Por: Lázaro Sarmiento
A la edad de tres años, Eduardo Manet comenzó a asistir al cine de la mano de su madre. Iban a la sala Strand, que estaba en la calle San Miguel, en La Habana. En una entrevista reciente, el dramaturgo, novelista y cineasta cubano Manet recordó esa época de su infancia en la década de 1930:
“La primera película que me marcó (lo juro, no sobre la Biblia, sino sobre la colección completa de Cahiers de Cinéma) fue Anna Karenina con Greta Garbo. Por supuesto, mamá y yo lloramos durante todo el final de la película, con la secuencia con Freddy Bartholomew y la divina Garbo. Quien, dicho de paso, se convirtió, desde entonces, en mi ídolo, una santa a la que a veces yo hacía plegarias. Normal que tenga en la casa los más bellos libros con las fotos de la Divina, así como muchas de sus películas. Por desgracia, no todas están en dvd, aunque sí Anna Karenina, Marie Waleska y La Reina Cristina, con esa imagen del final. Garbo pregunta al eminente (y muy olvidado y a veces despreciado) Mamoulian: “¿Qué debo hacer? Mi amante murió, viajo con su cadáver hacia el exilio”. Respuesta del, en ese momento, genial director: “No haga nada. Su cara debe ser una página en blanco”. Y así fue. La más bella imagen, para mí, de la historia del cine.”