Me gustan las ciudades cuando comienzan a encenderse las luces amarillas, antes de ser envueltas por la noche, y la gente regresa de sus quehaceres, algunos monótonos, otros teatraleso heroicos. Hay una atmósfera que se diluye en las aceras y paredes. Los que a esta hora vuelven a sus barrios van imaginando planes para la noche profunda. Y aunque La Habana carezca de lumínicos con titulares destellantes , uno siente que en cualquier momento un golpe de luz puede transformar sus edificios (los renovados y los carcomidos) las miradas eróticas, los transeúntes, los vehículos, las habitaciones ocultas....
Y como en un verso de Nancy Morejón, “ahora mi corazón se hospeda en la ciudad y su aventura”.
Fotos: Lázaro Sarmiento.
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