miércoles, 13 de agosto de 2008


El resplandor de las marcas.
Por: Lázaro Sarmiento

Susan Sontag dijo en una ocasión; “vivimos en la época de las compras”. Es una frase que Noemi Klein cita en su libro “No logo. El poder de las marcas” en el que analiza las estrategias de las grandes marcas, como Nike, McDonald s y The Gap, para conquistar los mercados, vampirizar a los consumidores, acabar con los competidores y exprimir a los empleados de los países tercermundistas.

Habla Noemi Klein: “Pero en la actualidad se percibe un patrón claro: mientras más empresas compiten para ser la marca omnipresente bajo cuyo imperio consumimos, creamos arte y hasta construimos nuestros hogares, todo el concepto despacio público es objeto de una nueva definición. Y dentro de estos edificios de marca, reales o virtuales, las opciones de alternativas sin marca, de debato abierto, de crítica y de arte no censurado – en otras palabras, de opciones verdaderas- sufren nuevas y ominosas restricciones.”

Caminando por las avenidas de Barcelona, Madrid y París pensaba en más de una ocasión en el volumen de la Klein, adquirido en la Feria del Libro de La Habana y que ahora se promocionaba a un precio de lujo en las librerías de la capital española. La ensayista canadiense destaca en este libro que, muchas de las cadenas que han proliferado durante las décadas de 1980 y 1990 tienen una cualidad especial que las hace diferentes de las hamburgueserías, las calles comerciales y talleres mecánicos de las décadas de 1960 y 1970. “No nos ciegan con espacios chillones ni con arcos dorados, sino que más bien emiten un sano resplandor New Age”.

Con ese resplandor nos bombardean y nos engañan. Así metabolizamos que The Gap no es solo una marca sino sinónimo de vestido, al igual que Coca Cola es sinónimo de refrescos.

Y Starbucks en la Gran Vía de Madrid no es solo el exquisito aroma de café que busca la calle cuando se abren las puertas de su salón refrigerado y metálico. Starbucks, al igual que las grandes marcas, no se conforma con ofrecernos un producto (una taza de café,). Pretende vendernos un estilo de vida; o tal vez más: quiere sustituir a la vida misma.

Fidel Castro: lector voraz.

El escritor Gabriel García Márquez en el libro El olor de la guayaba narra lo siguiente:

“Fidel Castro es un lector voraz, amante y conocedor muy serio de la buena literatura de todos los tiempos, y aun en las circunstancias más difíciles, tiene un libro interesante a mano para llenar cualquier vacío. Yo le he dejado un libro al despedirnos a las cuatro de la madrugada, después de una noche entera de conversación, y a las doce del día he vuelto a encontrarlo con el libro ya leído. Además, es un lector tan atento y minucioso, que encuentra contradicciones y datos falsos donde uno menos se lo imagina. Después de leer Relato de un náufrago, fue a mi hotel solo para decirme que había un error en el cálculo de la velocidad del barco, de modo que la hora de llegada no pudo ser la que yo dije. Tenía razón. De modo que, antes de publicar Crónica de una muerte anunciada, le llevé los originales, y él me señaló un error en las especificaciones del fusil de cacería. Uno siente que le gusta el mundo de la literatura, que se siente muy cómodo dentro de él, y se complace en cuidar la forma literaria de sus discursos escritos, que son cada vez más frecuentes. En cierta ocasión, no sin cierto aire de melancolía, me dijo: En mi próxima reencarnación yo quiero ser escritor. "

Plinio Apuleyo Mendoza: El olor de la guayaba, Editorial Oveja Negra, Bogotá, mayo de 1982, pp. 127-128.

lunes, 11 de agosto de 2008


AMOR POR EL CAMPOAMOR.
Por: Lázaro Sarmiento

No sé si ya es demasiado tarde para sentir amor por este cascarón que en una época se llamó Capitolio y que después fue el cine Campoamor.

En la esquina de las calles Industria y San José, a un costado del mesopotámico edificio del Capitolio Nacional, los empresarios Santos y Artigas inauguraron el 20 de octubre de 1921 el cine Capitolio, construido a un costo de 300 mil pesos.

En esta sala se exhibió hace 80 años (1928) El cantante de jazz (The jazz singer), de la Warner, protagonizada por Al Jonson, la primera película de la historia con sonido directo grabado en la cinta.

Luego- como otras instalaciones - comenzó a presentar junto a las películas un espectáculo de variedades musicales.

