Por: Lázaro Sarmiento
El río está en Pipián, una localidad a siete kilómetros de Madruga, municipio de la provincia La Habana. Una parte de mi familia viene de aquí. El nombre de Pipián aparecía con frecuencia en la década de 1960 en los paródicos y en la televisión pues en este pueblo nació y vivió el ciclista Sergio “Pipián” Martínez, el rey de las carreteras cubanas. El atleta que conoció la gloria deportiva murió en 1979 a consecuencia de un accidente de tránsito.
Yo venía con mi abuela desde La Habana a Pipián, donde residía su madre Rosa. Ella hacia relatos de la Iglesia del pueblo, Nuestra Señora de Lourdes, donde trabajó durante casi toda su vida. Un día me contó que en su lejana juventud había visto a una señora quedarse ciega como castigo por levantarle el vestido a una de las santas de yeso del templo para saber si tenía órganos como todas las mujeres.
Sin embargo, el paisaje de la primera vez que me bañé en un río sigue siendo el mismo de mi recuerdo.
La vida empieza a correr/ de un manantial, como un río/ a veces, el cauce sube, / a veces, el cauce sube, y otras se queda vacío. ”Así comienza un poema de Nicolás Guillén perteneciente al libro El son entero. Y muchos años después de que mi vida comenzara a correr regreso a este río, que conocí en la infancia, y cuyo caudal aumenta poderosamente en época de lluvias.
El río está en Pipián, una localidad a siete kilómetros de Madruga, municipio de la provincia La Habana. Una parte de mi familia viene de aquí. El nombre de Pipián aparecía con frecuencia en la década de 1960 en los paródicos y en la televisión pues en este pueblo nació y vivió el ciclista Sergio “Pipián” Martínez, el rey de las carreteras cubanas. El atleta que conoció la gloria deportiva murió en 1979 a consecuencia de un accidente de tránsito.
Yo venía con mi abuela desde La Habana a Pipián, donde residía su madre Rosa. Ella hacia relatos de la Iglesia del pueblo, Nuestra Señora de Lourdes, donde trabajó durante casi toda su vida. Un día me contó que en su lejana juventud había visto a una señora quedarse ciega como castigo por levantarle el vestido a una de las santas de yeso del templo para saber si tenía órganos como todas las mujeres.
Ahora en un viaje en compañía de mi tía Gina dibujo en la memoria algunas cosas que se las tragó para siempre el tiempo, como la brillosa victrola que había en un bar con techo de guano al final de la cuadra donde estaba la casa de mi bisabuela Rosa, o la gasolinera en la entrada, o a la salida, de las tres o cuatro calles que conformaban el pueblo. Y desaparecieron, por suerte, los pisos de tierra blanca que en aquella época tenía la mayoría de las viviendas.
Sin embargo, el paisaje de la primera vez que me bañé en un río sigue siendo el mismo de mi recuerdo.
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