Por: Lázaro Sarmiento
Se abusa de la palabra felicidad. Se promociona como si fuese un anuncio en las marquesinas de los teatros. Desconfío de esa manipulación. Prefiero a la gente cuando cuenta sus experiencias con la felicidad. Por eso me gusta la descripción que hizo Charles Chaplin al final de su Historia de mi vida (tres ediciones en Cuba: 1967, 1969 y 1974)
“Schopenhauer ha dicho que la felicidad es un estado negativo, pero no estoy de acuerdo con él. Durante los últimos veinte años he sabido lo que es la felicidad. Tengo la suerte de estar casado con una esposa maravillosa: me gustaría decir algo más sobre esto, pero lleva implícito el amor, y el amor perfecto es el más bello de todos los desengaños, porque representa más de lo que uno puede expresar…A medida que convivo con Oona, la profundidad y la belleza de su carácter son una continua revelación para mi. Hasta cuando camina delante por las estrechas aceras de Vevey con su sencilla dignidad, erguida su linda figurita, con un pelo oscuro peinado hacia atrás, en el que se ven unas hebras de plata, me invade una repentina oleada de amor y de admiración por todo lo que ella es, y se me hace un nudo en la garganta.
Con esta felicidad me siento a veces en nuestra terraza, a la puesta del sol, y contemplo la amplia pradera verde, con el lago a lo lejos, y más allá del lago veo las tranquilizadoras montañas, y en esta disposición de ánimo no pienso en nada, y gozo de su magnífica serenidad.” (THE END)
Siempre he recordado esta imagen de Chaplin sobre la sensación de felicidad. También me gusta evocar a Borges cuando afirmaba que tenemos el deber de ser felices, no solo por nosotros mismos, sino por las demás personas.
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