Alicia Alonso detiene el tiempo.
Por: Lázaro Sarmiento
Por: Lázaro Sarmiento
Bajo la mirada cómplice de los satélites, llevando coreografías románticas y posmodernas de una ciudad a otra del planeta, mimada por el cariño de su pueblo, Alicia Alonso ha logrado el sueño secreto de la mayoría de los terrícolas: detener el tiempo.
Al final de la década del setenta, en el Teatro García Lorca de La Habana , la vi bailar por primera vez. Aplaudí su adagio del Lago de los Cisnes con el deslumbramiento de quien asiste a la revelación de un misterio, a la escenificación de una leyenda.
Ella había convertido unos pocos minutos en el escenario en un poderoso símbolo artístico. Luego de la función le expresó a un periodista: “En cualquier oficio hay que buscar la perfección... Créame, no hay incógnitas en mi baile, solo trabajo, constante, infinito, sin retención”.
Las personas que la ovacionamos aquella noche sabíamos que la perfección de sus doncellas-cisnes, de su ingrávida Giselle, de la electrizante Carmen, constituye un enigma que muy pocas bailarinas logran descifrar jamás.
Y cuando parecía que en la Tierra quedaban pocas reinas como las que habitan los cuentos de “Había una vez”, Alicia desafió los pronósticos y se negó a abdicar. Ahora, su arte se multiplica en numerosos proyectos, clases magistrales y a través del Ballet Nacional de Cuba, uno de los rostros de nuestra identidad.
Desde los más disímiles lugares, a orillas de un lago ruso, o en lo alto de un rascacielos de Malasia, una persona con computadora y teléfono tiene acceso a Alicia Alonso. En Internet hay un sitio que ofrece muchísimos datos sobre su trayectoria con fotos, fechas y reseñas. Sin embargo, ninguna página web es capaz de guardar la emoción que sintió este cronista cuando la vio bailar por primera vez.
El 21 de diciembre, al escuchar junto a una taza de café los noticieros de la mañana que anunciaban el cumpleaños de Alicia, pensé que entre mis mejores recuerdos figura aquella noche, hace casi treinta años, cuando un frágil cisne de amor me enseñó que el mundo pertenece a los que no se cansan y que el corazón de una mujer transformada en ave puede detener el tiempo.