Nuevo Vedado mientras espero la próxima película del Acapulco, una de las salas de proyecciones del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Me atrae una casa verde, tramposamente familiar, representativa de las residencias de la pequeña burguesía cubana de los años cincuenta , al igual que otras muestras del barrio, incluidos el cine, el supermercado, la gasolinera, la jardinería; postales de lo que se consideraba moderno en la capital cubana en la segunda mitad del pasado siglo. Algunas veces aparece esta vivienda en mis viajes en la máquina del tiempo. No conozco a sus actuales inquilinos pero de niño estuve en su interior y llegué hasta la cocina (que era un set de televisión).
A la casa verde la recuerdo por un episodio mínimo de mi infancia.
Un día, el esposo de una de mis tías me trajo de visita a esta residencia que ahora contemplo desde la acera de enfrente y en la cual vivían en aquella época sus familiares. Los antiguos propietarios habían salido el país en los primeros tiempos de la Revolución pero en las agarraderas de los estantes de la cocina permanecían dibujadas las iníciales de sus nombres: N S y J A. Normita Suárez y Jesús Albariño constituían una pareja de actores de la radio y la televisión, cuyos nombres escuché mencionar varias veces a las personas que habitaban entonces la casa. A la gente le gusta establecer una familiaridad irreal, chismográfica, con todo lo relacionado con los artistas famosos.
De pronto mi tío político abrió el amplio refrigerador, y como en un set de televisión, me preguntó si quería tomar yogurt. Y a mis oídos infantiles esa palabra les sonó gustativa, tentadora, mágica, por una única razón: yo nunca había ingerido aquel lácteo que en los minutos siguientes iba a resultar delicioso a mi paladar, servido con cubitos de hielo en una lujosa copa de bacarat, otra vez, como en televisión. Fue así que el descubrimiento del yogurt convirtió esta casa en una de las fachadas inolvidables de mi infancia, aunque siempre un lugar ajeno. Pero ya es hora de que deje de mirar y fotografiar esta cuadra del Nuevo Vedado porque comienzo a llamar la atención de los vecinos y pueden pensar que soy un espía internacional.
Me alejo como forastero en los escenarios de mi memoria.
Salgo de Los abrazos rotos con deseos de caminar por el Nuevo Vedado mientras espero la próxima película del Acapulco, una de las salas de proyecciones del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Me atrae una casa verde, tramposamente familiar, representativa de las residencias de la pequeña burguesía cubana de los años cincuenta , al igual que otras muestras del barrio, incluidos el cine, el supermercado, la gasolinera, la jardinería; postales de lo que se consideraba moderno en la capital cubana en la segunda mitad del pasado siglo. Algunas veces aparece esta vivienda en mis viajes en la máquina del tiempo. No conozco a sus actuales inquilinos pero de niño estuve en su interior y llegué hasta la cocina (que era un set de televisión).
A la casa verde la recuerdo por un episodio mínimo de mi infancia.
Un día, el esposo de una de mis tías me trajo de visita a esta residencia que ahora contemplo desde la acera de enfrente y en la cual vivían en aquella época sus familiares. Los antiguos propietarios habían salido el país en los primeros tiempos de la Revolución pero en las agarraderas de los estantes de la cocina permanecían dibujadas las iníciales de sus nombres: N S y J A. Normita Suárez y Jesús Albariño constituían una pareja de actores de la radio y la televisión, cuyos nombres escuché mencionar varias veces a las personas que habitaban entonces la casa. A la gente le gusta establecer una familiaridad irreal, chismográfica, con todo lo relacionado con los artistas famosos.
De pronto mi tío político abrió el amplio refrigerador, y como en un set de televisión, me preguntó si quería tomar yogurt. Y a mis oídos infantiles esa palabra les sonó gustativa, tentadora, mágica, por una única razón: yo nunca había ingerido aquel lácteo que en los minutos siguientes iba a resultar delicioso a mi paladar, servido con cubitos de hielo en una lujosa copa de bacarat, otra vez, como en televisión. Fue así que el descubrimiento del yogurt convirtió esta casa en una de las fachadas inolvidables de mi infancia, aunque siempre un lugar ajeno. Pero ya es hora de que deje de mirar y fotografiar esta cuadra del Nuevo Vedado porque comienzo a llamar la atención de los vecinos y pueden pensar que soy un espía internacional.
