Hay fumadores que logran
un estallido único de sensualidad en el juego que establecen entre sus dedos,
el cigarro, el encendedor y los claroscuros del rostro. Luego una sensación de
intimidad te abraza. Aunque nunca he fumado, la primera vez que descubrí ese efecto fue en el
cine Ritz de Luyanó en compañía de tres amigos del barrio. Esa noche el líder
del grupo era Iván, mayor que los demás. Ya se afeitaba, usaba colonia de
adultos y consumía Populares sin filtro. Estábamos en séptimo y octavo grado y
salíamos a caminar o sentarnos en las esquinas, a perder el tiempo, o juntarnos
con otros muchachos. Los años han desdibujado su cara y no logro un retrato
convincente; solo recuerdo la impresión que me produjo una palabra suya. Él fue
quien sugirió subir al balcony del Ritz que siempre estaba vacío. A la
acomodadora no le importaba lo que sucedía allí. Nos sentíamos libres. En el
instante en que en la pantalla un montón de cuchillos entraban en la carne de un emperador romano, Iván puso un cigarro
en mis labios y dijo con tierna masculinidad: Pruébalo.
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domingo, 2 de agosto de 2015
lunes, 6 de octubre de 2008
Cines de barrio: el Fénix.
Por: Lázaro Sarmiento
Pero lo que me resulta tan extraño como el recuerdo de Birmania es que cuando hace unos días regresé a lo que fue el cine Fénix, descubrí en el piso del portal un dibujo con las iniciales: H y F. Estas iniciales habían pasado inadvertidas para mí en todas las ocasiones ya brumosas en que fui a sus funciones. Nunca tuve noticias de que en los altos del cine hubiera habido alguna vez un hotel o una posada.
A principios de la década de 1990, el cine Fénix pasó a ser albergue provisional para varias familias necesitadas que con el tiempo convirtieron la instalación en su hogar definitivo.
El recuerdo de El Arpa de Birmania y el cadáver del cine Fénix me producen una sensación de tristeza, diría que casi de miedo.
Por: Lázaro Sarmiento
Es probable que muy poca gente recuerde el cine Fénix de la calle Santa Ana 255 en Luyanó. Como yo vivía en mi niñez y adolescencia en este barrio de La Habana, me cuento entre las personas que tienen algún recuerdo vinculado con el cine Fénix.
Una sola planta con 680 butacas de madera. Grandes ventiladores de pie. Las ventanas permanecían abiertas hacia los pasillos laterales. A ambos lados de la pantalla estaba la puerta de los baños con los clásicos letreritos de Damas y Caballeros. En el lunetario te encontrabas con los vecinos de tu edificio o con los alumnos de tu escuela. El Fénix era el modesto cine de barrio, sin ninguna posibilidad de pasado luminoso. Aquí vi El arpa de Birmania, archivada en mi memoria como una película rara, extraña.
Pero lo que me resulta tan extraño como el recuerdo de Birmania es que cuando hace unos días regresé a lo que fue el cine Fénix, descubrí en el piso del portal un dibujo con las iniciales: H y F. Estas iniciales habían pasado inadvertidas para mí en todas las ocasiones ya brumosas en que fui a sus funciones. Nunca tuve noticias de que en los altos del cine hubiera habido alguna vez un hotel o una posada.
El recuerdo de El Arpa de Birmania y el cadáver del cine Fénix me producen una sensación de tristeza, diría que casi de miedo.
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