Por :Lázaro Sarmiento
Todo lo que emana de Alicia Alonso es grande. Los acontecimientos que tienen que ver con ella crecen y se magnifican.
Por eso interpreté como algo excepcional y natural a la vez las vibraciones que sentí hace unas horas cuando, camino del Vedado, cruzaba cerca del Gran Teatro de La Habana, donde un rato más tarde comenzaría la gala por el aniversario 60 de la fundación del Ballet Nacional de Cuba , una de las contribuciones de Alicia a la cultura cubana junto a Fernando y Alberto Alonso.
Mucho antes de las ocho de la noche, ya el teatro estaba acosado por un enjambre de amantes del ballet, ómnibus lujosos, funcionarios, embajadores, personas curiosas, familiares de los artistas, automóviles, oficiales del tránsito… Había en el ambiente esa luminosidad invisible que proyecta el arte y que contrastaba con el discreto alumbrado público que rodea el edificio de rara arquitectura en la manzana de Prado, San José, Industria y San Rafael, donde habitualmente tienen lugar las presentaciones del ballet cubano.
De pronto recordé una noche parecida de principios de la década de 1980 en la que vi bailar por primera vez a Alicia Alonso el adagio del Lago de los Cisnes. Disfruté aquella función con el deslumbramiento de quien asiste a la revelación de un misterio, a la escenificación de una leyenda.
Ella convertía unos pocos minutos en el escenario en un poderoso símbolo artístico.
Hay algo más en Alicia Alonso que está a la altura de su legado: esa fascinación por la vida convertida en una suerte de milagro cotidiano. Esta actitud es la única explicación que encuentro a su vitalidad increíble, a la militancia laboriosa con la dignidad de un pueblo, a su sentido del humor al decir que vivirá 200 años, a la invención de coreografías, y a sus constantes desplazamientos por el mundo. Ayer en las Pirámides, mañana en Madrid, hoy en La Habana .
Luego, al llegar a mi casa, todavía colmado de buenas vibraciones, y observar a la diva por televisión acompañada en el escenario por dos jóvenes bailarines, y verla señalando con los brazos hacia un punto impreciso, tal vez un planeta lejano donde ella hubiera querido bailar , corrí hasta la computadora para enviar este email : Alicia, me gustaría ser un mago poderoso para entregarle una porción del Tiempo tan grande como sus sueños .
Por eso interpreté como algo excepcional y natural a la vez las vibraciones que sentí hace unas horas cuando, camino del Vedado, cruzaba cerca del Gran Teatro de La Habana, donde un rato más tarde comenzaría la gala por el aniversario 60 de la fundación del Ballet Nacional de Cuba , una de las contribuciones de Alicia a la cultura cubana junto a Fernando y Alberto Alonso.
Mucho antes de las ocho de la noche, ya el teatro estaba acosado por un enjambre de amantes del ballet, ómnibus lujosos, funcionarios, embajadores, personas curiosas, familiares de los artistas, automóviles, oficiales del tránsito… Había en el ambiente esa luminosidad invisible que proyecta el arte y que contrastaba con el discreto alumbrado público que rodea el edificio de rara arquitectura en la manzana de Prado, San José, Industria y San Rafael, donde habitualmente tienen lugar las presentaciones del ballet cubano.
De pronto recordé una noche parecida de principios de la década de 1980 en la que vi bailar por primera vez a Alicia Alonso el adagio del Lago de los Cisnes. Disfruté aquella función con el deslumbramiento de quien asiste a la revelación de un misterio, a la escenificación de una leyenda.
Ella convertía unos pocos minutos en el escenario en un poderoso símbolo artístico.
Hay algo más en Alicia Alonso que está a la altura de su legado: esa fascinación por la vida convertida en una suerte de milagro cotidiano. Esta actitud es la única explicación que encuentro a su vitalidad increíble, a la militancia laboriosa con la dignidad de un pueblo, a su sentido del humor al decir que vivirá 200 años, a la invención de coreografías, y a sus constantes desplazamientos por el mundo. Ayer en las Pirámides, mañana en Madrid, hoy en La Habana .
Luego, al llegar a mi casa, todavía colmado de buenas vibraciones, y observar a la diva por televisión acompañada en el escenario por dos jóvenes bailarines, y verla señalando con los brazos hacia un punto impreciso, tal vez un planeta lejano donde ella hubiera querido bailar , corrí hasta la computadora para enviar este email : Alicia, me gustaría ser un mago poderoso para entregarle una porción del Tiempo tan grande como sus sueños .