Una noche viajé dentro de una caja de zapatos. Fue un episodio rodeado de
rezos y nervios, pues el doctor del pueblo dijo que no llegaría con vida. A mi
abuela se le ocurrió envolverme en algodones y botellas de agua caliente. Y me
acomodó en la caja de cartón de los últimos zapatos comprados por mi padre. Entonces dejamos Madruga y partimos en un Plymouth azul hacia un hospital de Matanzas. Allí me cuidaron un tiempo en una incubadora.
Cuando salí de aquel útero artificial,
estallé en alegría y disfruté con libertad del pecho de mi madre que aún no
había cumplido los quince años. Yo tenía tantos deseos de ser el primer hijo,
el primer nieto y el primer sobrino que vine al mundo a los siete meses. Mi
abuela le agradeció con sus lágrimas a San Lázaro y me unió para siempre al
santo milagroso.
jueves, 20 de agosto de 2015
martes, 18 de agosto de 2015
ACEPTAR LAS PERDIDAS.
"La vejez no es una
lucha. La vejez es una masacre", afirmó Philip Roth
cuando cumplió 75 años en 2008 Y
añadió: "Sólo hay una receta contra el envejecimiento: aceptar las
pérdidas y sacar el mayor provecho de lo que nos queda". La frase me ronda
cada vez que me acerco a mi cumpleaños. Hace unas semanas, Pedro A. Assef dejó en
mi muro en Facebook otra definición: la vejez es una humillación.
"La vejez no es una
lucha. La vejez es una masacre", afirmó Philip Roth
cuando cumplió 75 años en 2008 Y
añadió: "Sólo hay una receta contra el envejecimiento: aceptar las
pérdidas y sacar el mayor provecho de lo que nos queda". La frase me ronda
cada vez que me acerco a mi cumpleaños. Hace unas semanas, Pedro A. Assef dejó en
mi muro en Facebook otra definición: la vejez es una humillación.
viernes, 14 de agosto de 2015
SIMBOLO
El
cigarro es uno de los símbolos del deseo. En la historia del cine el tabaco asumió una
función alegórica. Las estrellas
del celuloide contribuyeron a
extender por el mundo el hábito de fumar. En el libro
La diva nicotina, historia del tabaco, su autor Iain Gately recuerda que los cigarros pasaron a ser un
símbolo de poder, o un sustituto del pene, como afirmaba Carl Jung, discípulo de Freud: “Los hombres de negocios,
los del mundo del espectáculo y los gánsteres aparecían en las películas fumando un cigarro. Edward G. Robinson, rey
de los matones de la pantalla, sabía
mordisquear el extremo de su cigarro con un gesto tan amenazador que a las mujeres del público caían desmayadas”.
miércoles, 12 de agosto de 2015
TE ESPERO EN EL NIÁGARA
En
Santos Suárez descubrí maneras de la felicidad que me atraparon para siempre. Yo
era de Luyanó con su esquina de Toyo, con la gente caminando por el medio de la
calle, con la Vía Blanca de los camioneros y con los cafés de la Calzada de Concha y con mi pulcras escuelas
de primaria y secundaria. También en Luyanó estaban los amigos de todos los días
que jugaban a hacerse los héroes del beisbol y me llevaban al cine Ritz para
que aprendiera a fumar a escondidas en
el balcony mientras pasaban viejas películas.
Sin embargo, Santos Suarez fue mi barrio adoptivo. Allí vivían mi abuela y mis tías.
Santos Suárez con sus magníficos parques y los flamboyanes de la avenida Santa
Catalina. La esquina de la cafetería Niágara era entonces el centro del mundo con
sus sándwiches, el cine con sus estrenos de
los jueves, la pizzería, una
librería bien surtida y la parada
de las rutas 37 y 79. Además del Santa Catalina estaban los otros cines: Los Ángeles,
Mara, Alameda, El Mónaco y el Santos Suárez, que fue el primero en desaparecer.
Yo bajaba por la calle Estrada Palma y
siempre me detenía
frente a la casa blanquísima de Amelia
Peláez para imaginarme su vida de
persona entre pinturas, plantas y cerámicas. Pero mi fachada preferida era la
casita de madera en la misma calle y que
por puro milagro ha sobrevivido hasta hoy, de un estilo que no es el nuestro pero
de un encanto que es universal. Y, sobre todo, en Santos Suárez descubrí el paseo
inteligente y el gozo expectante mientras caminaba acompañado hacia la Ward.
Era una época en la que creíamos que la juventud es algo
que dura toda la vida. Y eso se parece mucho a la felicidad.
domingo, 9 de agosto de 2015
MAZI, LA VIDA.
El verdadero amor nunca
es discreto. La frase me suena como una
etiqueta frente a este graffiti en una
calle de La Habana Vieja. Los tonos de
la voz, las expresiones del rostro, las canciones que escucha, la ropa que elige
y hasta la forma de poner la cafetera en el fuego revelan los sentimientos amorosos de una persona. Y la
mayoría quiere que esas ansias las conozca el mundo. Por eso siento una gran
admiración por los amantes invisibles,
los que tienen que ocultarse a los ojos de los
demás, los que se conforman con una especie de vanidad interior, los que se regocijan unas horas en un cuarto de hotel y luego cada uno parte
hacia rumbos opuestos hasta perderse en la multitud.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)