sábado, 25 de diciembre de 2010

ALICIA Y LA ETERNIDAD

Por: Lázaro Sarmiento


Me gusta el concepto sobre la edad de las personas que el escritor norteamericano Thornton Wilder (1897- 1975) expresó en su novela Los idus de marzo. En este libro, el personaje de Cicerón le escribe a su hermano:

“Yo sostengo que cada persona tiene una edad hacia la cual apunta toda la vida como la aguja imantada apunta al Norte. Marco Antonio tendrá siempre dieciséis años, y del contraste entre esta edad y los años que realmente cuenta resulta un espectáculo cada vez más lamentable. Mi buen amigo Bruto ha sido un cincuentón reflexivo y juicioso desde la edad de dice años. César está siempre en la cuarentena, como un Jano que mirase irresoluto hacia la juventud y hacia la vejez. Según esta ley, Cleopatra, a pesar de su juventud, tendría cuarenta y cinco, lo que hace aparecer desconcertantes sus gracias juveniles. Su redondez es la de una mujer que ha tenido ocho hijos. Su andar y su porte son muy admirados, pero no por mí. Tiene veinticuatro años y camina como si tratara de representar veinticuatro años.”

De acuerdo con esta tesis, Alicia siempre aparentará la edad de Giselle.

Ella ha reiterado en varias ocasiones que vivirá 200 años. En 1986 le preguntaron para el libro Diálogos con la danza ¿Qué le pide usted a la vida? :

“-Doscientos años. Y espero que la ciencia avance bastante rápido y que algunos tipos en vez de hacer bombas y otras armas de destrucción o de promover su desarrollo desenfrenado, cuiden más del ser humano, hagan más por su bienestar.”

El reciente cumpleaños 90 de Alicia Alonso, celebrado en Cuba como una fiesta nacional, sugiere que su aguja imantada apunta hacia la eternidad. No por el mucho tiempo que ha vivido hermosamente sino porque somos cómplices entusiastas de esa ilusión.

OTRAS ENTRADAS:

ALICIA ALONSO, NOSTALGIA DEL FUTURO.

ALICIA ALONSO DETIENE EL TIEMPO.

ALICIA ALONSO Y LOS PLANETAS.

ALICIA Y FERNANDO ALONSO JUNTOS EN LIFE.


domingo, 19 de diciembre de 2010

EL ROSTRO KASALTA.


Por: Lázaro Sarmiento

Esta tarde, un rostro detrás del mostrador de un comercio en el centro de la ciudad -estaba a cargo de las carnes y el pescado - me recordó, en un estallido de vibraciones insondables, otro idéntico que conocí de niño. Revoluciones, vuelos espaciales, epidemias, - incluso el planeta se había fragmentado y vuelto a armar- se sucedieron en el espacio de tiempo que separaba los dos rostros. El hombre al que correspondía el primero murió hace años siendo muy joven a causa de unas fiebres fulminantes. Trabajaba en la cafetería Kasalta, donde mi tía me llevaba porque ella disfrutaba como princesa china que un camarero con aire de soldado homérico le sirviera los más exquisitos eclears de vainilla de La Habana. El empleado de hoy aparentaba la misma edad que tenía aquel cuando desnudaba a mi tía con miradas dulzonas. Y similares eran su nariz, el ángulo de la barbilla, el cabello lustroso, los vellos del antebrazo y, sobre todo, el aura (palabra de antiguo prestigio). En unos segundos tuve la certeza brutal de que todos las demás masculinidades que yo había rozado hasta ese momento eran referentes falsos. Una aguja imantada apuntaba ahora, inexorable, hacia los bordes metálicos del frízer donde una belleza proletaria despachaba una libra de mozzarella con sonrisa calculada, el gesto cortés de todos los dependientes del mundo . Imagino una conversación. Tal vez una invitación a Kasalta, que se ha reinventado como un restaurante de moda. Este rostro, que era la recreación del otro, podía sintetizar un concepto del placer. ¿Algo más, señor? No hay diálogo. Le entrego el dinero en sus manos blancas y de venas jóvenes. Están frías como la mozzarella.

Me alejo hacia la profundidad de la ciudad. Hay certezas que llegan tarde.


domingo, 12 de diciembre de 2010

UNA CARTA DESDE EL PALACIO DE BUCKINGHAM.

