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jueves, 22 de octubre de 2009

PALABRAS DE LA CRISIS.

Estado de alerta, cohetes, cuarentena, cubanos, portaviones,
tropas, bases militares, B-27, Caribe, bloqueo, milicianos, Gobierno Revolucionario, movilización, rusos....Estas eran algunas de las palabras que se reiteraban en las conversaciones, comunicados oficiales de los gobiernos y en la prensa de todo el mundo hace 47 años. Otras palabras eran: La Habana, Washington y Moscú.

“22 de Octubre: El Comandante en Jefe, Fidel Castro, pone en estado de alerta de combate a las FAR y, dos horas después, decreta ese estado para todo el país.

-John F. Kennedy se dirige a su país y a todo el mundo por radio y televisión para informar sobre su decisión de llevar a cabo un bloqueo naval alrededor de Cuba, el cual domina ‘cuarentena’, para encubrir el carácter prepotente guerrerista de esta medida. Las llamadas ‘fuerzas de tarea’ para hacer efectivo el bloqueo, incluyen 238 buques, 8 portaviones, 2 cruceros, 118 destructores, 12 submarinos, 65 buques anfibios y 32 auxiliares.


-Los Estados Unidos dispone la evacuación de todo el personal civil de la base naval de Guantánamo.

-La Junta de Jefes de estados mayores de los Estados Unidos, desde el Pentágono, imparte directivas a la Flota del Atlántico. Comienzan a desconcentrarse los bombarderos B-27 del Comando Aéreo Estratégico en 40 aeropuertos civiles de los Estados Unidos, cada uno de esos bombarderos con sus respectivas cargas nucleares. Los aviones quedan listos para despegar en 15 minutos.

-Es decretado el estado de máxima alerta para las tropas norteamericanas situadas en Europa Occidental y en el Lejano Oriente, lo que hacen también los aliados yanquis de la OTAN.”

(22 de octubre de 1962)
Tomado del libro CUBA: 42 AÑOS DE REVOLUCION. Cronología histórica, 1959-1982, de los autores José Cantón Navarro y Martín Duarte Hurtado, publicado en La Habana., en el 2006 por la Editorial Ciencias Sociales.
Fotos: Archivos en internet de Life.

martes, 7 de octubre de 2008


El Che de mi abuela.
Por: Lázaro Sarmiento

Entre las figuras a las que mi abuela encendió velas en su vida sobresalen San Lázaro y Che Guevara.

Lázaro era su Santo protector porque, decía ella, había salvado a su nieto cuando nació sietemesino en una finca distante de cualquier hospital con incubadora de oxígeno.

Al Che lo consideró un santo porque, según argumentaba, había renunciado a los cargos y honores que merecía por ser uno de los comandantes victoriosos de la Sierra Maestra y se había ido a luchar por los oprimidos a otras tierras del mundo, dejando atrás casa y familia.
El día en que supimos era cierta la noticia de la muerte del Che, mi abuela en su homenaje encendió una lamparita: la tapa de un pomo con aceite de cocina y un mechita de algodón. No sé si entonces escaseaban las velas o ella prefería el recurso rudimentario de la tapita con la que se han evocado a tantos espíritus en Cuba.

El Che era fotografía, canción, cientos de anécdotas sobre sus ideas y carácter, cartel urbano, nombre en reuniones públicas y gritos de pioneros por el socialismo seremos como el Che. Luego estaba el misterio de sus rutas por el mundo y de su paradero.


Y de aquel torbellino de imágenes y sonidos que rodearon la adolescencia de muchos cubanos como yo, permanece en mi memoria la imagen de una abuela, callada y dolida, frente a la muerte del Che como la de un ser cercano, querido.

Hay distintas maneras de reaccionar ante la noticia irreversible de una muerte. Para algunos lo más sano es dejarse llevar por los sentimientos porque hay un momento en que resulta inútil ponerle camisas de fuerza a la emoción. Luego habrá tiempo para secarse las lágrimas y reflexionar sobre el significado de una vida y la lección de sus actos.


Por eso mi abuela, que no era más revolucionaria que los demás, - y seguramente no comprendía cabalmente las doctrinas del Che- estuvo todo ese día de octubre dialogando con su propia tristeza. Y mientras miraba a sus nietos almorzar en silencio, tuve la impresión de que quería apretarnos más fuerte de lo habitual con su lazo de ternura, algo casi imposible porque ya nos mimaba al máximo.


Yo no tenía entonces la madurez para darme cuenta como la historia y los héroes entran de mil maneras en la intimidad de las familias .Ese hombre estaba vinculado a las cosas importantes que a mi abuela le habían pasado desde que triunfó la Revolución en 1959.


Lo primero, cuando los antiguos propietarios de la vivienda donde había sido doméstica por treinta pesos al mes le escribieron desde Miami y le dijeron: - Margot, cuídeme bien la casa-.Ella les contestó:
- Esta casa me la dio Fidel Castro.


Mi abuela sabía que algunas de las cosas positivas que le estaban sucediendo tenían que ver con los comandantes que rodeaban a Fidel, entre ellos el Che. Y la lámpara rudimentaria de aceite que ella encendió aquel día era su manera personal de mantenerlo vivo.

Hay hilos invisibles entre la memoria familiar y el culto a los héroes.
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