Por: Lázaro Sarmiento
No se si fue el elefante encadenado a una bola de hierro que ví en el portal del teatro Martí , o la Virgen del Camino en su isla de promesas y gladiolos por donde pasan los vehículos al entrar a La Habana a través de la Carretera Central. No logro precisar cuál es la imagen urbana más antigua que guardo de la niñez cuando mis padres dejaron el pueblo de Madruga y se mudaron a La Habana. A veces pienso que el paquidermo en la esquina de Dragones y Zulueta es un recuerdo sembrado. Pero siempre me faltan deseos para averiguar en los archivos si en los años sesenta hubo algún espectáculo que incluyera la exhibición de un elefante en la entrada del popular teatro vernáculo. Después, en la escuela primaria Rubén Martínez Villena, de Luyanó, una gordita llamada Sonia me decía que tenía un elefante pequeño en el patio de su casa, que el animal se lo había regalado su tío, un chofer de Ómnibus Urbanos. Todos los días, Sonia traía al aula una historia nueva sobre su elefante. Es la mentira más antigua que recuerdo y más deliciosa que las dichas a mis compañeros del colegio cuando yo los llevaba a casa de mi abuela en Santos Suárez y les mostraba el abrigo de visón que ella había heredado de los “polacos”. Yo les contaba que esa prenda confeccionada con la piel de un pequeño mamífero carnicero la había usado mi abuela en sus viajes con un amante acaudalado por los océanos del mundo a bordo de transatlánticos que tocaban los puertos de Corfu, Nueva York, Río, Liverpool... En esa época yo había descubierto un libro de lecturas de segundo grado, desfasado por la realidad , cuyas páginas incluían un escrito sobre el Queen Mary, el barco de pasajeros más lujoso del planeta ¿Y quién mejor que mi abuela, mi cómplice en todo, para disfrutar de aquella maravilla de los mares?
Con ella, mi infancia navegó a gusto por el territorio del nunca jamás de las primeras mentiras.
Arriba: El Queen Mary desde cuya borda imaginaba a mi abuela viendo por primera vez los rascacielos de Manhattan y el exuberante paisaje de Río. Abajo: Mi abuela, Hannie y yo, años después de las exhibiciones del abrigo de visón.
Fiesta de carnaval en la Escuela Rubén Martínez Villena, calle Enna, Luyanó, La Habana, en algún año de la década del sesenta. Los estudiantes imitaban a los personajes del programa Aventuras del Canal 6 de la televisión. Yo, el primero de la derecha, como Marcial Alvarado, el héroe de la serie que se transmitía en ese momento.