lunes, 22 de junio de 2009

LO QUE PREFIERO DE LOS CEMENTERIOS


Por: Lázaro Sarmiento.

De los cementerios chinos me atrae la simbología de su vegetación.

De los cementerios judíos admiro el rito de las pequeñas piedras colocadas sobre las tumbas.


La Necrópolis de Colón, con sus panteones como obras de arte, me invita a reflexionar sobre la vanidad faraónica de muchas familias de la antigua burguesía cubana. Algunos de sus miembros reposan hoy en modestos camposantos de otros países, lejos del esplendor funerario diseñado desde sus palacetes del Vedado y del oeste de La Habana.



En los cementerios chinos, “las personas antes de fallecer solicitan la siembra de plantas sobre el montículo de tierra que cubrirá sus restos. Eligen la especie de planta de su preferencia y la disposición de éstas en la tumba, y de acuerdo con su voluntad pueden ser cortadas al cumplirse el primer año del fallecimiento.”



Como en un cementerio chino, escogería para la última curiosidad de la vida estar cerca del oreganillo. Esta planta ha resistido en mi ventana durante años el smog, el salitre y las altas temperaturas.

sábado, 20 de junio de 2009

CLAVES DEL PASADO: LEY SECA Y TURISMO EN LA HABANA.


Por: Lázaro Sarmiento.

La Ley Seca en Estados Unidos “propició la estampida del turismo a favor de Cuba, como refugio de bebedores”. La ley que duró de 1920 a 1933 prohibía el consumo de bebidas alcohólicas en territorio norteamericano.


Las circunstancias aparecen mencionadas en el libro Cuba y turismo (Editora Política, La Habana, 1993). El autor Alberto Pozo, periodista y publicista, recuerda que en el año 1919 el corrupto presidente Menocal colocaba ciertas bases para desarrollar el turismo norteamericano en la Isla bajo el signo del juego de azar, apoyándose en una ley aprobada por el congreso cubano. Surgieron así tres grandes puntales para aquel turismo: el hipódromo, el casino nacional y el balneario de la playa de Marianao.

Según Pozo, en aquella época los barcos de viajeros en los muelles de La Habana eran esperados con una dotación de grandes carros abiertos que conducían directamente a los turistas hasta las destilerías y después hacia las casas de prostitución y juego (en el llamado barrio de Colón).

“A pesar de que la mayoría de los viajeros eran cruceristas (visitantes que duermen en los barcos que los transportan), siempre hubo demanda para abrir una etapa hotelera, generalmente alrededor del Prado, aunque se extendió a los actuales municipios Habana Vieja y Centro Habana. Fue la época de la construcción de las unidades siguientes: Plaza, Sevilla Biltmore, Parkview, Packard, Royal Palm, New York, Regina, Regis, Nueva Isla, Isla de Cuba, Lincoln, Alamac y otros”.



Imagen: Paseo del Prado de La Habana, 1928. El edificio que sobresale a la derecha en el fondo es el Hotel Sevilla Biltmore.

viernes, 19 de junio de 2009

HEMINGWAY Y SU AMANTE HABANERA.

Por: Lázaro Sarmiento

Por la puerta del Bar Floridita de La Habana debió entrar muchas veces Ernest Hemingway acompañado de Leopoldina Rodríguez, una interesante y bella mulata cubana que fue uno de los grandes amores de su vida.

El dato de esta relación sentimental no es inédito pero Helio Orovio (1938-2008) lo recordaba entre varias historias en un delicioso artículo que escribió poco antes de morir y que tituló La ciudad musical de Hemingway. El texto se publicó en la revista Extramuros, del Centro Provincial de la Literatura y el Libro en Ciudad de La Habana.

Orovio apuntaba que Leopoldina, además del gran amor de Ernest, fue su amiga y confidente a quien protegió económicamente y acompañó solitario en su entierro a fines de los años cincuenta.

Leopoldina fue la única mujer por la que el novelista sintió verdadero amor. Esa mulata cubanísima fue su pasión y su compañera de parrandas y de peñas musicales, según destacaba Helio Orovio.

“Con ella iba al stadium de La Habana a los juegos de béisbol de Almendares, Marianao, Cienfuegos y Habana, a los matches de boxeo, al jai-lai y desde luego compartía sus estancias en el Floridita”.

Varias décadas después de su muerte, (Ketchum, Idaho, 2 de julio, 1961), a Ernest Hemingway continúan buscándolo los turistas que llegan a La Habana. Casi todos quieren llevarse en sus diminutas cámaras una imagen con el Hemingway de metal colocado en un rincón de la barra del Floridita, uno de los siete bares más famosos del mundo.

jueves, 18 de junio de 2009

PARA SER MONSTRUO HAY QUE TRABAJAR FUERTE.


