Él, un héroe del béisbol
que se jugaba en las cuatro esquinas del barrio. Yo, fama de inteligente y de
contar historias que entretenían al
grupo. Un aire rompecorazones había
quedado entre los amigos de la secundaria por lo que parecía nuestra rivalidad
por los labios de la muchacha de moda aquel verano. En el Florida proyectaban Iluminación íntima, una película checa. Nocturno difundía Voy a pintar las paredes con tu nombre.
Ahora, cuando aquellos amores estudiantiles no son más que cancioncitas en los
programas arqueológicos de la radio, dices en un email que yo era hermético pero que en esa época
disfrutabas cruzarte conmigo en la calle y que nunca has olvidado esos diálogos. Y
citas pedazos de conversaciones. Dices más, que tenías también tu propio mundo interior. Demasiado tarde para reencontrarnos en una
esquina del barrio.
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