Me alejo como forastero en los escenarios de mi memoria.
viernes, 27 de noviembre de 2009
SEMBRANDO ARBOLITOS DE NAVIDAD
Por: Lázaro Sarmiento
En diciembre, mi primo y yo disfrutábamos imitando con nuestra ración de nueces de la bodega (¿o eran avellanas?) una escena de la película El príncipe y el mendigo. En la pantalla del televisor Emerson, dos niños de Hollywood machacaban con el poderoso sello real de Inglaterra la gustada golosina. Nosotros en un barrio de La Habana lo hacíamos con el mortero de la abuela para triturar las especias. Recuerdo de la infancia los turrones y frutos secos que en unas navidades de la década del sesenta el Gobierno Revolucionario debió comprar en algún lugar de Europa, para distribuir en todos los hogares de la Isla a través de la libreta de abastecimiento. Sin embargo, no encuentro en la memoria el momento en que desaparecieron los arbolitos de Navidad tan cercanos a las nueces de fin de año. La vida generaba tantas emociones entonces que poco importó se borrara un decorado que nada tenía que ver con las ideas y colores del trópico. Luego, cuando los pinos enanos y los adornos navideños -y hasta la nieve de mentira- volvieron a decorar con profusión viviendas y espacios públicos, después de años y quinquenios, quedé sorprendido por la larga longevidad de las bolas de Navidad. No me refiero a las que comenzaron a a venderse en 1993 en las tiendas de divisas, si no a las que la gente guardó en cajitas con algodones durante una hibernación de décadas. Estaban intactas como en la lejana fiesta en que habían brillado por última vez.
Pienso en las manos que guardaron las bolas de Navidad y en su engañosa fragilidad.
Arriba: En una tienda de la calle Obispo en La Habana Vieja dos empleados trabajan en la decoración navideña.
Navidad arbolitos de Navidad memoria bolas de navidad adornos navideños nueces adornos La Habana calle Obispo
En diciembre, mi primo y yo disfrutábamos imitando con nuestra ración de nueces de la bodega (¿o eran avellanas?) una escena de la película El príncipe y el mendigo. En la pantalla del televisor Emerson, dos niños de Hollywood machacaban con el poderoso sello real de Inglaterra la gustada golosina. Nosotros en un barrio de La Habana lo hacíamos con el mortero de la abuela para triturar las especias. Recuerdo de la infancia los turrones y frutos secos que en unas navidades de la década del sesenta el Gobierno Revolucionario debió comprar en algún lugar de Europa, para distribuir en todos los hogares de la Isla a través de la libreta de abastecimiento. Sin embargo, no encuentro en la memoria el momento en que desaparecieron los arbolitos de Navidad tan cercanos a las nueces de fin de año. La vida generaba tantas emociones entonces que poco importó se borrara un decorado que nada tenía que ver con las ideas y colores del trópico. Luego, cuando los pinos enanos y los adornos navideños -y hasta la nieve de mentira- volvieron a decorar con profusión viviendas y espacios públicos, después de años y quinquenios, quedé sorprendido por la larga longevidad de las bolas de Navidad. No me refiero a las que comenzaron a a venderse en 1993 en las tiendas de divisas, si no a las que la gente guardó en cajitas con algodones durante una hibernación de décadas. Estaban intactas como en la lejana fiesta en que habían brillado por última vez.
Pienso en las manos que guardaron las bolas de Navidad y en su engañosa fragilidad.
Arriba: En una tienda de la calle Obispo en La Habana Vieja dos empleados trabajan en la decoración navideña.
Navidad arbolitos de Navidad memoria bolas de navidad adornos navideños nueces adornos La Habana calle Obispo
jueves, 27 de agosto de 2009
CINES DE BARRIO: ATLÁNTIDAS QUE NO REGRESARÁN.
“Cines de todo tipo, situados en cualquier clase de esquina. ¿No íbamos a amarlos? Cines humildes, con la copias de las películas destrozadas, cines baqueteados, decididamente pobretones, pero también cines dotados de una vulgar ostentosidad, cuando presumían ser de ‘reestreno preferente’. Cines, en fin, que sucumbieron a los abusos del Tiempo, a los ímpetus de las décadas; locales que fueron desapareciendo de una geografía urbana que también cambió, dramáticamente, inexorablemente, convirtiéndonos a nosotros en esclavos del cambio que no cesa.