Por: Lázaro Sarmiento

La única vez que entré en el cine Capitolio fue para ver La novia de Frankenstein. Los cines carcomidos como esa pequeña sala que estaba en el Paseo del Prado de La Habana constituyen magníficos escenarios para disfrutar de los viejos monstruos de la pantalla, que tanto influyeron en nuestras relaciones como espectadores con el miedo y el entretenimiento.

Hacía ya bastante tiempo que había muerto Boris Karloff (1887 – 1969), el intérprete de Frankenstein, cuando me agarró esta producción de 1935 que algunos críticos califican de valiosa pero sobrevalorada cinta de los estudios Universal.

Recordé ahora a Frankenstein en el Capitolio porque estoy leyendo un libro “que no tiene desperdicios”: Monstruos sagrados (Nuer Ediciones, 1998), de Doung Bradley. Sus páginas se refieren a grandes actores y sus caracterizaciones en la historia del cine de terror. La obra describe un fascinante y a la vez extenuarte mundo de maquillaje, látex, agujas de metal, pegamento y artilugios mediante los cuales un simple mortal se convierte en un ser monstruoso.

Por ejemplo, en La novia de Frankenstein, Boris Karloff llegó a trabajar quince horas diarias, sin contar el tiempo del viaje entre su casa y los estudios.


4:30. Despertar
5:20. Viaje hacia los estudios (unos 23 kilómetros)
6:00. Un esteticista prepara su piel, mientras toma un desayuno ligero.
7.00-12.00 Maquillaje.
12:30. Se sujetan los accesorios de piernas y cuerpo y se pone las botas lastradas.
13:30. Comida.
14:00-19.00.En el rodaje siempre se hacía un descanso para el té a las cuatro en punto, probablemente a causa del número de ingleses presentes.
19:00-20.00. Se retira el maquillaje.
20:00. Ducha fría, cena ligera y una taza de té, y un masaje para ayudar a volver ala restringida circulación de sus piernas.
20:30. Conduce de regreso a casa.
21:30. En la cama, se estudia la escena del día siguiente.


Este era el horario de un día cualquiera en el rodaje de La novia de Frankenstein. Y ya era una jornada más flexible comparada con filmaciones anteriores.

Esta mañana me entero por NOTICINE.com (citando a su vez Hollywood Reporter) que la Universal y la productora Imagine negocian con Neil Burger (El ilusionista) para que escriba (junto a su colaborador Dirk Wittenborn) y dirija un "remake" de La novia de Frankenstein.


Los monstruos siempre regresan.


Detrás de estas columnas estaba el cine Capitolio, en el Paseo del Prado de La Habana , frente al Capitolio Nacional.

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martes, 16 de junio de 2009

EN UN BESO, LA VIDA


La palabra victrola quedó anclada para siempre a un tipo de música: el bolero. El investigador Leonardo Acosta se refiere a esta modalidad en un texto titulado El bolero y el Kitsch:

“Lo que llamamos bolero de victrola era lo que se escuchaba en bodegas, bodegones, bares de mala muerte y, desde luego, en los burdeles, donde hombres marginados o no y las propias ‘camareras del amor’ se veían reflejadas en las incidencias de un buen bolerón, que se paladeaba igual que – y a veces junto a – una cerveza. El machismo y la guapería, integrantes de lo que puede dominarse cómo ‘complejo del machihembrismo’, fueron producto de una sociedad injusta, y la música que los reflejó no debe ruborizarnos, porque es también parte de nuestro patrimonio cultural, y con aquellos temas y lenguajes se hicieron excelentes boleros y canciones que ha menudo han trascendido todas las fronteras (nacionales, clasistas y regionales) para convertirse en clásicos en el nivel mundial”.

Mientras que las victrolas clásicas terminaron oxidadas y destruidas por el tiempo o la indolencia, muchos de los boleros que estas máquinas amplificaron han llegado hasta nuestros días. Recuerdo de niño las victrolas poderosas, plateadas, en los cafés de los pueblos de la Carretera Central, observadas en los viajes de La Habana a Madruga, donde nací.

Han cambiado las estéticas, los estilos de vida, las modas, los giros del lenguaje y los artefactos, incluso los virus mutaron. No estoy seguro de que haya cambiado mucho la psicología que proclamó desde el corazón de una victrola…En un beso, la vida….

Acosta, Leonardo. El bolero y el Kitsch, en Revista Letras Cubanas, No. 9, La Habana, 1988.

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