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sábado, 25 de abril de 2009
EL VEDADO: PALACETE DE N y 25.
Por: Lázaro Sarmiento
En 1921 el arquitecto Emilio de Soto diseña esta casa ecléctica para Fausto García Menocal en la Calle N y 25, sobre un promontorio rocoso. Fausto, hermano de Mario García Menocal (Presidente de la República de 1913-1921) fue Representante a la Cámara, Senador y administrador del central Morón. Esta antigua residencia hoy es un Palacio de Matrimonios.
“Trajes de dril blanco, impecables; solitarios de brillantes, camisas de seda; paseos en automóvil por el Prado; visitas por lo alto (…) y por lo bajo; mujeres cuajadas de brillantes; residencias palaciegas; criados de librea, mansiones, pieles de oso blanco por los suelos; jardines; roof gardens con bailarinas; salas de juego; champagne…” (José Antonio Ramos en Las impurezas de la realidad)
En el mismo año en que los Menocal discuten los detalles de esta mansión a la entrada de El Vedado, había una miseria generalizada en el pueblo cubano. En 1921 el valor total de la zafra fue de 273 millones de pesos, mientras que el año antes había sido de mil millones de pesos aproximadamente.
La monografía El Vedado (1850-1940). De Monte a Reparto (Centro Juan Marinello, La Habana, 2003), del sociólogo chileno Jorge Pavez Ojeda, forma parte de los libros sobre la evolución histórica de este barrio de La Habana: “El Vedado como territorio aparece y se difunde en el imaginario habanero como un territorio de exclusión…las revoluciones cubanas (1895, 1933, 1959) constituyen momentos de importantes reordenamientos y redistribución de la población en el espacio urbano y, por consiguiente, de reapropiación de El Vedado por nuevos grupos, mientras que parte de los grupos asentados anteriormente huyen de estos cambios sociales hacia otros espacios que les aseguren estabilidad y protección de su riqueza”.
domingo, 9 de noviembre de 2008
Los edificios-cisnes del Vedado.
Por: Lázaro Sarmiento
El Hotel Nacional es uno de los edificios emblemáticos de Cuba. En sus habitaciones han dormido presidentes, nobles, divas del cine, mafiosos, celebridades deportivas y también gente sencilla y anónima. Desde hace algunos años, varias de las lujosas piezas de la instalación están reservadas cada día para trabajadores de la Isla que se han destacado en sus esferas productivas, científicas y artísticas.
Por: Lázaro Sarmiento
El Hotel Nacional es uno de los edificios emblemáticos de Cuba. En sus habitaciones han dormido presidentes, nobles, divas del cine, mafiosos, celebridades deportivas y también gente sencilla y anónima. Desde hace algunos años, varias de las lujosas piezas de la instalación están reservadas cada día para trabajadores de la Isla que se han destacado en sus esferas productivas, científicas y artísticas.
Uno de los privilegios de alojarse en el Nacional lo constituye poder observar desde sus ventanas y jardines un conjunto de magníficas vistas de la ciudad. Por el este, La Habana profunda, de edificios descascarados y desvencijados; apuntalada por una población vital, joven y sensual que pasa mucho tiempo en la calle o en las puertas de sus casas.
Por el oeste y el sur del Hotel Nacional se extiende el Vedado. Y a unos metros está La Habana que heredamos del delirio inmobiliario de la década de los cincuenta. Luego vino el esplendor de La Rampa en los años 60. Los arquitectos extranjeros se pasean hoy por las aceras del Vedado como si atravesaran una enorme maqueta a de la arquitectura del Movimiento Moderno de la segunda mitad del siglo veinte.
En otras ciudades del mundo, los nuevos rascacielos, el asfalto implacable, las últimas modas o la voracidad consumista han aplastado el viejo glamour arquitectónico. El Vedado, sin ser invulnerable a la mediocridad o la improvisación, conserva muchas de sus mejores cualidades urbanísticas. Y sigue siendo el lugar preferido para vivir en la capital.
En 1960 Jean Paul Sartre se alojó en una de las habitaciones del Nacional. Luego escribiría: “Personalmente, me gustan los rascacielos: apreciados uno por uno, los del Vedado son bonitos. Pero los hay en todas partes y resultan un desorden de formas y colores. Cuando la mirada trata de unirlos, se les escapa: no hay unidad; cada uno vive por sí. Muchos son hoteles: el Habana Hilton, el Capri, veinte más.
“Es una carrera de pisos: Uno más. ¿Quién pone más? A los quince, el rascacielos es de bolsillo. Cada uno alarga el cuello para mirar el mar por encima del hombro de su vecino. Potente y desdeñoso, el Nacional vuelve la espalda a esa agitación”.
A la visión de Sartre le añado una apreciación desde la ventana de mi habitación en el hotel: los rascacielos enanos del Vedado no alargaban el cuello solo para mirar el mar. Por encima de las azoteas de sus vecinos querían observar un poco más allá.Querían ver Miami.
Fotos: Alfredo Zamora.
En otras ciudades del mundo, los nuevos rascacielos, el asfalto implacable, las últimas modas o la voracidad consumista han aplastado el viejo glamour arquitectónico. El Vedado, sin ser invulnerable a la mediocridad o la improvisación, conserva muchas de sus mejores cualidades urbanísticas. Y sigue siendo el lugar preferido para vivir en la capital.
En 1960 Jean Paul Sartre se alojó en una de las habitaciones del Nacional. Luego escribiría: “Personalmente, me gustan los rascacielos: apreciados uno por uno, los del Vedado son bonitos. Pero los hay en todas partes y resultan un desorden de formas y colores. Cuando la mirada trata de unirlos, se les escapa: no hay unidad; cada uno vive por sí. Muchos son hoteles: el Habana Hilton, el Capri, veinte más.
“Es una carrera de pisos: Uno más. ¿Quién pone más? A los quince, el rascacielos es de bolsillo. Cada uno alarga el cuello para mirar el mar por encima del hombro de su vecino. Potente y desdeñoso, el Nacional vuelve la espalda a esa agitación”.
A la visión de Sartre le añado una apreciación desde la ventana de mi habitación en el hotel: los rascacielos enanos del Vedado no alargaban el cuello solo para mirar el mar. Por encima de las azoteas de sus vecinos querían observar un poco más allá.Querían ver Miami.
Fotos: Alfredo Zamora.
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