“El ensueño cambió el signo. La memoria, esa ramera, otorga al pasado una belleza que me conmueve y, así, los tristes cines de barrio me parecen emporios de una suntuosidad jamás superada.
“¡Atlántidas que no regresarán! ¡”
(Tomado de El Peso de la Paja. Memorias. El cine de los sábados, de Terenci Moix (Círculo de Lectores, Barcelona, 1991)
Cine Luyanó, en la calzada de Luyanó.La Habana (cerrado, ahora es una academia de judo).
“El ensueño cambió el signo. La memoria, esa ramera, otorga al pasado una belleza que me conmueve y, así, los tristes cines de barrio me parecen emporios de una suntuosidad jamás superada.
“¡Atlántidas que no regresarán! ¡”
(Tomado de El Peso de la Paja. Memorias. El cine de los sábados, de Terenci Moix (Círculo de Lectores, Barcelona, 1991)
Cine Ritz, en Rodríguez y Fábrica. Luyanó. La Habana. (cerrado hace años)
Cine Luyanó, en la calzada de Luyanó.La Habana (cerrado, ahora es una academia de judo).
lunes, 24 de agosto de 2009
JUANITA, LA REINA DE LOS BANDIDOS.
Por: Lázaro Sarmiento
Cada vez que inicio una operación de organización de viejos papeles termino recreándome en la atmosfera de nostalgia suscitada por los recortes de periódicos, fotos y revistas que, para mí, constituían – y aún siguen siendolos -magníficos y entrañables archivos antes de la llegada de internet y la digitalización de la información. Al final me desprendo de muy poco y muchos de los papeles y fotos regresan a su lugar de hibernación en una gaveta o a un pequeño contenedor de plástico. Este es el caso del cuaderno no. 19 de las aventuras de Buffalo Bill y la narración titulada Juanita, reina de los bandidos. No tiene la fecha en que fue publicado en Barcelona pero debe haber sido alrededor de 1920. No leo literatura del Oeste pero me encanta tener a buen recaudo a la reina de los bandidos.
AQUELLA VIEJA PUBLICIDAD…
Oye Anastasio, ¿sabes tu cómo se escribe uva?
-Claro que lo sé; pero no quiero decírtelo, porque el saber eso y otras cosas más me ha costado catorce reales.
-Pues, por lo menos, dime qué debo hacer para saber yo cómo se escribe bien.
-Pues es muy sencillo; cómprate hoy mismo un Diccionario de la Lengua Española, por Atilano Rancés. Te costará 3’50 pesetas y sabrás escribir tan bien como el maestro.
La publicidad consignaba que este Diccionario, editado por Ramón Sopena, podía pedírsele a su librero, o adquirirse en Provenza, 95, Barcelona.
Memoria Buffalo Bill Publicidad Enciclopedia Nostalgia
martes, 4 de agosto de 2009
SEXO. LA PRIMERA VEZ.
Por: Lázaro Sarmiento
Yo creo que al igual que tenemos diversas edades simultáneas, también acumulamos varias experiencias en el sexo que podemos calificar como “la primera vez”.
Hoy, leyendo el blog Migue y el Fabuloso Trompetista Invisible, vinieron a mi memoria las primeras ocasiones en que sentí la necesidad de liberar mediante el juego y los atributos de otro cuerpo la química profunda con las que andamos por el mundo fabricando felicidad o frustraciones. En ninguno de los tres casos que recuerdo como la primera vez hubo amor.
Las tres fueron acciones repentinas. Planificadas con pocos minutos de antelación. De expectativas inmediatas. Primaron la atracción del imán y la curiosidad. Sin embargo, solo en la tercera ocasión, la que considero la verdadera primera vez, me abrazó la sensación de que disfrutaba del sexo con naturalidad y alegría. Era una armonía invisible desconocida hasta entonces.
Parecía que hubiera hallado un tesoro fabuloso en medio del cielo estrellado (que ahora sobre las azoteas grises de Luyanó se mostraba más hermoso), al igual que le sucedía a los aviadores de Vuelo nocturno, el libro de Saint Exupery que yo leía por esos días.
Creí que la vida me revelaba su ecuación más importante. La filosofía que recibía en las aulas servía únicamente para interpretar la economía y la política. Había misterios que debía ir descubriendo con una cuota de ignorancia. Y uno de esos misterios era el sexo.
