Por: Lázaro Sarmiento
El Martini era uno de los tragos preferidos de Mercedes García Ferrer. Lo recordé esta tarde cuando hojeaba un libro con recetas de la coctelería en Cuba. En una ocasión, ella me pidió que le buscara en el bar del Capri, frente a su apartamento en la esquina de N y 21, este trago preparado con ron blanco y vermut seco.
A la casa de Mercedes me llevó por primera vez Joaquín Baquero exhibiendo mi timidez y curiosidad en la época en que estábamos en el Servicio Militar. Al principio yo no pronunciaba ni una palabra, mis labios no se movían. Ella me prestaba atención con su mirada, como el malicioso truco de las actrices que hacen sentir a cada espectador como su único invitado especial. Seguramente mis ojos revelaban la fascinación que me despertaban sus conversaciones con los amigos y conocidos que a cualquier hora del día pasaban por su sala, rodeada de cristales y pinturas. Intercambiaban noticias y mencionaban libros y autores (Mercedes era un lectora voraz) películas, canciones , trovadores (Silvio, Serrat, Pablo…)…Desnudaban el mundo y a los que lo habitaban y ella hablaba del misterio de la poesía, de Colette, Lorca , Donoso y del don que trae determinada gente al nacer. Había tertulias que se extendían hasta la madrugada. Un día Mercedes me contó sobre el joven amante que la peinaba frente al espejo de su habitación y luego le hacía el amor sobre una alfombra de rosas. Se narraban historias íntimas y ajenas. Y de vez en cuando se generaban pequeños terremotos. Con ella y una amiga fui varias veces a cenar a la Bodeguita del Medio con el beneplácito de su gerente, Martínez, un viejo admirador de Mercedes. A ella le gustaban los frijoles negros dormidos.
En los años setenta , la casa de Mercedes en el Vedado era un lugar de peregrinaje para jóvenes artistas y otros ya destacados que tocaban a su puerta atraídos por la irradiación, los vaticinios y las observaciones de esta reina hechizante que muchos intuían era una gran poetiza pero cuyos textos conocían pocos lectores. No fue hasta veinte años después de su muerte cuando se publicó un libro suyo.
Aunque yo era un visitante intermitente, con el tiempo me sentí ligado a ese mundo donde la fabulación se entrelazaba con la realidad cotidiana. Hay diálogos e imágenes de entonces que nunca he olvidado. También rostros. Fue un aprendizaje.
La última vez que vi a Mercedes estaba en cama, minada por el cáncer. Unos meses atrás le había conseguido en Radio Ciudad un contrato para adaptar obras de teatro que se transmitían los domingos. Me lo agradeció con la energía alucinante que en ocasiones antecede a la muerte. Y habló de próximas obras radiofónicas pues, dijo, el dinerito de los libretos le vendría muy bien. Miguel Barnet había ido a verla esa noche. Ambos fingimos que creíamos en el entusiasmo de una mujer a la que se le escapa la vida. Después de despedirnos de Mercedes y de su mamá Panchita caminamos en silencio por la calle 23. De pronto, en medio de la multitud, los automóviles y las luces de la Rampa, Miguel recitó su Madrigal para Mercedes García, publicado en 1980. Cuando terminó, aplaudimos a Mercedes y nos secamos los ojos.
“Cuando todos los cristales de tu casa de sueños
se hayan roto
Cuando todas las puertas de mi casa de sombras
se hayan cerrado
Espérame
Yo iré a buscarte sin máscaras
debajo de la noche
Tú abrirás las puertas de mi casa de sombras
Yo restauraré los cristales de tu casa de sueños."
Edificio donde vivía Mercedes García Ferrer. Su hija, la doctora Cecilia Castañeda, continúa residiendo en el mismo apartamento.
Desde esta pequeña terraza encima del Club 21, Mercedes veía la vida pasar a la sombra del Hotel Capri.
Arriba: Mercedes García Ferrer en una lectura de poemas en su natal Camajuaní.
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