Por: Lázaro Sarmiento

Yo era un niño monárquico. A los ocho años de edad, el delirio hizo que redactara en mis cuadernos escolares una carta magna que convertía a Cuba en una monarquía. Y por esa época copié de la Guía Telefónica las direcciones de los embajadores de los reinos acreditados en La Habana y les pedí fotografías de los reyes, emperadores y sultanes que ellos representaban, así como los textos de las constituciones de sus países. En pocos días se estableció una extraña actividad de correos que tenía desconcertado al cartero – un negro muy alto y muy correcto- encargado de la correspondía en la calle del barrio de Luyanó donde yo vivía. Y como era un niño con suerte, del Palacio de Buckingham recibí una carta firmada por uno de los secretarios de Su Majestad británica que gentilmente daba acuse de recibo de mi misiva, la cual venía acompañada de una fotografía a color de Isabel II del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte . Hubo alboroto en el clan familiar y a partir de ese momento los muchachos de la escuela me respetaron más: “la reina de Inglaterra le escribió una carta a Lazarito”. Mi abuela colocó en un cuadro la imagen de la soberana y lo colgó muy cerca del altar de San Lázaro, en una de las paredes de su cuarto. Allí estuvo por varios años hasta que los motores y los discursos de la historia borraron los colores del retrato junto a mi fervor monárquico. Y con el tiempo olvidé la fotografía de la Reina. Pero hoy recordé aquella imagen, perfecta en su frialdad y distancia, al observar las caras de pánico del Príncipe Carlos y Camilla Parker-Bowles cuando su automóvil en Londres fue blanco de las protestas estudiantiles que por estos días sacuden la capital británica. Dicen que algunos manifestantes gritaban "¡Cortarles la cabeza!".

Calle Velázquez, en el barrio de Luyanó. La Habana.

sábado, 11 de diciembre de 2010

UN CRETINO.

“Recuerdo un regreso a Roma en tren, al atardecer. No sé de dónde volvía, pero me aguardaba una esposa o una amante y un corro de niños que cantaban. Hacía calor en el crepúsculo. El tren bordeaba ese barrio de chabolas de las afueras donde las casas son simples cobertizos redimidos por la salvaje fertilidad de los pequeños jardines. En uno de esos jardines diminutos, un joven se bañaba desnudo en una palangana. Se habría dicho que se preparaba para atender las mesas de una trattoria del Gianicolò. Sólo recuerdo su aspecto juvenil, la palidez de su piel, el vello de las axilas y la ingle. Lo amé. ¡Cómo lo amé! En ningún momento se me ocurrió que pudiera ser un cretino de aliento fétido y voz gangosa. De manera que volví a la ciudad y al círculo de amistades sumido en la tristeza, encorvado como un impostor agobiado por las culpas. Ahora que soy viejo, pienso que esos caprichos son parte de la riqueza de la vida.”

(Tomado de Diarios de John Cheever)

De vez en cuando regreso con delicia a los Diarios de Cheever. Hace años que lo hago con largas pausas pues estos textos, donde el autor intentó descubrir su yo más íntimo, son para disfrutarlos con pies de gato.

John Cheever nació en Quincy, Massachusetts, en 1921. Recibió el Premio Pulitzer en 1978. Murió en 1982.


domingo, 5 de diciembre de 2010

LA FELICIDAD SE INVENTA EN UN MINUTO.

Por: Lázaro Sarmiento

Él, un héroe del béisbol que se jugaba en las cuatro esquinas del barrio.
Yo, fama de inteligente y de contar historias que sorprendían al grupo.
Un aire de leyenda había quedado entre los amigos de la secundaria por lo que parecía nuestra rivalidad por los labios de la muchacha que estaba de moda aquel año. En el cine Florida proyectaban Iluminación íntima, una película checa. Nocturno difundía Voy a pintar las paredes con tu nombre. Ahora, cuando aquellos amores estudiantiles no son más que cancioncitas en los programas de memorias de las estaciones radio, dices en un segundo correo que yo era hermético pero que en esa época sentías la necesidad de conversar conmigo y que nunca has olvidado esos diálogos breves. Dices más, que tenías también tu propio mundo interior.

Sin que haya ocurrido un cataclismo universal o el colapso de la red, se interrumpe la comunicación entre nuestras computadoras. Me alejo de la máquina y de su perversidad. Resignarse es una estrategia. Hay un imán en medio de la ciudad y quisiera que la multitud me adoptara. Me recuesto en una columna republicana, con una cerveza entre las manos, rodeado de anónimos, en La Habana profunda. No presto atención a la voz que me pregunta la hora, “que si estoy dando una vuelta”. Yo lo que quiero es regresar a mi casa y encontrarme con un nuevo mensaje en la computadora para que vuelvan el barrio, los amigos, el béisbol, los labios ignorados... Y hasta estaría dispuesto a pintar las paredes como en una comedia dulzona de domingo por la tarde.

La felicidad se inventa en un minuto.


Cine Florida de la Calzada 10 de Octubre, La Habana.

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