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jueves, 20 de agosto de 2015

EL VIAJE


Una noche viajé dentro de una caja de zapatos. Fue un episodio rodeado de rezos y nervios, pues el doctor del pueblo dijo que no llegaría con vida.  A  mi abuela se le ocurrió envolverme en algodones y botellas de agua caliente. Y me acomodó en la caja de cartón de los últimos zapatos comprados por mi padre. Entonces dejamos Madruga y partimos en un Plymouth azul hacia un hospital de Matanzas.  Allí me cuidaron un tiempo en una incubadora. Cuando salí  de aquel útero artificial, estallé en alegría y disfruté con libertad del pecho de mi madre que aún no había cumplido los quince años. Yo tenía tantos deseos de ser el primer hijo, el primer nieto y el primer sobrino que vine al mundo a los siete meses. Mi abuela le agradeció con sus lágrimas a San Lázaro y me unió para siempre al santo milagroso.   

miércoles, 10 de octubre de 2012

EL CARIÑO VIAJABA CON LETRAS PALMER.



Mi abuelo Manuel  llegó a Cuba en 1919 procedente de Gran Canaria.  Aquí   se unió a varios hermanos que se le habían adelantado. Allá,  quedaron sus padres,  tíos, primos y una hermana,  con los que siempre  mantuvo correspondencia.  Cuando sus progenitores murieron  mi abuelo siguió  intercambiando cartas con su  hermana Ana,  que vivía en  Mogán, una típica localidad  canaria.   Fueron muchas las  misivas que cruzaron el Atlántico pues  los dos tuvieron largas vidas. En una época,  mi abuelo me dictaba sus  cartas pues estaba orgulloso de  mi buena letra “palmer”.   Yo  intentaba alcanzar la perfección  de aquella caligrafía "por movimiento muscular, con letra cursiva, sencilla y sin sombrear”.
Luego mi prima Lourdes  me reveló  en la escribanía.  Mi abuelo murió en 1997 en Madruga,  municipio  de la entonces provincia La Habana.   Conservo algunas cartas  de  Ana.   Siempre me  ha  conmovido la fidelidad  de ambos  hermanos al microcosmos  familiar ,  a las costumbres interrumpidas ,  a los  casamientos y bautizos   en los que no participaron, a las comidas no celebradas, a la alegría volátil. ..  Y a pesar de la lejanía enorme, esas historias de emociones y  anecdótas sencillas  de los dos clanes  fueron  salvadas  cada mes a través del correo  trasatlántico durante casi setenta años.  
Esta tarde  adquirí en un una librería de viejo un cuaderno de Método Palmer,   similar al que tuve  de niño.  Fue como si  volvieran  a pasar por mis manos  las numerosas cartas  entre Mogán y Madruga , entre Ana y Manuel,  y ese cariño  familiar   que viajaba en  cada letra Palmer.

La vieja  casita de piedras en Venegueras donde nació mi abuelo, conservada por sus valores etnográficos. Foto de 2008.

Método Palmer, de Caligrafía comercial.  Nueva York, 1949.

Por estos caminos transitó mi abuelo  en 1919 para abordar el buque Valbanera.  Por equivocación mi  abuelo se bajó en Santiago de Cuba.  Eso le salvó la vida porque el Valbanera  naufragó  frente a las costas de La Habana a causa de un ciclón.

jueves, 19 de julio de 2012

UN PALACIO EN EL PLATANAL.

Por: Lázaro Sarmiento

Desde la ventanilla del ómnibus observaba un mundo idílico. Varias veces al mes mí mamá y yo hacíamos el viaje La Habana-Madruga. A ambos lados de la Carretera Central el mismo paisaje: los árboles verdes, las cruces de los accidentes, las curvas, los pueblos con sus gasolineras y cafeterías y la foto de la cascada del Hanabanilla… Pero también estaban los ojos de pozo profundo de las reses hacia el matadero. Iban en camiones que pasaban a unos centímetros de nuestras miradas, dejando una burbuja de mal olor que rápidamente se disipaba. Y cuando el ómnibus se acercaba a Catalina de Güines mi mamá siempre me decía en voz baja, para que los demás pasajeros no la escucharan: Ahí había un bayú.

