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viernes, 7 de agosto de 2015

LA MEMORIA ES UNA MATRIOSKA

Una radio transmitió hoy La era está pariendo un corazón. La audición despertó antiguas emociones. Tal vez oí por primera vez la canción de Silvio cuando estaba en una escuela al campo. La memoria es una matrioska. De pronto recordé otro título: ¿Quién eres tú, Polly Magoo? No puedo contar nada de este filme y, sin embargo, su anuncio en la marquesina del Payret se fijó  para siempre en mi mente. Los años le  han  quitado el rostro y las extremidades a la pareja ocasional con la que dormí una noche, más bien esperé el amanecer a su lado, en el Hotel New York. En cambio, recuerdo con alucinante nitidez las escenas vistas en el interior  de varias habitaciones. Las  puertas entreabiertas a lo largo del pasillo hasta el  ascensor del hotel me permitieron esa noche disfrutar  imágenes que parecían creadas por  Pasolini.

sábado, 7 de noviembre de 2009

KING Y LAS LUCES DEL PRADO.

Por: Lázaro Sarmiento


King se recostaba todas las noches a la farola de la esquina de Prado y San José, a unos pasos de la marquesina del cine Payret. Y lo hacia con la naturalidad de un bajorrelieve viviente del Paseo del Prado de La Habana. King había sido ayudante en el estudio fotográfico Narcy, en la época de los reportajes de farándula en la revista Bohemia y los anuncios de cerveza con lindas modelos en las vallas de las carreteras.

Narcy, “fotógrafos de los artistas”, siempre estuvo después de Armand, “el fotógrafo de las estrellas”. Ese mundo era historia muy antigua, cuando un amigo cazador de anécdotas y productor de discos hizo que me fijara en aquel señor mayor, pulcro, perfumado y bien vestido, conversador y memorioso, que cada noche se “encadenaba” a la luminaria de la entonces concurrida esquina del Payret . Lo rodeaban amigos ocasionales y principiantes que aprendían “de la vida” con la experiencia de la gente de más edad.

Casi todas las vedettes de los tiempos de King en la fotografía estaban retiradas en Cuba o el extranjero y algunas vivían en asilos. Sin embargo, King continuaba trabajando la imagen. Ahora sus ojos seguían a jóvenes de la ciudad y el campo, que alardeando de sus hormonas, músculos, gestos y camisas semiabiertas, desfilaban delante de sus espejuelos de aumento: desde el portal de La Sortija hasta el Parque Central, y luego el mismo trayecto a la inversa. King era feliz en aquel pedazo de acera, de donde solo se apartaba para ir al Teatro Musical o a las funciones de ópera y ballet de la sala García Lorca. Pero un día no se le vio junto a su farola. Había enfermado.

Fui con el productor de discos al apartamento de King en la calle San Miguel para conocer su estado de salud. Allí se había construido una especie de jaula dentro de la propia casa. En la puerta de su habitación que daba a la sala relucía un enorme candado. Años atrás trajo a vivir con él a una muchacha necesitada de vivienda. Luego la muchacha se enamoró, se casó, tuvo hijos que ahora corrían por la edad de la peseta, y King se convirtió en una persona ajena en el seno de la familia que una vez quiso inventarse. Ellos hablaban de temas que a él no le interesaban, veían en televisión programas que a él no le gustaban, y lo observaban de una manera que a él le dolía. Por último, ellos obtuvieron de las leyes derechos eternos de ocupación del inmueble.

King no podía recibir las visitas que hubiera querido, ni brindarles té, ni tampoco enseñarles las fotos de artistas que había sacado del estudio Narcy antes de la intervención. Y mucho menos soñar con abanicar en su cama a alguno de los paseantes del Prado durante una noche de calor, aunque el deseo podía costarle la vida como les había ocurrido a otros homosexuales en la ciudad.

De pronto sintió la necesidad de que lo cuidaran. Pensó que lo mejor sería irse a Camagüey a vivir con su única hermana, Carmelina, la cual residía sola en un impresionante palacete colonial. Se despidió de su farola la noche en que estrenaron en el Payret Fresa y chocolate.

Años después me encontré a King ya muy apagado y encogido en la calle República de la ciudad de Camagüey durante un evento de la radio. Y aunque los cuerpos que sus ojos desnudaban los hay en todas la ciudades del mundo, lo primero que me preguntó fue por su esquina de Prado y San José en La Habana.

