domingo, 31 de julio de 2011

LA MUJER MÁS BELLA DEL MUNDO.

Por: Lázaro Sarmiento


“Muchos la recuerdan por la película Sansón y Dalila, la única que le dio fama. Tuvo mala suerte. Rechazó el papel de protagonista en Luz de gas y en Casablanca. También estuvo a punto de rodar Lo que el viento se llevó.”

Estoy citando un artículo de Manuel Vicent publicado este fin de semana en Babelia: Hedy Lamarr: el éxtasis y la aguja. Uno de esos textos que se devoran con delicia.

“Para huir de su secuestro Hedwig tuvo que seducir y acostarse con la criada, quien le facilitó la salida del palacio una noche mientras el prepotente Fritz Mandl estaba de viaje. Llegó a París en automóvil, con un solo vestido, con los bolsillos llenos de joyas, perseguida por los guardaespaldas de su marido. Logró escabullirse hasta refugiarse en Londres y embarcarse en el trasatlántico Normandie rumbo a Nueva York y durante la travesía conoció y sedujo al productor de Hollywood Louis B. Mayer, de la Metro, y con él pactó su futuro. La protegió, la bautizó con el nombre Hedy Lamarr y la convirtió en una estrella.”

Hedy Lamarr nació en Viena, Austria, el 9 de noviembre de 1914 y murió en Orlando, Estados Unidos, el 19 de enero de 2000. Además de haber sido considerada la mujer más bella en la historia del cine, fue ingeniera en telecomunicaciones con un importante invento en esta esfera.

jueves, 7 de julio de 2011

EL CAMARERO DEL NEW YORK.

Por: Lázaro Sarmiento


Tengo un amigo que era camarero del hotel New York, en la calle Dragones. Lo fue hasta que hace unos años cerraron el hotel para repararlo. Desde entonces la fachada del New York se ha deteriorado y las ventanas han perdido los marcos y las hojas. Y los fantasmas de este edificio están condenados a no salir de sus habitaciones, ruinosas y mugrientas, pues las puertas exteriores fueron tapiadas con bloques de cemento.

La vida, la piel y el pelo de mi amigo camarero han corrido una suerte parecida a la fachada del hotel. Lo conocí una noche en la década de los ochenta: cuerpo vital, cabellera rubia, mirada depredadora, unos jeans ajustados y botas de vaquero. Era una de esas personas que a las pocas horas de conocerla pueden estar duchándose en el cuarto de baño de tu casa y haciendo planes para el fin de semana. Cada vez que me encuentro con él, reafirmo que las señales del deterioro ajeno constituyen también evidencias de la propia erosión. Y como no puedo escapar del reality show de los hoteles y los camareros y -como un fantasma de la calle Dragones- quedo atrapado entre muros.












domingo, 26 de junio de 2011

BUSCANDO LAS GRULLAS DE LA EMPERATRIZ


Por: Lázaro Sarmiento

Frente al cine Águila de Oro, en el barrio chino de La Habana, pienso en el destino de las grullas imperiales durante los fulgores de la Revolución en Pekín. Y luego imagino pasadizos ocultos detrás de los muros de las viejas sociedades fraternales chinas en Cuba. En sus fachadas hay grabados nombres con fonéticas misteriosas…Cheng-Wah, Loung Kong Ta Tong, Min Chin Tang, Chang...

Me gusta ese pequeño callejón en una esquina de Zanja, con algo de set de la Paramount atiborrado de mini restaurantes que sirven comida china y criolla y también pizzas, espaguetis y dulces cubanos. Pero no es la comida la que me impresiona sino el pasado glorioso de nuestra ciudad amarilla.

Ya en el año 1940 Alejo Carpentier sentía nostalgia por la más admirable fábrica de ensueños que pueda imaginarse: el Teatro Chino de La Habana, “que gozaba del privilegio de ser con el de Lima y el de Los Ángeles, uno de los mejores de América en su género.”


