La capacidad para sentirse abrumado por la belleza tiene un vigor asombroso y sobrevive entre las más rigurosas distracciones. Esto escribía Susan Sontag en el ensayo Un argumento sobre la belleza, recogido en su libro póstumo Al mismo tiempo.
Me gusta pensar en el carácter efímero que a veces tiene la belleza (el de los cuerpos) y en su visibilidad acentuada cuando se muestra junto a la imagen contraria: la pareja de un hombre feo y una mujer bella; o un organismo carcomido junto a un tronco y unas extremidades de atleta. Hay muchas otras representaciones.
Uno de los personajes de El nombre de la rosa de Umberto Eco afirma que la belleza del cuerpo solo existe en la piel: “Si los hombres viesen lo que hay debajo de la piel se estremecerían de horror”… “Si piensas en lo que se esconde en la nariz, en la garganta y el vientre, sólo encontrarás suciedad.”
Y volviendo a Susan Sontag: “La belleza menos ‘enaltecedora’ del rostro y del cuerpo aún es el sitio más comúnmente visitado de lo bello.”
Pero ¿por qué esta amalgama de citas sin profundizar en ningún concepto? .
Sucede que hoy me impactó la imagen de una pareja integrada por una mujer impresionante, bellísima según los cánones generalmente idealizados, y un hombre masculinamente feo, con algo de simio cortés. Parecían enlazados por una armonía que dejaba fuera todo el escenario que los rodeaba. Ella daba la impresión de que consideraba un lujo caminar junto a él. Y los dos respiraban una química fabricada en lugares recónditos de sus cuerpos.
Me incliné en gesto de admiración y respeto ante la atracción hormonal que los enlazaba.
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