Por: Lázaro Sarmiento
Es increíble la cantidad de historia personal, encriptada, que podemos compartir con un extraño. Bajo el arco de un portal o encima del diente de perro, cerca de manglares calcinados, hubo épocas en las que hilvané diálogos con personas con las que luego nunca mantuve vínculo alguno, ni tan siquiera nos dijimos los nombres, pero con las cuales logré una sinceridad impúdica. Hoy, en un paseo por La Habana, me encontré con uno de esos rostros anónimos. Me estremecí cuando X recordó todas los episodios íntimos que yo le había contado hace veinte años durante la única conversación que mantuvimos en cualquier sitio olvidado de la ciudad ¿Cómo un extraño podía saber anécdotas que ni conocen mis amigos más cercanos?
No hay pozo lo suficientemente profundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario