“En cuanto a esa Habana tan mitificada adonde acudían los ‘famosos' de entonces, ciudad que a semejanza de Nueva York ‘nunca dormía’, con cien nigth clubs y puras estrellas en cada uno, con una música en plena Edad de Oro, a la par de sus espectáculos nocturnos, confieso que la viví y puedo certificar que en gran parte se trata de una leyenda bien maquillada y magnificada para consumo de los turistas de antes y de ahora. Los ‘misterios de La Habana’, sazonados a lo chef Eugenio Sue, con sus antros de vicio, pecados inconfesables y mafias siniestras al acecho, son más de utilería que otra cosa, para olvidar la otra cara de nuestra capital: una ciudad algo polvorienta, calurosa a pesar de los alisios y los nortes y, sobre todo, aburridísima…; y ésa era la cara habitual”.
En el artículo citado, el ensayista, poeta, musicólogo y saxofonista Leonardo Acosta (1933) brinda sus opiniones sobre el libro de Reynaldo González El más humano de los autores, obra a la que califica de ensayo, biografía del escritor radial y compositor Félix B. Caignet, investigación histórica y sociológica sobre la Cuba de los años 1936-1966 y provocativo mural costumbrista.
Arriba derecha: Esquina de Prado y Neptuno, a un costado del Parque Central. El anuncio de la bañista de la trusa Jantzen fue uno de los lumínicos símbolos de La Habana de los años cuarenta y cincuenta. Ha sido nombrado en diversos textos literarios, entre ellos La Habana para un infante difunto, de Guillermo Cabrera Infante.
La Habana Leonardo Acosta Félix B. Caignet Reynaldo González vida nocturna misterios de La Habana Cuba 1936 1966 capital vicio lumìnicos de La Habana jantzen
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Pedro F. Bàez me enviò su opiniòn sobre la afirmaciòn de Leonardo Acosta de que La Habana era aburrida: " Nací en el '60, así que no puedo opinar objetivamente de si La Habana antes del '59 era aburrida o no. Sí puedo afirmar, sin embargo, y con completa fe en mi memoria y los recuerdos que me atan a ella, que La Habana en la que crecí y disfruté mi infancia, adolescencia y juventud hasta 1980 (año en que me fui) era mucho más bella, glamuosa, amigable, conservada, elegante y limpia, y sobre todo, más cosmopolita y diversa en sus ofertas culturales, sociales y recreativas comparada con La Habana actual a la que he regresado periódicamente... y no me estoy refiriendo a La Habana del Tropicana, el Parisién o el Capri, sino a La Habana de los museos, de La Rampa limpia y esplendente que en su modernidad de entonces moría en El Malecón con su mar de juventud de todas las tendencias escogiéndola como punto de reunión y partida hacia otros destinos de la capital. Polvo, quizá, en La Habana vieja y los barrios alejados del área metropolitana. Intentar desmitificar la leyenda de una ciudad es un error. La Habana es tan aburrida y polvorienta en su esencia tanto como París o Londres si se les quitara precisamente a estas ciudades los íconos culturales, comerciales e históricos que hicieron nacer y desde entonces contribuyen a sus mitos respectivos como ciudades-meca. La Habana, como mito promisorio y avefénix de augurios sin rival en la América hispana, es La Habana que tanto cubanos como viajeros y turistas buscan y quieren conservar en la memoria. Nadie se interesaría en París sin Nôtre Dame, la Tour d'Eiffel, Montmartre, Le Moulin Rouge o el Louvre.
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