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domingo, 12 de junio de 2011

LAS CAFETERAS DEL EMPERADOR MING.

Por: Lázaro Sarmiento


Mi recuerdo más antiguo de La Habana tiene que ver con tazas de café.

Dormí con mi papá y un tío en una casa de huéspedes de la calle Neptuno. Después de esta primera noche en la gran ciudad me llevaron a desayunar a una cafetería en la esquina de San Rafael y Águila, frente a la tienda Roseland. Quedé fascinado por el movimiento casi sincrónico de grupos de hombres y mujeres cuyas manos y brazos acercaban con deleite hacia sus labios las blanquísimas tazas con el vivificante líquido , expulsado instantes antes del interior de unas cafeteras enormes y niqueladas que parecían diseñadas para la escenografía del planeta Mongo.

Yo estaba hipnotizado por ese ritual urbano alrededor de hileras de tazas de café. Eran llenadas con robótica rapidez por empleados muy pulcros y consumidas con elegante lentitud (pero con prisa latente) por los habaneros antes de partir a sus oficios y deberes. Ese ritmo de camareros y parroquianos, relacionado con sabores, rutas de guaguas y camisas planchadas, desaparecería con el tiempo. Luego, la evolución tecnológica extinguiría aquellas cafeteras, artefactos fabulosos en el territorio de mi infancia.

Los recuerdos de ese primer día en La Habana, la gente como hormigas desplazándose hacia sus destinos, la decoración de las vidrieras de Fin de siglo, y los vendedores de periódicos voceando las leyes del Gobierno Revolucionario, están envueltos en el vapor que salía de las cafeteras del emperador Ming.






domingo, 6 de septiembre de 2009

MESAS PARA VER LA VIDA PASAR.


Por: Lázaro Sarmiento


Me gustaría que La Habana tuviera mesitas al aire libre en un mayor número de avenidas y esquinas para sentarse a conversar, tomar líquidos o café o simplemente ver a la gente pasar. Es algo relacionado con la manera de ser de casi todos los cubanos, amantes de la calle, de la acera, de los grandes espacios, del diálogo espontáneo y de la mirada buscando lo público y el rostro - o el cuerpo- ajenos. Luego está el clima con tardes y noches calurosas en las que las paredes (y también las ropas) parecen sobrar. Además de las mesas, podrían colocarse bancos para descansar en las aceras de arterias populosas, no sólo para esperar el ómnibus sino como escenarios de ocio expectante.

Y uno de los primeros sitios donde yo pondría esas mesas sería en el Paseo del Prado, en el tramo comprendido entre las calles Monte e Industria. En este caso volverían las mesitas porque esta zona ya tuvo los famosos Aires Libres y las orquestas legendarias frente al Hotel Saratoga que mi generación no conoció. Lo aires que recuerdo emanaban de una atmósfera de venta de cerveza en tramos de las aceras del Prado y que la gente bautizó como "los paragüitas”, los cuales subsistieron, creo, hasta principios de la década de los noventas con algunas mesas cerca del cine Payret y un poco más allá.

El Prado pudiera tener mesitas como las que hay en la Taberna de la Muralla de la Plaza Vieja y en la Plaza de la Catedral. Tal vez con servicios más modestos que aquellos que se ofrecen en la profundidad del Centro Histórico pero iguales de agradables y bien recibidos, como las mesitas instaladas en el boulevard de San Rafael. Pensaba así, mientras hoy domingo recorría un tramo del Paseo del Prado y disfrutaba del estimulante y gratuito espectáculo de observar la vida pasar.




Postal de promoción del Hotel Saratoga, año. 1932. Abajo: Fachada actual del Saratoga, en Prado esquina a Dragones. Reconstruido en el año 2005 pertenece a la cadena Habaguanex.


Arriba, al inicio de la página: Paseo del Prado, frente al Parque Central. En este tramo hay mesitas en el Café del Louvre y en el portal del Hotel Telégrafo.

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