Luego, camino de mi casa con el brillo en las pupilas y la frescura de un río, intuí que detrás de las fachadas del barrio, en las esquinas, en los ómnibus, en las autopistas, en los rostros de la gente, en la ciudad toda, existía una atmósfera sutil de erotismo cuyos olores yo recién comenzaba a respirar. Bastaba el leve roce de la yema de un dedo para desencadenar las estrategias del placer.
Las paredes podían quedarse sin pintura, los maniquíes mostrar su desnudez patética, lo aviones partir con los amigos, el futuro lanzar preguntas incómodas… Yo era inmortal porque tenía aquella primera vez, en realidad la tercera, gozada al máximo. Y como en otras experiencias similares, estuvo presente la música: Mocedades en el programa Nocturno de la medianoche. Hubo más canciones pero la única que fijé fue Donde estas corazón. También un alcohol barato, una cama modesta, un bañito mínimo, un frío débil, un cuarto reducido, una toalla mal lavada, y algunas frases cursis… (el inventario no entraña trauma alguno) .
Estaba lejos de imaginar que mucho tiempo después, frente a la pantalla de una computadora, aquel escenario de pequeñeces sería un recuerdo luminoso y magnífico.
Sexo, experiencia felicidad memoria primera vez filosofía memoria recuerdo
Yo creo que al igual que tenemos diversas edades simultáneas, también acumulamos varias experiencias en el sexo que podemos calificar como “la primera vez”.
Hoy, leyendo el blog Migue y el Fabuloso Trompetista Invisible, vinieron a mi memoria las primeras ocasiones en que sentí la necesidad de liberar mediante el juego y los atributos de otro cuerpo la química profunda con las que andamos por el mundo fabricando felicidad o frustraciones. En ninguno de los tres casos que recuerdo como la primera vez hubo amor.
Las tres fueron acciones repentinas. Planificadas con pocos minutos de antelación. De expectativas inmediatas. Primaron la atracción del imán y la curiosidad. Sin embargo, solo en la tercera ocasión, la que considero la verdadera primera vez, me abrazó la sensación de que disfrutaba del sexo con naturalidad y alegría. Era una armonía invisible desconocida hasta entonces.
Parecía que hubiera hallado un tesoro fabuloso en medio del cielo estrellado (que ahora sobre las azoteas grises de Luyanó se mostraba más hermoso), al igual que le sucedía a los aviadores de Vuelo nocturno, el libro de Saint Exupery que yo leía por esos días.
Creí que la vida me revelaba su ecuación más importante. La filosofía que recibía en las aulas servía únicamente para interpretar la economía y la política. Había misterios que debía ir descubriendo con una cuota de ignorancia. Y uno de esos misterios era el sexo.
Luego, camino de mi casa con el brillo en las pupilas y la frescura de un río, intuí que detrás de las fachadas del barrio, en las esquinas, en los ómnibus, en las autopistas, en los rostros de la gente, en la ciudad toda, existía una atmósfera sutil de erotismo cuyos olores yo recién comenzaba a respirar. Bastaba el leve roce de la yema de un dedo para desencadenar las estrategias del placer.
Las paredes podían quedarse sin pintura, los maniquíes mostrar su desnudez patética, lo aviones partir con los amigos, el futuro lanzar preguntas incómodas… Yo era inmortal porque tenía aquella primera vez, en realidad la tercera, gozada al máximo. Y como en otras experiencias similares, estuvo presente la música: Mocedades en el programa Nocturno de la medianoche. Hubo más canciones pero la única que fijé fue Donde estas corazón. También un alcohol barato, una cama modesta, un bañito mínimo, un frío débil, un cuarto reducido, una toalla mal lavada, y algunas frases cursis… (el inventario no entraña trauma alguno) .
Estaba lejos de imaginar que mucho tiempo después, frente a la pantalla de una computadora, aquel escenario de pequeñeces sería un recuerdo luminoso y magnífico.
Sexo, experiencia felicidad memoria primera vez filosofía memoria recuerdo
miércoles, 29 de julio de 2009
NO PUDE ROBARME MEDIO SIGLO DE MEMORIA.
