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miércoles, 12 de agosto de 2015

TE ESPERO EN EL NIÁGARA




En Santos Suárez descubrí maneras de la felicidad que me atraparon para siempre. Yo era de Luyanó con su esquina de Toyo, con la gente caminando por el medio de la calle, con la Vía Blanca de los camioneros y con los cafés  de la Calzada de Concha y con mi pulcras escuelas de primaria y secundaria. También en Luyanó estaban los amigos de todos los días que jugaban a hacerse los héroes del beisbol y me llevaban al cine Ritz para que  aprendiera a fumar a escondidas en el balcony mientras pasaban viejas películas.

Sin embargo, Santos  Suarez fue mi barrio adoptivo. Allí vivían mi abuela y mis tías. Santos Suárez con sus magníficos parques y los flamboyanes de la avenida Santa Catalina. La esquina de la cafetería Niágara era entonces el centro del mundo con sus sándwiches, el cine con sus estrenos de  los jueves, la pizzería, una  librería  bien surtida y la parada de las rutas 37 y 79. Además del Santa Catalina estaban los otros cines: Los Ángeles, Mara, Alameda, El Mónaco y el Santos Suárez, que fue el primero en desaparecer.


Yo bajaba por la calle Estrada Palma y siempre  me  detenía   frente a la casa  blanquísima de Amelia Peláez para imaginarme su vida de persona entre pinturas, plantas y cerámicas. Pero mi fachada preferida era la casita de  madera en la misma calle y que por puro milagro ha sobrevivido hasta hoy, de un estilo que no es el nuestro pero de un encanto que es universal. Y, sobre todo, en Santos Suárez descubrí el paseo inteligente y el gozo expectante mientras caminaba acompañado hacia la Ward. Era  una época en la que  creíamos que la   juventud es  algo  que dura  toda la vida. Y eso  se parece mucho a la felicidad.  





miércoles, 19 de diciembre de 2012

CONFESIONES CON EXTRAÑOS.



Es increíble la cantidad de  historia personal, encriptada,  que podemos compartir con un extraño.  Bajo el arco de un portal o encima del diente de perro, cerca de manglares  calcinados,   hubo épocas en las que  hilvané  diálogos   con personas  con las que luego  nunca mantuve vínculo alguno,  ni  tan siquiera nos dijimos  los nombres, pero con las cuales  logré una sinceridad impúdica. Hoy, en  un paseo por La Habana,   me  encontré   con uno de esos rostros  anónimos. Me  estremecí  cuando X  recordó todas los episodios íntimos  que yo  le había contado hace veinte  años   durante  la única conversación que mantuvimos  en cualquier sitio olvidado de la ciudad ¿Cómo  un extraño podía  saber anécdotas  que ni  conocen  mis amigos más cercanos?
No hay  pozo lo suficientemente profundo.
Foto: Parque Central de La Habana. Foto: Lázaro Sarrmiento

jueves, 29 de diciembre de 2011

LA FELICIDAD SE INVENTA EN UN MINUTO.

Por: Lázaro Sarmiento

Él, un héroe del beisbol que se jugaba en las cuatro esquinas del barrio. Yo, fama de inteligente y de contar historias que sorprendían al grupo. Un aire de leyenda había quedado entre los amigos de la secundaria por lo que parecía nuestra rivalidad por los labios de la muchacha de moda aquel año. En el cine Florida proyectaban Iluminación íntima, una película checa. Nocturno difundía Voy a pintar las paredes con tu nombre. Ahora, cuando aquellos amores estudiantiles no son más que cancioncitas en los programas memoriosos de la radio, dices en un segundo correo que yo era hermético pero que en esa época disfrutabas mucho encontrarte conmigo y que nunca has olvidado esos diálogos. Y citas pedazos de conversaciones. Dices más, que tenías también tu propio mundo interior.

Sin que hayan decretado un cataclismo universal o el colapso de la red, se interrumpe la comunicación entre nuestras computadoras. Me alejo de la máquina y de su perversidad. Resignarse es una estrategia. Hay un imán en medio de la ciudad y quisiera que la multitud me adoptara. Me recuesto en una columna republicana, con una cerveza entre las manos, rodeado de anónimos, en La Habana profunda. No le prestó atención a la voz que me pregunta la hora, “que si estoy dando una vuelta”. Yo lo que quiero es regresar a mi casa y encontrarme con un nuevo mensaje en la computadora para que vuelvan el barrio, el beisbol, los amigos , “el arte perdido de la conversación”... Y hasta estaría dispuesto a pintar las paredes.

