viernes, 13 de junio de 2008


La fidelidad a las emociones.
Por: Lázaro Sarmiento
Recuerdo el día en que sentí una felicidad irídica porque empecé a trabajar en el lugar que para mí entonces era el centro del universo: La Rampa de La Habana. Y aunque he sido infiel a muchas emociones, otras han quedado ancladas en la zona izquierda del cerebro donde están, dicen, las neuronas de la felicidad.

“…sin embargo, aprecio y respeto la humilde y tenaz fidelidad que determinadas personas –sobre todo mujeres- mantienen por sus gustos, sus discos, sus antiguas empresas, por las fiestas desaparecidas: admiro su voluntad de seguir siendo los mismos en medio del cambio, de salvar su memoria, de llevarse con la muerte la primera muñeca, un diente de leche, un primer amor.”

En la consulta del dentista, mientras esperaba mi turno con el terror, me hice acompañar de un libro que fue una de las lecturas deslumbrantes de mi juventud: Las Palabras (Les Mots) de Jean Paul Sartre, publicado en La Habana en 1970 en la Colección Testimonio del Instituto del Libro. Este texto era la primera parte de una autobiografía entonces inconclusa.

“He conocido a hombres que se acostaron ya tarde con una mujer envejecida por la simple razón de que la habían deseado en su juventud…A mi no me duran los rencores y lo confieso todo, complacientemente; estoy muy bien dotado para la autocrítica a condición de que no pretendan imponérmela.”

Disfruto de ese Sartre que, siendo en apariencia tan autobiográfico y personal, no deja de ser un malicioso manipulador. Pero no siempre podré afirmar como este discutido intelectual: “…soy constante en mis afectos y en mi conducta pero infiel a mis emociones…”.

Calle 23. Foto: Alfredo Zamora. 13 de junio de 2008.

Sombra siniestra en vidriera de la tienda El Encanto de Miami.
Por: Lázaro Sarmiento
Donde antes estaba El Encanto, la tienda más elegante de La Habana, se construyó hace años un parque sencillo donde las personas se sienten a descansar y ejercer una de las costumbres cubanas: ver la gente pasar. El Encanto contó entre sus clientes a Miroslova, John Wayne y María Félix y adquirió la exclusividad de los modelos de Christian Dior.

Este parque surgió en el corazón comercial de la capital no porque los urbanistas pensaran que los árboles son más atractivos que los maniquís y las vidrieras del considerado en su momento el templo habanero de la elegancia.

El parque existe porque la noche del 13 de abril de 1961 la tienda de seis pisos y 65 departamentos, que ya había sido nacionalizada por la Revolución, se vino abajo por la explosión de varias bombas. Fue un estallido aterrador que conmocionó a La Habana.

Entre las llamas murió Fe del Valle una de las humildes empleadas de la gigantesca tienda. Quizás ella nunca hubiera podido ahorrar el dinero suficiente para adquirir los lujosos vestidos que en los años cincuenta presentaba el exclusivo Salón Francés de El Encanto.

En medio de las lenguas de fuego que tiñeron de rojo de las calles Galiano, San Miguel, Amistad y San Rafael, Fe del Valle trató de salvar la mercancía y el dinero recaudado para construir un círculo infantil, tarea que le había confiado la entonces recién creada Federación de Mujeres Cubanas.

El parque inaugurado después de barrido el amasijo de hierros y escombros en los antiguos terrenos de El Encanto fue bautizado con el nombre de Fe del Valle.

