jueves, 20 de marzo de 2008

NUEVA YORK-LA HABANA, EL MEMORÁNDUM DE GRETA GARBO.


Por: Lázaro Sarmiento.

En algún momento de la década de los 80, el escritor Miguel Barnet me contó desde Nueva York, donde disfrutaba de la beca Guggenheim, el instante en que su mirada y la de Greta Garbo se cruzaron en un estallido de poesía. Diez años después aquellas impresiones de Miguel se convirtieron en el Memorandum XV de su libro Con pies de gato (Ediciones Unión, 1993).


AHORA TE VOY A CONTAR de cuando vi a Greta Garbo en Nueva York. Yo iba masticando castañas. Fue en diciembre, con mucha nieve, a unas cuadras de Washington Square Park. Yo había dejado atrás casa familia y a diario contemplaba los puentes sobre el East River. A veces confundía los días y las noches y disfrutaba el olor a moluscos podridos de los espigones. Me adiestré en múltiples oficios solitarios. En Nueva York ya es un hábito hablar con uno mismo. Los dioses, los ángeles, los arcángeles, las estrellas de cine están en la calle, en los mercados, en la platea de los teatros, y nadie mira a nadie. Pero yo te iba a contar de cuando vi a Greta Garbo en Nueva York. En realidad todos se decían que era ella pero yo no la veía. Hasta que un día un amigo ocasional me llevó a la puerta de su casa. A punto de llegar sonó una alarma, luego un silbato y yo vi un rostro detrás de una ventana. Caía mucha nieve y el hombre del silbato me alejó de la casa. Sonámbulo, con frío, me acerqué a un lago helado y vi un halcón. Llegué al río. Compre una manzana, la mastiqué para quitarme el gusto a la castaña y seguí mi camino.
Greta Garbo se asomó a la ventana, su rostro masculino, consagrado a la muerte, me miró una tarde de invierno. Fue la única vez que alguien en Nueva York me dedicó una mirada.”

En el Día Mundial de la Poesía pienso en los momentos compartidos con mis amigos poetas Sigfredo, Joaquín, Miguel, Frank, Ramón y Albis. Ella no está pero me gusta imaginar que siempre podrá contar conmigo para que la acompañe por sus paseos a través de interminables pasillos con miles de puertas. Por una de esas puertas se fue Albis.

Con el fervor de los amigos pasa como con el cauce de los ríos: unas veces desciende, otras sube, sube.

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