La felicidad se inventa en un minuto.


domingo, 5 de diciembre de 2010

LA FELICIDAD SE INVENTA EN UN MINUTO.

Por: Lázaro Sarmiento

Él, un héroe del béisbol que se jugaba en las cuatro esquinas del barrio.
Yo, fama de inteligente y de contar historias que sorprendían al grupo.
Un aire de leyenda había quedado entre los amigos de la secundaria por lo que parecía nuestra rivalidad por los labios de la muchacha que estaba de moda aquel año. En el cine Florida proyectaban Iluminación íntima, una película checa. Nocturno difundía Voy a pintar las paredes con tu nombre. Ahora, cuando aquellos amores estudiantiles no son más que cancioncitas en los programas de memorias de las estaciones radio, dices en un segundo correo que yo era hermético pero que en esa época sentías la necesidad de conversar conmigo y que nunca has olvidado esos diálogos breves. Dices más, que tenías también tu propio mundo interior.

Sin que haya ocurrido un cataclismo universal o el colapso de la red, se interrumpe la comunicación entre nuestras computadoras. Me alejo de la máquina y de su perversidad. Resignarse es una estrategia. Hay un imán en medio de la ciudad y quisiera que la multitud me adoptara. Me recuesto en una columna republicana, con una cerveza entre las manos, rodeado de anónimos, en La Habana profunda. No presto atención a la voz que me pregunta la hora, “que si estoy dando una vuelta”. Yo lo que quiero es regresar a mi casa y encontrarme con un nuevo mensaje en la computadora para que vuelvan el barrio, los amigos, el béisbol, los labios ignorados... Y hasta estaría dispuesto a pintar las paredes como en una comedia dulzona de domingo por la tarde.

La felicidad se inventa en un minuto.


Cine Florida de la Calzada 10 de Octubre, La Habana.

jueves, 12 de noviembre de 2009

LOS ABANICOS DEL HOTEL GRANADA.


Por: Lázaro Sarmiento

Sigfredo Ariel llegó a mi casa con unos abanicos de cartón como regalo. Sigfredo Ariel es un poeta cuyos obsequios poseen siempre una hermosa cualidad imaginaria, un vaso comunicante hacia realidades paralelas. Los abanicos tienen los rostros de Kirk Douglas y Gene Kelly, fotografiados en su época de galanes. Se confeccionaron hace más de cincuenta años. Sin embargo, parecen recién salidos de la imprenta. Estaban destinados originalmente a mitigar el calor de los huéspedes del Hotel Granada, una instalación muy modesta en la calle Corrales no. 10 y 12, en La Habana. Open All Night. Este hospedaje era el “preferido para la luna de miel” y “por los viajeros del interior, montado con todos los adelantos modernos”, consignan los textos pretenciosos en el dorso de los abanicos. Sigfredo los encontró en un contenedor de basura en la esquina próxima al antiguo hotel, convertido desde hace décadas en edificio familiar. Allí vio a las luminarias del cine asomar sus caras en medio de hollejos de naranja, borra de café y pedazos de madera vencidas por la humedad. Durante unos minutos, el poeta se convertió en un buzo, una palabra prestada para nombrar a las personas que escarban en los desechos de la ciudad en busca de cosillas de poco valor. En ocasiones, los buzos luchan entre ellos por repartirse la basura. Fueron numerosos los Kirk Douglas y Gene Kelly rescatados por las manos de Sigfredo. Y de las suyas han pasado a las manos de algunos de sus amigos.


Un poeta siente el deber de rescatar la nostalgia del fondo de la basura.

Fachada del antiguo hotel Granada, calle Corrales no. 10 y 12, entre Egido y Zulueta. La Habana

Los abanicos han resistido varias décadas su propia vejez y la de los huéspedes del hotel y también la desaparición de sus habitaciones.

Esquina de Corrales y Zulueta. La Habana .Hasta hace unos años en esta esquina estuvo la posada, digo, hotel Venus.
ecoestadistica.com