Por: Lázaro Sarmiento
Durante un festival de la radio en la ciudad de Santa Clara, fui a una casa donde estaban vendiendo un viejo radio de caja de madera. Siempre he sentido fascinación por estos aparatos. Pienso que La Habana tendría que tener un museo de modelos antiguos en homenaje a la época en que fuimos una suerte de Olimpo radiofónico en América Latina .Cuando entré a la casa, el radio en venta estaba encendido. En el portal comedor, junto al patio interior repleto de plantas verdísimas, un grupo de personas muy adultas se deleitaba con un programa de alta audiencia en las noches: Alegrías de sobremesa, de Radio Progreso. Una mujer más joven que los demás, y que debía ser el pilar de energía en el seno familiar, me contó que aquel equipo fue uno de los regalos recibidos por los abuelos en su boda (uno debió ser el anciano que desde un sillón de ruedas parecía escuchar voces de otros mundos). Al regresar de la luna de miel, la pareja quedó cautivada por la adaptación que la radio cubana hizo de de Cumbres borrascosas ; después las hijas vivieron sus primeros amores inocentes mientras imitaban a las protagonistas de La novela del aire, y cuando a aquellas les nacieron los hijos le pusieron los nombres de los galanes de las dramatizaciones ; con el oído muy cerca de la bocina, todo el clan familiar había estado atento a los mensajes de la radio rebelde originados en la Sierra Maestra ; desde décadas atrás los varones de la casa vibraban con las transmisiones beisboleras , y ninguno de los adolescentes se había perdido en los años sesenta ni uno solo de los capítulos de La flecha de cobre, aventuras al mediodía en la antena de Radio Liberación. Habían sido felices con ese aparato de válvulas al que le debían risas y lágrimas. Sin olvidar los danzones de Barbarito Diez al caer la tarde y las buenas y malas noticias del amanecer junto a la taza de café. Por último, la mujer desvió la mirada hacia una oquedad y con humilde dignidad dijo:
- Si no fuera por la situación económica que estamos atravesando nunca hubiéramos pensado en venderlo.
Fue un fogonazo. Descubrí que yo no podía comprar el radio ni por el mejor precio del mundo. Hubiera sido como robarle a esa familia un pedazo de su memoria..
Foto: Teresa Gómez (locutora), Lázaro Sarmiento, al centro (director), y Diego Ubieta (realizador). Programa Fuera de Serie, Radio COCO, 1990.
radio radio antiguo, radio cubana memoria Progreso
Entradas relacionadas:
Radio y literatura.
martes, 19 de mayo de 2009
SALVAR CIERTAS EMOCIONES.
Recuerdo que un día sentí una felicidad irídica porque había empezado a trabajar en el lugar que entonces me parecía el centro del universo: La Rampa de La Habana. Y aunque he sido infiel a muchas emociones, esta ha quedado anclada en la zona del cerebro donde algunas impresiones nunca se borran.
“…sin embargo, aprecio y respeto la humilde y tenaz fidelidad que determinadas personas –sobre todo mujeres- mantienen por sus gustos, sus discos, sus antiguas empresas, por las fiestas desaparecidas: admiro su voluntad de seguir siendo los mismos en medio del cambio, de salvar su memoria, de llevarse con la muerte la primera muñeca, un diente de leche, un primer amor.”
En la consulta del dentista, mientras espero mi turno con el terror, me hago acompañar de un libro que fue una de mis lecturas deslumbrantes en una época: Las Palabras (Les Mots) de Jean Paul Sartre. Este texto era la primera parte de una autobiografía entonces inconclusa.
“He conocido a hombres que se acostaron ya tarde con una mujer envejecida por la simple razón de que la habían deseado en su juventud…A mi no me duran los rencores y lo confieso todo, complacientemente; estoy muy bien dotado para la autocrítica a condición de que no pretendan imponérmela.”
Disfruto de este Sartre que, siendo en apariencia tan autobiográfico y personal, no deja de ser un malicioso manipulador. En una página de su libro subrayo esta frase: “soy constante en mis afectos y en mi conducta pero infiel a mis emociones…”.
Al igual que modificamos el recuerdo, también cambiamos la interpretación de antiguas emociones. Y al final hay quienes logran una especie de obra de arte.
Imágenes: Obras de Tamara de Lempicka
domingo, 10 de mayo de 2009
ALBUM DE FAMILIA: LA ABUELA GALLINA.
