He puesto sobre la mesa,
como en un juego de cartas, todas mis fotos de los últimos 25 años. Busco
afanoso el instante en que, de presa, me convertí en cazador. Salgo a la calle,
glorificada hoy por una epidemia de belleza. En alguna parte de la ciudad suena
una canción, ingenua y torpe. Trato de localizar un rostro conocido para
compartir una cerveza. Pero estoy rodeado de anónimos. En la platea del cine,
el proyector hace más horrible aún el filme y parece que todos los espectadores
han escapado de un geriátrico. Pienso que éste va resultar un mal día. Como
animal de costumbres, regreso al Vedado por los atajos de siempre, con mil formas arquitectónicas y puertas
cuyas molduras conozco de memoria. Estoy en mi apartamento, rodeado de imanes,
libros, la cafetera, la computadora, el teléfono, la mampostería que beso cada
cierto tiempo…En la televisión, un personaje menciona las palabras roon garden
. De pronto percibo una sacudida entusiasta. Roon garden me conecta con
afinidades privadas. Entonces voy a la caza de mis recuerdos, esa vanidad
secreta. Y logro olvidar las cartas sobre la mesa.
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