Por: Lázaro Sarmiento
Desde la ventanilla del ómnibus observaba un mundo idílico. Varias veces al mes mí mamá y yo hacíamos el viaje La Habana-Madruga. A ambos lados de la Carretera Central el mismo paisaje: los árboles verdes, las cruces de los accidentes, las curvas, los pueblos con sus gasolineras y cafeterías y la foto de la cascada del Hanabanilla… Pero también estaban los ojos de pozo profundo de las reses hacia el matadero. Iban en camiones que pasaban a unos centímetros de nuestras miradas, dejando una burbuja de mal olor que rápidamente se disipaba. Y cuando el ómnibus se acercaba a Catalina de Güines mi mamá siempre me decía en voz baja, para que los demás pasajeros no la escucharan: Ahí había un bayú.
Y con bayú, en voz de mi madre, aprendí el poder de las palabras escondidas dentro del lenguaje, mal vistas, discriminadas como las mujeres que poco antes de aquellos viajes habían abandonado su palacio de madera, rodeado de platanales a orillas de la carretera, porque ya no podían seguir siendo putas.
Bayú platanal carretera viajes putas Catalina Madruga palacio pueblos
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jueves, 19 de julio de 2012
jueves, 20 de noviembre de 2008
Regreso a Salzburgo desde La Habana
Por: Lázaro Sarmiento
Tiene 78 años. Sueña con que un productor la descubra y la incluya en una película. Otras veces en su imaginación el cineasta es sustituido por un extranjero maduro, rico, que la invita a Salzburgo, la ciudad austriaca donde ella estuvo hace una década. El viaje se lo facilitó una organización de mujeres alemanas. Todo fue como en una película porque “la vida muchas veces copia al cine.”
Arriba de la chimenea, un sitio especial de la sala, unos portarretratos muestran a una pareja que siempre admiró: María Félix y Jorge Negrete. “En Cuba, hubo una época en que todas las mujeres querían parecerse a María”.
Por: Lázaro Sarmiento
Tiene 78 años. Sueña con que un productor la descubra y la incluya en una película. Otras veces en su imaginación el cineasta es sustituido por un extranjero maduro, rico, que la invita a Salzburgo, la ciudad austriaca donde ella estuvo hace una década. El viaje se lo facilitó una organización de mujeres alemanas. Todo fue como en una película porque “la vida muchas veces copia al cine.”
Arriba de la chimenea, un sitio especial de la sala, unos portarretratos muestran a una pareja que siempre admiró: María Félix y Jorge Negrete. “En Cuba, hubo una época en que todas las mujeres querían parecerse a María”.
En la pared cuelgan dos títulos recién obtenidos: Estudios de la Cátedra Universitaria del Adulto Mayor y Curso de Inglés. Ahora aprende francés. El aula está llena de jóvenes que la adoran. “Me gusta rodearme de juventud porque eso alimenta mi espíritu. Y ellos elogian mi estilo. Les sirvo de inspiración.”
Durante cuarenta años trabajó en un hospital como técnica de radios x. “Veía como eran los cuerpos por dentro y como se destruían en nada por roturas, tumores y bacterias: niños, jóvenes, viejos…” Ahora no quiere oír ni hablar de enfermedades. Y mucho menos que le mencionen la palabra muerte.
Otros hacen del pasado una bandera. Ella no. Lo suyo es la ilusión, las relaciones sociales, los cursos, la conversación, el divismo, los gestos…
Mientras espera por algunos de sus sueños, ensaya poses mayestáticas en su casa de Centro Habana. Y perfecciona la pronunciación de palabras como amour, vie, voyage, rêve…
Se llama Niovis Matilde. Bonne chance, Madame.
Fotos: Lázaro Sarmiento
Mientras espera por algunos de sus sueños, ensaya poses mayestáticas en su casa de Centro Habana. Y perfecciona la pronunciación de palabras como amour, vie, voyage, rêve…
Se llama Niovis Matilde. Bonne chance, Madame.
Fotos: Lázaro Sarmiento
miércoles, 6 de agosto de 2008
LOS ROSTROS QUE VI EN PARIS
Por: Lázaro Sarmiento
En Paris vi a Catherine Deneuve. Yo iba rumbo a Saint Germain por la Rue de Rennes cuando descubrí su presencia detrás de la bruma de cristal de un auto charolado detenido en el semáforo situado en la esquina de Cartier. Quizás ella bajaría y entraría en la famosa joyería.
En Paris vi a Catherine Deneuve. Yo iba rumbo a Saint Germain por la Rue de Rennes cuando descubrí su presencia detrás de la bruma de cristal de un auto charolado detenido en el semáforo situado en la esquina de Cartier. Quizás ella bajaría y entraría en la famosa joyería.
Por un momento dudé si aquel rostro con aire mayestático, inmune a las promiscuidades del tráfico de la gran urbe, mirando sin mirar algo en particular, pertenecía a Catherine Deneuve.
Ella estaba a tiro de mi mirada en una de esas esplendorosas mañanas de verano que tanto disfrutan los franceses. Había una perfección irreal en su cara que me hizo imaginar que la figura que yo contemplaba gracias a las luces de un semáforo era, en realidad, un artilugio tecnológico basado en la actriz de Belle de jour (1967), película que tengo entre mis favoritas por el morbo de la historia.
Si. Era la representación de un icono dibujado en el cristal del auto por la mente de un chofer con relaciones indromúricas con las estrellas de cine, o tal vez… No tuve tiempo para seguir reflexionado. La luz verde hizo que Catherine Deneuve desapareciera de mi mirada. Se fue flotando como una bandera pálida entre cientos de vehículos. Y yo seguí caminando por Rennes donde unos minutos antes me había cruzado con caras y cuerpos muy semejantes a los que yo me encontraba a diario en Centro Habana o el Vedado.
En el avión, de regreso a La Habana, recordé que el rostro que más se repetía en Paris era el de Grace Kelly. Es que en numerosas esquinas de la capital francesa un cartel publicitario anunciaba una exposición sobre la nunca olvidada Princesa de Mónaco , en el Hotel de Ville, hasta el 16 de agosto.
Ella estaba a tiro de mi mirada en una de esas esplendorosas mañanas de verano que tanto disfrutan los franceses. Había una perfección irreal en su cara que me hizo imaginar que la figura que yo contemplaba gracias a las luces de un semáforo era, en realidad, un artilugio tecnológico basado en la actriz de Belle de jour (1967), película que tengo entre mis favoritas por el morbo de la historia.
Si. Era la representación de un icono dibujado en el cristal del auto por la mente de un chofer con relaciones indromúricas con las estrellas de cine, o tal vez… No tuve tiempo para seguir reflexionado. La luz verde hizo que Catherine Deneuve desapareciera de mi mirada. Se fue flotando como una bandera pálida entre cientos de vehículos. Y yo seguí caminando por Rennes donde unos minutos antes me había cruzado con caras y cuerpos muy semejantes a los que yo me encontraba a diario en Centro Habana o el Vedado.
En el avión, de regreso a La Habana, recordé que el rostro que más se repetía en Paris era el de Grace Kelly. Es que en numerosas esquinas de la capital francesa un cartel publicitario anunciaba una exposición sobre la nunca olvidada Princesa de Mónaco , en el Hotel de Ville, hasta el 16 de agosto.
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