Por: Lázaro Sarmiento
En la foto de arriba mi abuela Margot (al centro) y cuatro de sus hijos. Mi abuela se convirtió en un personaje decisivo en mi vida desde el día en que vine al mundo sietemesino en una finca, en medio del campo, distante de cualquier hospital. Mi madre no había cumplido aún los quince años. Los dos nos beneficiamos de la experiencia maternal de mi abuela. Ella fue quien me colocó en una caja de cartón con abundantes algodones y botellas de agua caliente. En esa incubadora rústica llegué a un hospital de la ciudad de Matanzas con muy pocas posibilidades de sobrevivir. Mi abuela estuvo llorando varios días y las promesas que hizo por mi salvación determinaron mi nombre: Lázaro. Nunca dejó de encenderle velas al santo que, según decía, le debo la vida.
Luego pasaron los años y, aunque vivíamos en distintos barrios, yo siempre quería estar en su casa los fines de semana o durante el paso de un ciclón , o cuando me enfermaba. Le gustaba tener a todos los hijos y nietos debajo de la saya. Le decíamos la abuela gallina. Ella y yo jugábamos a la realeza con todos los cachivaches y lujos que heredó de la casa donde fue sirvienta largo tiempo. Trabajó para unos polacos que la trataban como un familiar pero le pagaban solo treinta pesos al mes por hacer todas las labores domésticas.
Mi abuela me decía: espérame en la terraza que voy a llevarte limonada. Y allí me servía la refrescante bebida en bandeja de plata y copa de bacarat. Yo andaba por los siete u ocho años. También nos deleitábamos imitando grandes festines con una primorosa vajilla en la gran mesa de cristal donde antes se sentaban los amigos de los polacos, comerciantes como ellos de la calle Muralla de La Habana. Y como casi todas las abuelas, ella fabricaba pan de la nada.
En la foto de arriba mi abuela Margot (al centro) y cuatro de sus hijos. Mi abuela se convirtió en un personaje decisivo en mi vida desde el día en que vine al mundo sietemesino en una finca, en medio del campo, distante de cualquier hospital. Mi madre no había cumplido aún los quince años. Los dos nos beneficiamos de la experiencia maternal de mi abuela. Ella fue quien me colocó en una caja de cartón con abundantes algodones y botellas de agua caliente. En esa incubadora rústica llegué a un hospital de la ciudad de Matanzas con muy pocas posibilidades de sobrevivir. Mi abuela estuvo llorando varios días y las promesas que hizo por mi salvación determinaron mi nombre: Lázaro. Nunca dejó de encenderle velas al santo que, según decía, le debo la vida.
Luego pasaron los años y, aunque vivíamos en distintos barrios, yo siempre quería estar en su casa los fines de semana o durante el paso de un ciclón , o cuando me enfermaba. Le gustaba tener a todos los hijos y nietos debajo de la saya. Le decíamos la abuela gallina. Ella y yo jugábamos a la realeza con todos los cachivaches y lujos que heredó de la casa donde fue sirvienta largo tiempo. Trabajó para unos polacos que la trataban como un familiar pero le pagaban solo treinta pesos al mes por hacer todas las labores domésticas.
Mi abuela me decía: espérame en la terraza que voy a llevarte limonada. Y allí me servía la refrescante bebida en bandeja de plata y copa de bacarat. Yo andaba por los siete u ocho años. También nos deleitábamos imitando grandes festines con una primorosa vajilla en la gran mesa de cristal donde antes se sentaban los amigos de los polacos, comerciantes como ellos de la calle Muralla de La Habana. Y como casi todas las abuelas, ella fabricaba pan de la nada.
Jamás hizo preguntas molestas y fue mi cómplice inteligente y creativa. Para consumo de mis compañeros de colegio, yo le inventaba antiguos amantes en Sudamérica y viajes en trasatlánticos. Ella le tenía horror a las canas (una fobia familiar). Cuando las crisis de abastecimientos se agudizaban en el país y desaparecían de la tiendas los tintes para el cabello, recurría al papel carbón y a infusiones de flores que oscurecían el pelo. Al percibir que envejecía y podía perder la memoria, me hizo prometerle que no permitiría que la enterraran con el cabello sin teñir y que , si no había tintes, le cubriera las canas aunque fuera con betún negro para calzado. Fue lo único en que le fallé.
lunes, 30 de marzo de 2009
Busco a Polly Magoo.
