Por: Lázaro Sarmiento
Rosita estaba esplendorosa en su madurez física y artística. En unas semanas, La Habana sería la sede del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Por toda la ciudad se presentaban espectáculos para recaudar fondos para la gran fiesta. En esta ocasión, el cabaret Tropicana era el escenario de uno de los eventos. Y entre las figuras convocadas estaba Rosita Fornés. A ella habíamos ido aplaudirla Gladys Pérez, Ondina Mateo, Joaquín Baquero y yo. Gladys, periodista, muy joven entonces como todo el grupo, había entrevistado unas semanas atrás a Rosita para un radio documental de Radio Progreso. De pronto, Joaquín Baquero se levantó y se perdió entre las mesas del salón Arcos de cristal. Unos minutos más tarde regresaba eufórico acompañado por la mismísima Rosita Fornés. En esa época él no conocía personalmente a la ya legendaria vedette pero se la ingenió para arrancársela de las manos a su media naranja Armando Bianchi y traerla hacia nuestra mesa con el propósito de presentármela. La escena provocó una eclosión maravillosa entre mi timidez y el deslumbramiento. La estrella comenzó a improvisar un discurso cortés, en armonía con su glamour, hasta que apareció Bianchi, quien tomándola del brazo le dijo con tono firme:
Rosita estaba esplendorosa en su madurez física y artística. En unas semanas, La Habana sería la sede del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Por toda la ciudad se presentaban espectáculos para recaudar fondos para la gran fiesta. En esta ocasión, el cabaret Tropicana era el escenario de uno de los eventos. Y entre las figuras convocadas estaba Rosita Fornés. A ella habíamos ido aplaudirla Gladys Pérez, Ondina Mateo, Joaquín Baquero y yo. Gladys, periodista, muy joven entonces como todo el grupo, había entrevistado unas semanas atrás a Rosita para un radio documental de Radio Progreso. De pronto, Joaquín Baquero se levantó y se perdió entre las mesas del salón Arcos de cristal. Unos minutos más tarde regresaba eufórico acompañado por la mismísima Rosita Fornés. En esa época él no conocía personalmente a la ya legendaria vedette pero se la ingenió para arrancársela de las manos a su media naranja Armando Bianchi y traerla hacia nuestra mesa con el propósito de presentármela. La escena provocó una eclosión maravillosa entre mi timidez y el deslumbramiento. La estrella comenzó a improvisar un discurso cortés, en armonía con su glamour, hasta que apareció Bianchi, quien tomándola del brazo le dijo con tono firme:
-Vámonos, Rosa, sabes que no me gustan los secuestros.