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viernes, 21 de diciembre de 2012

ALICIA ALONSO, REINA DEL TIEMPO.

Por: Lázaro Sarmiento

Bajo la mirada cómplice de los satélites, llevando coreografías románticas y posmodernas de una ciudad a otra del planeta, mimada por la devoción  de su público,  Alicia Alonso ha logrado el sueño secreto de la mayoría de los terrícolas: detener el tiempo.


Al final de la década del setenta, en el Gran Teatro  de La Habana, la vi bailar por primera vez. Aplaudí su adagio del  Lago de los Cisnes con el deslumbramiento de quien asiste a la revelación de un misterio, a la escenificación de una leyenda.

Ella había convertido unos pocos minutos en el escenario en un poderoso símbolo artístico. Luego de la función le expresó a un periodista: “En cualquier oficio hay que buscar la perfección... Créame, no hay incógnitas en mi baile, solo trabajo, constante, infinito, sin retención”.

Las personas que la ovacionamos aquella noche sabíamos que la perfección de sus doncellas-cisnes, de su ingrávida Giselle, de la electrizante Carmen, constituye un enigma que muy pocas bailarinas logran descifrar jamás.

Y cuando parecía que en la Tierra quedaban pocas reinas como las que habitan los cuentos de “Había una vez”, Alicia desafió los pronósticos y se negó a abdicar. Su  arte se multiplica en numerosos proyectos, puestas  en escena, clases magistrales y a través del Ballet Nacional de Cuba, uno de los rostros de la cultura cubana.

Hace unas semanas, cuando un crítico le agradeció a Alicia Alonso su presencia en el programa de televisión La Danza Eterna,  la artista afirmó: “me verás durante 200 años”.  Él  fue halagador  con una pregunta: ¿por qué ponerle límites a ese tiempo? Entonces  Alicia, sin perder un segundo, le respondió con una sonrisa pícara: “porque  no se puede ser egoísta”.

Hoy que celebramos el cumpleaños  92 de Alicia y su carrera gloriosa,  pienso que entre mis mejores recuerdos figura aquella noche en el Gran Teatro de La Habana, cuando un frágil cisne de amor me enseñó que el mundo pertenece a los que no se cansan y que el corazón de una mujer transformada en ave puede detener el tiempo.
Foto: Alicia Alonso entrevistada por el periodista cubano Ismael Cala, en CNN.

sábado, 8 de agosto de 2009

CUANDO ANA PAVLOVA ATRAVESÓ EN TUTÚ EL PARQUE CENTRAL DE LA HABANA.


Por: Lázaro Sarmiento

Ana Pavlova (1881-1931) atravesó varias veces en tutú los aproximadamente doscientos metros que a través del Parque Central separan el Hotel Plaza del antiguo Centro Gallego, luego Gran Teatro de La Habana. Esto ocurrió en el año 1915 durante la primera de las tres visitas que la gran bailarina rusa realizó a la Isla. Las otras tuvieron lugar en 1917 y 1918. Dicen que incluso interpretó algunos de sus mágicos pasos de baile sobre las lozas cementadas del principal parque de la capital cubana.

La anécdota la leí en el libro de memorias de Orlando Quiroga titulado Nada es imposible (Letras Cubanas, 1996).

“Cuando la voz se corrió por la ciudad, una multitud de damas elegantes, niños, hombres con sombrero de jipi y periodistas venidos de todas partes, se agolpaban a la puerta del hotel, fundado en 1909, para ver el espectáculo inaudito de la bailarina más famosa del mundo saliendo por la gran puerta del Plaza, ya vestida uy maquillada para interpretar su legendaria Muerte del cisne.


“A la Pavlova, que además de grande era experta en marketing y relaciones públicas, le encantó el jolgorio que sus salidas y entradas al hotel provocaban en aquella ciudad, entre pecaminosa e ingenua.”

La gratuita exhibición del arte de Ana Pavlova se interrumpió a los pocos días. Parece que la empresa que la contrató y su agente la llamaron a cordura. Y los curiosos tuvieron que conformarse con ver a la estrella elegantemente vestida tomar un coche que la llevaba dos cuadras hasta la entrada del Gran Teatro de La Habana. Allí se convertía en el cisne deslumbrante cuya muerte era aplaudida hasta el delirio.


Parque Central de La Habana. En la foto de la derecha el Hotel Plaza, inaugurado en 1909. Por su puerta principal Ana Pavlova salía vestida para bailar la Muerte del cisne. Una multitud la seguía hasta el teatro.

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