Y con bayú, en voz de mi madre, aprendí el poder de las palabras escondidas dentro del lenguaje, mal vistas, discriminadas como las mujeres que poco antes de aquellos viajes habían abandonado su palacio de madera, rodeado de platanales a orillas de la carretera, porque ya no podían seguir siendo putas.


sábado, 5 de febrero de 2011

BAILES EN LA CARRETERA.

Por: Lázaro Sarmiento

Estuve años buscando esta foto en los recuerdos de la familia. En mi infancia, escuché mucho hablar de los bailes en Mocha, una diminuta localidad en la carretera entre Madruga y Matanzas. La muchacha que aparece en el centro de la imagen es mi tía Rosita. La escoltan su novio y su cuñado. Cuatro años después de esta foto, Rosita se mató jugando a la ruleta rusa. Como apretó el revólver convencida de que la bala del arma no estaba ligada a su destino, murió con una expresión plácida en el rostro. Fue un mediodía en la terraza de mi abuela en Santos Suárez.

En una ocasión, mi abuela quería que Rosita y Gina, mi otra tía, regresaran temprano a la casa y como garantía de que ellas no se excederían en su salida nocturna, exigió que me llevaran al paseo. Yo tenía entonces ocho años y me gustaba acompañarlas pues comenzaba a interesarme la vida de los adultos. Esa noche mis tías y sus novios fueron a un night club en las afueras de La Habana. Me dejaron sentado en el asiento trasero del automóvil, pensando que terminaría dormido. Pero su sobrino quería tener los ojos bien abiertos para observar lo que ocurría fuera de los cristales del auto.

Una música con trompetas y percusión se oía muy cercana. En el parqueo, el metal de los carros revotaba las luces de un anuncio de neón azul y naranja, con la imagen parpadeante de una bailarina. Las parejas entraban y salían del club besándose o susurrándose cosas al oído. Ellos con los brazos enlazados a las cinturas de las mujeres. Sonreían de una manera que yo desconocía. Montaban en los autos y ellas se enroscaban como serpientes en los cuellos de los hombres. En los asientos, algunas manos con las uñas pintadas se apoyaban en los muslos de los hombres, cuyos pantalones parecían hincharse hasta que ellos encendían los motores. Pisaban los pedales. Y en unos segundos las máquinas se perdían en la carretera. Seguro que iban hacia otros sitios encantados bajo el cielo estrellado.

Las excursiones con Rosita y Gina aumentaron en los dos años siguientes. Y la vida de los adultos me pareció entretenida, amorosa y festiva hasta el mediodía en que escuché un disparo en la terraza de mi abuela. Había llegado la hora de comenzar a descubrir las sombras que oscurecen las luces de los bailes.




Boda de mi tía Rosita en la casa de Santos Suárez. Yo en el centro junto a mi prima Cachita. Detrás mi abuela Margot y a su izquierda Gladys, mi mamá.


jueves, 25 de marzo de 2010

UN RIO DE RECUERDOS EN PIPIAN.

(ALBUM DE FAMILIA)
Por: Lázaro Sarmiento

La vida empieza a correr/ de un manantial, como un río/ a veces, el cauce sube, / a veces, el cauce sube, y otras se queda vacío. ”Así comienza un poema de Nicolás Guillén perteneciente al libro El son entero. Y muchos años después de que mi vida comenzara a correr regreso a este río, que conocí en la infancia, y cuyo caudal aumenta poderosamente en época de lluvias.

El río está en Pipián, una localidad a siete kilómetros de Madruga, municipio de la provincia La Habana. Una parte de mi familia viene de aquí. El nombre de Pipián aparecía con frecuencia en la década de 1960 en los paródicos y en la televisión pues en este pueblo nació y vivió el ciclista Sergio “Pipián” Martínez, el rey de las carreteras cubanas. El atleta que conoció la gloria deportiva murió en 1979 a consecuencia de un accidente de tránsito.

Yo venía con mi abuela desde La Habana a Pipián, donde residía su madre Rosa. Ella hacia relatos de la Iglesia del pueblo, Nuestra Señora de Lourdes, donde trabajó durante casi toda su vida. Un día me contó que en su lejana juventud había visto a una señora quedarse ciega como castigo por levantarle el vestido a una de las santas de yeso del templo para saber si tenía órganos como todas las mujeres.

