La vida es breve, pero yo deseo vivir para siempre.
Esta afirmación de Yukio Mishima poco antes de morir en 1970 me hace reflexionar no sobre la vida y la muerte, como podría ser por lógica asociación, sino en la lealtad. El escritor japonés había fundado una sociedad paramilitar para luchar contra lo que consideraba la occidentalización de su pueblo y defender la cultura y al Emperador. Esa lucha lo llevó a una serie de acciones que terminarían con la decisión del harakiri, que debía ser un suicidio espectacular con la presencia de público y periodistas. Un fiel discípulo de 24 años llamado Masakatsu Morita estaba encargado de cercenar la cabeza de su maestro. El joven erró tres veces el golpe cuando ya Mishima se había desgarrado el vientre. Y luego de emprender la última misión encomendada por su jefe, Morita se aprestó a llevar hasta las últimas consecuencias la fidelidad que le había jurado: ofrendar su propia vida. Pero no logró rajarse tampoco el vientre por sí mismo y tuvo que ser decapitado por otros dos miembros de la Sociedad del Escudo. Sin embargo, los tropiezos no empañan su gesto de lealtad hacia Mishima.
Al referirse a este suceso, Marguerite Yourcenar escribió sobre Morita: “Veinte años más joven que su maestro, dio más de su vida y quizá sin más motivación que su lealtad. Nadie lo menciona: únicamente se sabe que era originario de una provincia del norte adonde, según parece, enviaron sus cenizas”.
Imágenes: Yukio Mishima (izquierda) Masakatsu Morita (derecha)
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