Alejo anotaba: “El teatro chino es ininteligible para quien desconoce su simbólica admirable…Pero cuando se sabe del sentido de ciertos objetos dotados de historia, todo se hace claro y poético…”

Lo mismo pensaba Dulce María Loynaz , que un día en su palacete de El Vedado le dijo a Miguel Barnet: “Cuando vaya a Pekín y tenga contacto directo con ese país va a comprender mejor muchas claves de la gran cultura china.” El autor de Biografía de un cimarrón visitó la Ciudad Prohibida, la Muralla y mil sitios más. Y al regresar a La Habana escribió Poemas chinos…

…“Las uñas de la emperatriz eran terriblemente largas/La emperatriz poesía un jardín de piedras preciosas y grullas amaestradas…”




Entrada del callejón de Zanja. Barrio chino de La Habana. Con un grupo de amigos, entre ellos Lin Chang, músico y locutor de la radio cubana, descendiente de familia de origen chino asentada en Manzanillo, en el oriente de la Isla.







jueves, 23 de junio de 2011

TRES CERVEZAS

Por: Lázaro Sarmiento

No importan el reloj ni el rastro de las pisadas; tampoco la cicatriz que tienes en el abdomen. Ni mucho menos la sombra del morbo. Tu identidad se diluye en la multitud. Te has tomado tres Cristal y son las siete de la noche. Es la hora de luces eléctricas dulzonas y de caras y cuerpos que, como en una pasarela, observas recostado a una columna, una de las miles de columnas que hay en La Habana. Y por el asfalto pasan los almendrones y los BusTour trayendo gentes de las playas y devolviéndolas a sus barrios. La felicidad viene de la costa. Estas cerca de la marquesina donde anuncian una película con una historia de la época de los rusos en la Isla y cuyas escenas has seguido en la matinée y que olvidas luego de las tres cervezas que te “iluminan de inmenso.” En las calles alquilan la belleza, la crueldad y la cursilería. Pero la filosofía no funciona. Al menos hoy no. Ahora solo quieres encontrar al joven ilusionista con el que hubieras compartido los grados del alcohol si no fuera por los mecanismos de las brújulas y el misterio de los desplazamientos. Le entregarías las informaciones, tu pasaporte y los artilugios que posees porque te hizo sentir más joven. Y la ciudad se contrae en el instante en que descubres que eres un animal al matadero. Aún así, esperas verlo avanzar como héroe entre ruinas.
La escena termina cuando un actor del filme que pasaron anoche por televisión te susurra al oído:
- Se suponía que era solo entretenimiento, no amor.







lunes, 20 de junio de 2011

SUSAN SONTAG: EL GOCE DE VIVIR Y SABER.


Era una escritora con un ojo imaginariamente dirigido a la posteridad. Esto afirma de Susan Sontag su hijo David Rieff en el prólogo del libro de Al mismo tiempo (Barcelona, 2008). El volumen reúne conferencias y ensayos concebidos por la brillante pensadora y novelista norteamericana durante los últimos años de vida (1933-2004).

Por estos días he vuelto a las páginas de este libro. Y es que Susan Sontag es un monstruo que me acecha con reiteración, al igual que Marguerite Yourcenar, Lillian Hellman y Patricia Highsmith. Yo siento un placer inmenso en dejarme devorar por la inteligencia, sagacidad y técnicas creativas de estas autoras.

Comparto algunas observaciones que sobre Susan Sontag publicó su hijo en el prólogo de Al mismo tiempo. Al referirse la agonía de su madre frente al cáncer que la mató, apunta: “No quería irse. No pretendo saber gran cosa sobre lo que sentía mientras agonizaba , tres meses en dos camas sucesivas de dos hospitales sucesivos, mientras su cuerpo se convertía casi en una enorme llaga, pero al menos eso sí puedo afirmar con certeza”.

David Rieff dice que si tuviera una sola palabra para evocar a Susan Sontag sería avidez. Y recuerda la afirmación de la escritora: “Sabemos más de lo que usamos. (…) Y no sabemos siquiera lo suficiente”.

“Quería vivirlo todo, probarlo todo, ir a todas partes, hacer de todo. Incluso el viaje, escribió una vez, lo consideraba una acumulación. Y su apartamento, una suerte de reificación de los contenidos de su mente, estaba repleto casi hasta reventar de una colección, sorprendente en su disparidad, de objetos, grabados, fotografías y, desde luego, libros, libros sin fin”.

Para ilustrar lo difícil de clasificar la gama de intereses de su madre, Rieff cita lo que ella escribió en el cuento Proyecto de un viaje a China:

“Durante veinte años me he prometido que haría tres cosas antes de morir:-escalar el Matterborn-aprender r a tocar el clavicordio-estudiar chino."

En su septuagésimo cumpleaños dijo que lo que lo que más anhelaba era tiempo, “tiempo para emprender la obra que la escritora de ensayos le había distraído con tanta frecuencia y por tan largos períodos”.

Rieff considera que en Susan Sontag el goce de vivir y el goce de saber eran en verdad uno y lo mismo.
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