Por: Lázaro Sarmiento
Hace unos días, en el Anfiteatro de la Avenida del Puerto de La Habana, Rosita Fornés celebró el aniversario 70 de su debut. Mientras presenciaba el espectáculo recordé Toda una vedette, quizás la última de las grandes revistas protagonizadas por la Fornés. Entre ambas presentaciones habían transcurrido casi veinte años. Sin embargo, algo se mantenía intacto: las expresiones de adoración del público.
Desde el fondo de la platea avanzó en el personaje de Cleopatra sobre una parihuela dorada, sostenida por un grupo de musculosos súbditos musculosos. Los flecos negros de la peluca resaltaban la piel blanquísima del rostro .El cuerpo reclinado en almohadones mostraba los muslos aún victoriosos entre tules. La mirada en tic tac hacia ambos lados del pasillo lanzaba destellos de satisfacción. El público gritó, se paró, pataleó, lloró, quemó las palmas de sus manos. Estas eran las emociones que Rosita Fornés desencadenaba en 1989 en el teatro Mella de La Habana.
Los bailarines que conducían la litera se tomaron su tiempo para que cientos de pupilas observaran “de cerca” a la Reina de Egipto en su pública y democrática esplendidez. Y cuando la caravana subió a la artista hasta lo alto del escenario comenzó el repertorio de adjetivos desde el lunetario:
Rosita faraónica… Bellísima… Rosita tridimensional...Regia… Cuello de porcelana… Que Dios venga y vea a esta señora… Bravo… Tú eres la mejor… Rosa de Cuba…Perrísima…¡¡¡¡
En un momento cumbre de la revista, el Chino Castellanos agarró las piernas de Rosita Fornés y por unos instantes sostuvo su cuerpo en el aire contra la gravedad de la pista. Parecía la imagen de una trapecista en su mejor forma. Fue una proeza acrobática en una mujer que tenía entonces 66 años.
Esa noche de 1989 ocurrieron simultáneamente dos espectáculos en el teatro de la calle Línea de La Habana: uno en el escenario y el otro en la platea. Luego, a la salida, Rosita fue esperada por una muchedumbre, similar a la que la despedía cada semana en el edificio Focsa después de su show de televisión. Y como si dispusiera de todo el tiempo del universo, saludó con oficio de diva a las numerosas personas que se le acercaron queriéndola tocar, besar, ver, fotografiar, respirar su perfume, alcanzar unas fibras de su cabellera…Luego, el chofer puso en marcha el motor y ella se fue envuelta en los cristales oscuros del auto .
Pocas figuras son capaces de provocar reacciones tan apasionadas entre sus seguidores como las suscitadas por Rosita Fornés. El registro adecuado de ese comportamiento de fervor popular quizás hubiera dado como resultado un filme, o un libro, con un poderoso aliento sociológico.
Fotos: Lázaro. Anfiteatro del Puerto de La Habana .18.10.08
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