Ahora en un viaje en compañía de mi tía Gina dibujo en la memoria algunas cosas que se las tragó para siempre el tiempo, como la brillosa victrola que había en un bar con techo de guano al final de la cuadra donde estaba la casa de mi bisabuela Rosa, o la gasolinera en la entrada, o a la salida, de las tres o cuatro calles que conformaban el pueblo. Y desaparecieron, por suerte, los pisos de tierra blanca que en aquella época tenía la mayoría de las viviendas.

Sin embargo, el paisaje de la primera vez que me bañé en un río sigue siendo el mismo de mi recuerdo.






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martes, 16 de junio de 2009

EN UN BESO, LA VIDA


La palabra victrola quedó anclada para siempre a un tipo de música: el bolero. El investigador Leonardo Acosta se refiere a esta modalidad en un texto titulado El bolero y el Kitsch:

“Lo que llamamos bolero de victrola era lo que se escuchaba en bodegas, bodegones, bares de mala muerte y, desde luego, en los burdeles, donde hombres marginados o no y las propias ‘camareras del amor’ se veían reflejadas en las incidencias de un buen bolerón, que se paladeaba igual que – y a veces junto a – una cerveza. El machismo y la guapería, integrantes de lo que puede dominarse cómo ‘complejo del machihembrismo’, fueron producto de una sociedad injusta, y la música que los reflejó no debe ruborizarnos, porque es también parte de nuestro patrimonio cultural, y con aquellos temas y lenguajes se hicieron excelentes boleros y canciones que ha menudo han trascendido todas las fronteras (nacionales, clasistas y regionales) para convertirse en clásicos en el nivel mundial”.

Mientras que las victrolas clásicas terminaron oxidadas y destruidas por el tiempo o la indolencia, muchos de los boleros que estas máquinas amplificaron han llegado hasta nuestros días. Recuerdo de niño las victrolas poderosas, plateadas, en los cafés de los pueblos de la Carretera Central, observadas en los viajes de La Habana a Madruga, donde nací.

Han cambiado las estéticas, los estilos de vida, las modas, los giros del lenguaje y los artefactos, incluso los virus mutaron. No estoy seguro de que haya cambiado mucho la psicología que proclamó desde el corazón de una victrola…En un beso, la vida….

Acosta, Leonardo. El bolero y el Kitsch, en Revista Letras Cubanas, No. 9, La Habana, 1988.

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martes, 20 de enero de 2009

EN UN BESO, LA VIDA


La palabra victrola quedó anclada para siempre a un tipo de música: el bolero. El investigador Leonardo Acosta se refiere a esta modalidad en un texto titulado El bolero y el Kitsch:

“Lo que llamamos bolero de victrola era lo que se escuchaba en bodegas, bodegones, bares de mala muerte y, desde luego, en los burdeles, donde hombres marginados o no y las propias ‘camareras del amor’ se veían reflejadas en las incidencias de un buen bolerón, que se paladeaba igual que – y a veces junto a – una cerveza. El machismo y la guapería, integrantes de lo que puede dominarse cómo ‘complejo del machihembrismo’, fueron producto de una sociedad injusta, y la música que los reflejó no debe ruborizarnos, porque es también parte de nuestro patrimonio cultural, y con aquellos temas y lenguajes se hicieron excelentes boleros y canciones que ha menudo han trascendido todas las fronteras (nacionales, clasistas y regionales) para convertirse en clásicos en el nivel mundial”.

Mientras que las victrolas clásicas terminaron oxidadas y destruidas por el tiempo o la indolencia, muchos de los boleros que estas máquinas amplificaron han llegado hasta nuestros días. Recuerdo de niño las victrolas poderosas, plateadas, de los cafés principales de algunos pueblos de la Carretera Central observadas en los viajes de La Habana a Madruga, el municipio donde nací.

Han cambiado las estéticas, los estilos de vida, las modas, los giros del lenguaje y los artefactos, incluso los virus mutaron. No estoy seguro de que haya cambiado mucho la psicología que proclamó desde el corazón de una victrola…En un beso, la vida….


Acosta, Leonardo. El bolero y el Kitsch, en Revista Letras Cubanas, No. 9, La Habana, 1988.
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