
Por: Lázaro Sarmiento
La única vez que estuve cerca de Alba Marina fue en la esquina de las calles K y 19 en el Vedado. Yo iba camino de la emisora COCO y ella venía en dirección contraria, hacia Coppelia. La elegante mezzo-soprano, cuya imagen me era familiar desde niño a través de los programas de televisión, tal vez estaba próxima a cumplir los 70 años. Me llamó la atención que avanzaba con energía faraónica y la mirada fija en el piso de la acera, como quien busca un valioso objeto perdido. Lo que la diva buscaba ese día debía moverse unos pasos delante. Había dejado atrás una cuadra entera pero sus ojos azules, tan impresionantes como su cabellera rubia de valkiria, seguían explorando el cemento que cubre las aceras con esa capa promiscua que es la misma en todas las ciudades del mundo. Sin embargo, Alba Marina estaba lejos de cualquier cualidad gregaria.
En una expedición, siendo adolescente, por una librería de viejo en la Calzada de 10 de Octubre, frente al cine Moderno, descubrí el Álbum de 1959 de los Artistas de CMQ-Televisión. La página dedicada a Alba Marina la retrataba bajándose de un lujoso automóvil , a punto de pisar una alfombra roja fuera de la cámara y luciendo, desde luego, la cabellera-adorno que la distinguía y acompañaba a su voz exquisita en los escenarios, donde había actuado junto a figuras como Maurice Chevalier , María Félix y Nat King Cole.

Hace mucho tiempo extravié ese álbum con las fotos de cantantes, actores y presentadores cuya mayoría envejeció bien o mal, murió o se fue de Cuba. Sin embargo, gracias a los guiños de la fascinación, siempre recuerdo la fotografía de Alba Marina en su época esplendorosa de la CMQ. Incluso cuando escucho la palabra televisión me viene a la mente aquella imagen, originada a casi treinta años de distancia de la mujer real que yo tenía ahora a unos pasos de mi, a punto de atravesar temerariamente una calle habanera mientras sus ojos claros, que ya habían perdido parte del antiguo poderío, seguían atentos a la superficie de la acera.

Durante las tres décadas transcurridas entre ambas imágenes, Alba Marina fue uno de los pilares del Teatro Lírico fundado por la Revolución, viajó por los países socialistas de Europa y obtuvo en 1982 el premio de actuación femenina en el Festival de Teatro de La Habana por su papel protagónico en la ópera La médium.
Ese día daba la impresión de no importarle el tráfico ni el riesgo. Un auto podía atropellarla. Los choferes no tendrían tiempo de detener sus vehículos ante el cuerpo de una dama que, mirando con obstinación el suelo, cruzara la calle como lo haría una reina soberbia en una ciudad operática. Y cuando yo estaba a punto de vencer mi timidez y advertirle del peligro inminente -¡Cuidado, Alba Marina!- ocurrió lo inesperado. La artista, como obedeciendo a un reloj interno, alzó la vista y miró en la dirección del tránsito con un movimiento de muñeca mecánica. Luego, todo en segundos, transformó el gesto rígido en una falsa sonrisa glamurosa y me dedicó una mirada directa que podía parecer inteligente y hasta dulce pero en el fondo me resultó extraña, convulsiva . Entonces se percató de una pausa en la caravana de autos, bajó la acera, clavó de nuevo su mirada en el asfalto y continuó imperturbable hacia lo alto de la calle K.

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