El Campoamor fue uno de los primeros cines de la capital cubana que el último día de 1944 ofreció una función extraordinaria a las 12 de la noche para esperar el año nuevo. Por cierto, unos meses después, “algunas entidades y personas solicitan al alcalde de La Habana se supriman las funciones a las doce de la noche en los cines, alegando que en tales funciones se producen actos atentatorios a la moral, por el tipo de público asistente, La solicitud no fue aceptada”. (La tienda negra, Cinemateca de Cuba. 1997).

En la acera del frente está el cine Mégano (450 butacas). Este local ha tenido mejor suerte que el Campoamor y aún proyecta películas para un público que mantiene personalizados hábitos en salas que se van extinguiendo en casi todo el mundo.

domingo, 10 de agosto de 2008


Vida íntima de los reyes.
Por: Lázaro Sarmiento

“Se ha dicho que si la nariz de Cleopatra hubiese sido un centímetro más larga, habría cambiado la historia de la humanidad. El dicho es quizás exagerado, pero no cabe duda de que el tamaño de la nariz de Cleopatra influyó en la vida del César, y por ende, en la de Roma y en la del mundo, por lo menos tanto como la oratoria de Cicerón, la soberbia de Pompeyo o la pasión cívica de Marco Bruto”.

Hace un tiempo encontré en una librería de viejo de la calle Colón de La Habana un volumen que “regiamente” esperó hasta hoy por mi atención entre un montón de lecturas pendientes: En los Palacios Reales. Vida íntima de los Reyes. La autora firma como Duquesa de Fernennwald. Traducción de Plácida Cañizares de Varela. La obra fue publicada por la Biblioteca de Alta Sociedad, México, 1944.

En el prólogo, la escritora cuenta que fue confidente del Rey A. de B., iniciales que ocultan el verdadero nombre del monarca a quien sirvió. La historia de los personajes alcanza los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Dice la duquesa que su jefe quiso conocer, además de las corrientes políticas y de las intrigas diplomáticas que agitaban el mundo moderno, las intimidades de los palacios. A ella le correspondió el singular privilegio de prestarle ese servicio.

“Durante lustros viajé por las naciones todas, asistí a recepciones y fiestas, penetré en los gabinetes privados de los poderosos, conocí sus flaquezas y develé sus secretos”

Dejando a un lado la nariz de Cleopatra, el libro de la Fernennwald constituye una mezcla de chismes de alto vuelo, anécdotas históricas, información bien organizada y un lenguaje periodístico agradable que sorprende a ratos por sus juicios y análisis políticos.

Sobre la identidad de la duquesa no hay rastros en internet por la sencilla razón de que Fernennwald es un seudónimo. Encontré que la Librería Vetusta, de La Coruña, España, especializada en títulos viejos, antiguos y usados, mapas y postales, ofrece en su página web este añejo libro por 15 euros.

Sobre uno de los personajes de En los Palacios Reales. Vida íntima de los Reyes, leo que, mucho tiempo después de los sucesos narrados por la autora , Vladimiro de Rusia falleció de muerte repentina en Miami y su hija María y su nieto no han podido ser ni zarina ni zarevich porque un competidor familiar reclamó tales derechos para nada.

sábado, 9 de agosto de 2008


El Teatro Chino de La Habana.
Por: Lázaro Sarmiento

El Teatro Chino de La Habana “gozaba del privilegio de ser con el de Lima y el de Los Ángeles, uno de los mejores de América en su género.” Esto afirmaba Alejo Carpentier el 5 de noviembre de 1940 en una crónica publicada en la prensa cubana. En esa fecha ya el exótico escenario de la calle Zanja había perdido todo su esplendor y era, según definición del propio novelista, un teatro de mala muerte.

Decía Alejo que en aquel local existió una de las más admirables fábricas de ensueños que pueda imaginarse y que, “cuando nuestra ciudad amarilla era rica, su público se permitía el lujo de contratar a grandes artistas de allá…”

Y el autor de El siglo de las luces recordaba el arte prodigioso de Wong Sin Fong, “una trágica con cara de gato” que se presentó en el Teatro Chino de La Habana durante cinco meses en un ciclo de dramas históricos.

Wong Sin Fong tenía la ciencia de los gestos sintéticos, reducidos a su máximo sentido lírico o expresivo…Con una sola mano dibujaba una tempestad en el aire, esbozaba un movimiento de terror, ilustraba la ondulante inconsistencia del mar”.

Afirmaba Carpentier que el teatro chino “es ininteligible para quien desconoce su simbólica admirable…Pero cuando se sabe el sentido de ciertos objetos dotados de historia, todo se hace claro y poético”.

Viendo la ceremonia de inauguración de los Juegos en el Estadio Olímpico, o nido de aves, de Pekín, imagino la fascinación que sintieron los habaneros de la tercera década del siglo XX por el arte de Wong Sin Fong, la maravillosa trágica con cara de gato.
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