domingo, 18 de enero de 2009



Hay música en tu voz.
Por: Lázaro Sarmiento

Hoy me sumergí en una sociológica tanda de boleros de victrola cuando un disco de Dinah Washington cedió su lugar a una selección que incluía a Benny Moré, Antonio Machín, Lino Borges y Daniel Santos. Y aunque los escenarios en que esas canciones se cantaron por primera vez se extinguieron ya, o se transformaron, los “boleros de victrola” siguen gravitando en nosotros con un resplandor del que quizás nunca escaparemos.

Percibo una suave emoción, una nostalgia prestada que casi roza la inquietud erótica, al escuchar a los ídolos de victrola. Son la banda sonora de episodios de una vida que no es la nuestra pero que de alguna manera imaginamos lo fue, o podría serla.

Códigos hilvanados por letristas y orquestadores para expresar verdades destiladas en bares y cantinas, susurradas al oído en playas o burdeles, ahogadas en alcohol y lágrimas, probadas en la calles y sublimadas en un beso, la vida. (un párrafo casi de bolero)

Escuchar boleros de victrola en una tarde de domingo, lejos de la internet y los blogs, de los mensajes de los amigos y la cotidianidad perversa, proporciona la experiencia de vestirnos durante un rato de almas ajenas; actuar como un travestí de metáforas.

Pero ya es hora de regresar a la lectura de Henry Miller abandonada hace unas horas en favor de las súplicas bolerísticas:

“Precisamente esa copulación como de culebras en la obscuridad, ese acoplamiento de articulaciones dobles y de dos cañones era lo que me ponía en la camisa de fuerza de la duda, los celos, el miedo, la soledad.” (En Trópico de Capricornio refiriéndose a Georgiana)

1 comentario:

  1. A la lista de cosas que ya no tenemos habrá que sumar los bares con bolerones. Los que hay en algunos sitios de La Habana, se volvieron sofisticados e inalcazabnles para nuestros bolsillos.
    ¡Qué decir de aquellos del puerto donde se desgranaban las voces de los trovadores en las madrugadas. Algo peor sucedió en mi amada Sagua la Grande.
    Ya no existen espacios como esos. Por cierto en cafés como El Fornos, o Los helados de París, en Sagua, comenzó a cantar Antonio Machín.
    La cultura del bar por acá se ha perdido. Apenas puede hallarse una barra decente y barata...Bebo poco, pero de existir algún sitio en La Habana como los bares originales, iría a darme unos tragos.
    ¿Qué pasa Lázaro? ¿No estamos poniendo viejos o las cosas han cambiado muy rápido?

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