Por: Lázaro Sarmiento
La belleza más conmovedora es la más evanescente. Esto advertía Susan Sontag al referirse al rito anual de contemplación de los cerezos en flor en Japón, citado en el ensayo Un argumento sobre la belleza, recogido en su libro póstumo Al mismo tiempo.
Me gusta pensar en el carácter efímero que a veces tiene la belleza (el de los cuerpos) y en la alianza que puede establecer con su imagen contraria: la pareja de un hombre feo y una mujer bella; o un organismo carcomido junto a un tronco y unas extremidades lozanas. Hay otras representaciones.
Y volviendo a Susan Sontag: “La belleza menos ‘enaltecedora’ del rostro y del cuerpo aún es el sitio más comúnmente visitado de lo bello.”
Hoy observé la escena de una mujer frágilmente bellísima, según los cánones generalmente aceptados, con un hombre masculinamente muy feo. Sus figuras en La Rampa de La Habana proyectaban una alegría casi obscena. Tuve la impresión de que ella caminaba junto a él como si lo considerara un lujo.
Sentí deseos de inclinarme en gesto de admiración y respeto ante la atracción hormonal que los unía.