El
cigarro es uno de los símbolos del deseo. En la historia del cine el tabaco asumió una
función alegórica. Las estrellas
del celuloide contribuyeron a
extender por el mundo el hábito de fumar. En el libro
La diva nicotina, historia del tabaco, su autor Iain Gately recuerda que los cigarros pasaron a ser un
símbolo de poder, o un sustituto del pene, como afirmaba Carl Jung, discípulo de Freud: “Los hombres de negocios,
los del mundo del espectáculo y los gánsteres aparecían en las películas fumando un cigarro. Edward G. Robinson, rey
de los matones de la pantalla, sabía
mordisquear el extremo de su cigarro con un gesto tan amenazador que a las mujeres del público caían desmayadas”.
viernes, 14 de agosto de 2015
miércoles, 12 de agosto de 2015
TE ESPERO EN EL NIÁGARA
En
Santos Suárez descubrí maneras de la felicidad que me atraparon para siempre. Yo
era de Luyanó con su esquina de Toyo, con la gente caminando por el medio de la
calle, con la Vía Blanca de los camioneros y con los cafés de la Calzada de Concha y con mi pulcras escuelas
de primaria y secundaria. También en Luyanó estaban los amigos de todos los días
que jugaban a hacerse los héroes del beisbol y me llevaban al cine Ritz para
que aprendiera a fumar a escondidas en
el balcony mientras pasaban viejas películas.
Sin embargo, Santos Suarez fue mi barrio adoptivo. Allí vivían mi abuela y mis tías.
Santos Suárez con sus magníficos parques y los flamboyanes de la avenida Santa
Catalina. La esquina de la cafetería Niágara era entonces el centro del mundo con
sus sándwiches, el cine con sus estrenos de
los jueves, la pizzería, una
librería bien surtida y la parada
de las rutas 37 y 79. Además del Santa Catalina estaban los otros cines: Los Ángeles,
Mara, Alameda, El Mónaco y el Santos Suárez, que fue el primero en desaparecer.
Yo bajaba por la calle Estrada Palma y
siempre me detenía
frente a la casa blanquísima de Amelia
Peláez para imaginarme su vida de
persona entre pinturas, plantas y cerámicas. Pero mi fachada preferida era la
casita de madera en la misma calle y que
por puro milagro ha sobrevivido hasta hoy, de un estilo que no es el nuestro pero
de un encanto que es universal. Y, sobre todo, en Santos Suárez descubrí el paseo
inteligente y el gozo expectante mientras caminaba acompañado hacia la Ward.
Era una época en la que creíamos que la juventud es algo
que dura toda la vida. Y eso se parece mucho a la felicidad.
domingo, 9 de agosto de 2015
MAZI, LA VIDA.
El verdadero amor nunca
es discreto. La frase me suena como una
etiqueta frente a este graffiti en una
calle de La Habana Vieja. Los tonos de
la voz, las expresiones del rostro, las canciones que escucha, la ropa que elige
y hasta la forma de poner la cafetera en el fuego revelan los sentimientos amorosos de una persona. Y la
mayoría quiere que esas ansias las conozca el mundo. Por eso siento una gran
admiración por los amantes invisibles,
los que tienen que ocultarse a los ojos de los
demás, los que se conforman con una especie de vanidad interior, los que se regocijan unas horas en un cuarto de hotel y luego cada uno parte
hacia rumbos opuestos hasta perderse en la multitud.
ILUMINACIÓN INTIMA
Él, un héroe del béisbol
que se jugaba en las cuatro esquinas del barrio. Yo, fama de inteligente y de
contar historias que entretenían al
grupo. Un aire rompecorazones había
quedado entre los amigos de la secundaria por lo que parecía nuestra rivalidad
por los labios de la muchacha de moda aquel verano. En el Florida proyectaban Iluminación íntima, una película checa. Nocturno difundía Voy a pintar las paredes con tu nombre.
Ahora, cuando aquellos amores estudiantiles no son más que cancioncitas en los
programas arqueológicos de la radio, dices en un email que yo era hermético pero que en esa época
disfrutabas cruzarte conmigo en la calle y que nunca has olvidado esos diálogos. Y
citas pedazos de conversaciones. Dices más, que tenías también tu propio mundo interior. Demasiado tarde para reencontrarnos en una
esquina del barrio.
viernes, 7 de agosto de 2015
LA MEMORIA ES UNA MATRIOSKA
Una radio transmitió hoy La era está pariendo un corazón. La audición
despertó antiguas emociones. Tal vez oí por primera vez la canción de Silvio cuando
estaba en una escuela al campo. La memoria es una matrioska. De pronto recordé otro
título: ¿Quién eres tú, Polly Magoo? No puedo contar nada de este filme y, sin
embargo, su anuncio en la marquesina del Payret se fijó para siempre en mi mente. Los años le han quitado el rostro y las extremidades a la
pareja ocasional con la que dormí una noche, más bien esperé el amanecer a su
lado, en el Hotel New York. En cambio, recuerdo con alucinante nitidez las escenas
vistas en el interior de varias habitaciones.
Las puertas entreabiertas a lo largo del
pasillo hasta el ascensor del hotel me
permitieron esa noche disfrutar imágenes
que parecían creadas por Pasolini.
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