Por: Lázaro Sarmiento
Santo Suárez es el lugar donde he sido más feliz en mi vida. Yo era de Luyanó con su esquina de Toyo, con la gente caminando por el medio de la calle, con la Vía Blanca y con los cafés de la Calzada de Concha y con mis pulcras escuelas, la primaria y la secundaria, construidas después de la Revolución. También en Luyanó estaban mis amigos de todos los días que jugaban a hacerse los héroes del beisbol y me llevaban al cine Ritz para que aprendiera a fumar a escondidas en el balcony mientras pasaban la película Tigres en alta mar.
Sin embargo, elegí a Santos Suarez como mi barrio adoptivo. Allí vivían mi abuela y mis tías. Santos Suárez con sus magníficos parques y los flamboyanes de la avenida Santa Catalina. ! Y qué decir de la esquina donde estaban la cafetería Niágara con sus sándwiches, el cine con sus estrenos de los jueves, la pizzería, una librería bien surtida y la parada de las rutas 37 y 79 ¡ Yo bajaba por la calle Estrada Palma y siempre me detenía frente a la casa blanquísima de Amelia Peláez para imaginarme una vida entre pinturas, plantas y cerámicas . Pero mi fachada preferida era la casita de madera en la misma calle y que por puro milagro ha sobrevivido hasta hoy, con un estilo que no es el nuestro pero de un encanto que es universal. Y, sobre todo, en Santos Suárez descubrí el gozo expectante y el placer sexual mientras caminaba acompañado hacia la Ward, la heladería que pronto se convertiría en símbolo de mis deseos y hallazgos.
Arriba: Casa de Amelia Peláez en la calle Estrada Palama, donde también se levanta la casita de madera que se muestra abajo.
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