Me asusta la fragilidad de los paisajes.

Abajo: Acera de La Sortija, en Monte y Prado. Imágenes actuales del Paseo del Prado de La Habana. Arriba izquierda: Obra de Michael Kirkham.






lunes, 22 de diciembre de 2008


Cines de medianoche
Por: Lázaro Sarmiento

Hasta hace pocos años, los cines Payret y Yara de La Habana ofrecieron funciones a las doce de la noche. Fueron los s últimos. Las proyecciones en este horario se habían iniciado de forma regular en la capital cubana en el cine Cuatro Caminos en los inicios de la década de 1940.

Hubo una época en que la presentación de películas en la medianoche solo estaba relacionada con temas “escabrosos”, según el término empleado por los censores de los años treinta, o de nudismo y evidente contenido sexual.

Como los viejos cines de barrio constituyen uno de los temas de este blog, me resultan muy valiosos los datos divulgados en el libro La tienda negra. El cine en Cuba (1897-1990). Su autora María Eulalia Douglas incluye la siguiente referencia correspondiente a noviembre de 1939:

“Por primera vez la Comisión Revisora de Películas aprueba la exhibición, en tandas regulares, de un filme con tema calificado de “escabroso”. Se trata del filme argentino Tributos sexuales, sobre enfermedades venéreas, clasificado como científico-didáctico.


“Se autorizó para mayores de 15 años y se exhibió en los cines Florencia y Favorito. Este tipo de filmes y otros con el tema del nudismo solían exhibirse muy esporádicamente en tandas especiales a las doce de la noche…”


En 1940 el cine Cuatro Caminos se convirtió en el primero de La Habana en ofrecer tandas regulares de medianoche .El espectáculo, de doce a tres de la madrugada, incluía dos películas, noticieros y dibujos animados.

el 31 de diciembre de 1944 los cines Fausto, Alcázar (después Teatro Musical de La Habana) ,Nacional (hoy Gran Teatro), Payret y Campoamor, entre otros, ofrecieron una función extraordinaria a las doce de la medianoche para recibir el año nuevo . La costumbre se extendió en las décadas sucesivas.



Pero todo esto me parece historia antigua.
Ahora la televisión con musicales enlatados y películas de moda ha sustituido a los viejos cines en la última noche del año.


Imágenes:
Derecha Cine teatro Fausto, en Prado, La Habana. Una de las mejores muestras del art deco habanero.
Arriba: Cine Favorito, en Belascoaín, Centro Habana. En la actualidad sede de la compañía de danza de Narciso Medina. Fotos: Lázaro

viernes, 28 de noviembre de 2008

La reina de los cines de La Habana.
Por: Lázaro Sarmiento

La actriz italiana Francesca Bertini (1888-1985) fue la primera de las divas. Era una época en que según Alejo Carpentier, “las estrellas se movían en un mundo propio, silencioso…con algo de peces raros que nadaran tras de los cristales de un acuario...mujeres-sirenas, mujeres-mandrágoras, mujeres-aves, que aullaban tragedias con voces inaudibles, que nos hablaban con labios mudos…” Francesca Bertini reinaba en esa fauna de celuloide.


En mayo de 1916 se proyectó Odette, un filme anodino si no fuese por la actuación de la Bertini, argumentan los críticos de hoy. En una función especial en el Teatro Nacional en La Habana, el público seleccionó a Odette como la película más popular. Se recogieron las firmas de los espectadores en un álbum que le enviaron a la actriz en Italia. En una entrevista posterior ella dijo que guardaba con gratitud el álbum de sus admiradores cubanos.

En septiembre de 1916, se le pregunta al público del cine Payret en que género prefería a Francesca Bertini, si en el dramático o en el cómico. Triunfó el dramático. La intérprete de Assunta Spina era ratificada entre nosotros como la gran trágica.

En la Calzada de Luyanó, en La Habana , todavía esta en pie la fachada del cine Norma, inaugurado en 1910. Ese mismo Francesca Bertini protagonizó la cinta Lucrecia Borgia. Y desde la pantalla del Norma, la primera de las divas debió clavar sus misteriosos ojos negros en los espectadores mientras con labios mudos aullaba tragedias de llantos espantosos.

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