Por: Lázaro Sarmiento
Hoy pasaron en la televisión el documental Omara, de Fernando Pérez. Hay un momento en que la diva del Buena Vista interpreta La era está pariendo un corazón. Al escucharla sentí que se despertaba una antigua emoción. Quise recordar como era mi vida en la época en que esa canción compuesta por Silvio sonaba en las radios de La Habana. Tal vez la oí por primera vez cuando estaba en la escuela al campo. De pronto me vino a la mente ¿Quién eres tú, Polly Magoo? No puedo contar nada de este película y, sin embargo, su anuncio en la marquesina del cine Payret lo fijé para siempre . También la memoria le ha borrado el rostro y otras partes del cuerpo a la persona con la que dormí una noche, y esperé el amanecer a su lado, en el Hotel New York de la calle Dragones. En cambio, del mismo lugar recuerdo con nitidez algunas escenas vistas en el interior de las habitaciones. Varias puertas entreabiertas a lo largo del pasillo hacia el ascensor del hotel hicieron que disfrutara de imágenes que parecían diseñadas por Pasolini y Proserpina. La lista de los episodios a recordar un domingo por la tarde puede resultar inquietante: la primera vez que aprendimos a besar, la primera pareja que dejamos esperando en un parque, el nombre de los amigos con los cuales nos sentábamos en la esquina de la secundaria para evadir los turnos fastidiosos, y la primera vez que hicimos el amor como Dios manda. Eso lo recuerdo bien y había una radio encendida con Nocturno en la medianoche y una canción del grupo Mocedades.La música ayuda a construir los recuerdos de una época de la que extravié el rostro de Polly Magoo.
A la izquierda, arriba: Foto de Nan Goldin.
Centro: Fachada actual del Hotel New York, Calle Dragones.La Habana- Foto: Lázaro Sarmiento. 28.03.09
domingo, 1 de marzo de 2009
Los personajes secretos regresan los domingos.
Por: Lázaro Sarmiento
Ya no podré ser Emperador, campeón de paracaidismo, hombre pez, o el amante más deseado del universo.
Hubo una época en que quise ser barman en un bar céntrico de La Habana. Esa ocupación me hubiera permitido fabular las conversaciones de los clientes mientras preparaba exquisitos cócteles, incluido uno nombrado Mary Pickford.
Luego imaginé -no estoy seguro de que fuera un sueño- ser la pareja sentimental de una figura de cabaret. No una estrella sino alguien del cuerpo de baile. Después de una larga noche de espera, extinguido ya el eco de la música urbana, hacíamos el amor bañados en colonia barata. En los labios unas gotas de alcohol. Nos quedábamos rendidos con Radio Reloj de fondo y las primeras noticias del amanecer transmitidas desde una habitación próxima.
Otra tarde de domingo dedicada a digitalizar antiguas fotografías. La máquina ayuda a recuperar los personajes secretos que quisimos interpretar en cada una de nuestras edades. Algunos fueron terrícolas vulgares, mediocres deportistas y animales sexuales. También héroes, arquitectos o ídolos dramáticos. En una ocasión me convertí en ladrón de planetas.
Es saludable escanear la memoria .
Imágenes: Fred Bred 1 Spy 2008 (izquierda) .Bar (2002), obra de Rocío García.(derecha)
Por: Lázaro Sarmiento
Ya no podré ser Emperador, campeón de paracaidismo, hombre pez, o el amante más deseado del universo.
Hubo una época en que quise ser barman en un bar céntrico de La Habana. Esa ocupación me hubiera permitido fabular las conversaciones de los clientes mientras preparaba exquisitos cócteles, incluido uno nombrado Mary Pickford.
Luego imaginé -no estoy seguro de que fuera un sueño- ser la pareja sentimental de una figura de cabaret. No una estrella sino alguien del cuerpo de baile. Después de una larga noche de espera, extinguido ya el eco de la música urbana, hacíamos el amor bañados en colonia barata. En los labios unas gotas de alcohol. Nos quedábamos rendidos con Radio Reloj de fondo y las primeras noticias del amanecer transmitidas desde una habitación próxima.
Otra tarde de domingo dedicada a digitalizar antiguas fotografías. La máquina ayuda a recuperar los personajes secretos que quisimos interpretar en cada una de nuestras edades. Algunos fueron terrícolas vulgares, mediocres deportistas y animales sexuales. También héroes, arquitectos o ídolos dramáticos. En una ocasión me convertí en ladrón de planetas.
Es saludable escanear la memoria .
Imágenes: Fred Bred 1 Spy 2008 (izquierda) .Bar (2002), obra de Rocío García.(derecha)
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