Hace unos días en el Youth Fair de Miami se celebró la feria llamada Cuba Nostalgia. El evento incluyó desde la música de Fajardo y antiguos mapas del Vedado y de Miramar hasta souvenirs de Montmartre y una vitrina de El Encanto. Fue un Parque Jurásico en versión Pre-1959.
Desconozco si alguno de los miembros de la Asociación de Antiguos Empleados de El Encanto, fundada en Estados Unidos en 1990, recordó a Fe del Valle en el ambiente de esa Habana cada vez más imposible y lejana de los organizadores de Cuba Nostalgia. La prensa omitió el nombre de la víctima del brutal acto terrorista

El Nuevo Herald divulgó abundantes datos glamorosos de la tienda fundada en mil 888. Sobre el atentado solo incluyó la breve referencia de una antigua secretaria del emporio comercial que llegó a ser modelo: “Arias, que vivía a escasas cuadras de su lugar de trabajo, fue una de las testigos del fin de El Encanto en el incendio provocado por la explosión de varias bombas el 13 de abril de 1961.

“Fui a levantar a mi hijo de la cuna y vi caer el edificio como si fuera polvo. Fue una impresión tan grande que nunca pude volver a pasar por allí.”

Ninguna alusión a los terroristas - en la Florida son solo grupos “anticastristas”- que ejecutaron el atroz sabotaje.

Me indigna pensar que frente a la vitrina de El Encanto de feria montado en Miami para el evento Cuba Nostalgia, pudo pasearse uno de los siniestros personajes que idearon pulverizar la tienda más grande de La Habana y cegaron la vida de una mujer inocente.

lunes, 9 de junio de 2008


La amante mulata de Hemingway en La Habana.
Por: Lázaro Sarmiento

Por esa puerta del Bar Floridita de La Habana debió entrar muchas veces Ernest Hemingway acompañado de Leopoldina Rodríguez, una interesante y bella mulata cubana que fue uno de los grandes amores de su vida.

Por supuesto que el dato de esta relación no es inédito pero lo incluye, entre varias historias, Helio Orovio en el delicioso artículo titulado La ciudad musical de Hemingway, publicado en la cada vez mejor, para mí, revista Extramuros, del Centro Provincial de la Literatura y el Libro en Ciudad de La Habana.

Dice Orovio que Leopoldina, además del gran amor de Ernest, fue su amiga y confidente a quien protegió económicamente y acompañó solitario en su entierro a fines de los años cincuenta.

Leopoldina fue la única mujer por la que el novelista sintió verdadero amor. Según Orovio, esa mulata cubanísima fue su pasión y su compañera de parrandas y de peñas musicales.

“Con ella iba al stadium de La Habana a los juegos de béisbol de Almendares, Marianao, Cienfuegos y Habana, a los matches de boxeo, al jai-lai y desde luego compartía sus estancias en el Floridita”.

Varias décadas después de su muerte, (Ketchum, Idaho, 2 de julio, 1961), Ernest Hemingway continúa acompañando a los turistas que llegan a La Habana. Casi todos quieren llevarse en sus diminutas cámaras una imagen con el Ernest de metal que los observa desde un rincón de la barra de uno de los siete bares más famosos del mundo.

Imagen: Floridita. Monserrate y Obispo, Habana Vieja, Foto: Lázaro Sarmiento. Domingo 8, 2008

sábado, 7 de junio de 2008



LO QUE ME GUSTA DE LOS CEMENTERIOS.
Por: Lázaro Sarmiento

Del Cementerio Chino de La Habana me atrae la simbología de su vegetación.

Del Cementerio Judío de Guanabacoa me gusta el ritual de las pequeñas piedras colocadas sobre las tumbas.

La Necrópolis de Colón me invita a reflexionar sobre la vanidad faraónica de muchas familias de la antigua burguesía cubana. Algunos de sus miembros deben reposar hoy en modestos camposantos lejos del esplendor funerario soñado desde sus palacetes del Vedado y del oeste de La Habana.

En los cementerios chinos,” las personas antes de fallecer solicitan la siembra de plantas sobre el montículo de tierra que cubrirá sus restos. Eligen la especie de planta de su preferencia y la disposición de éstas en la tumba, y de acuerdo con su voluntad pueden ser cortadas al cumplirse el primer año del fallecimiento.”

En un lugar parecido me gustaría estar cerca del oreganillo, una planta que desde mi ventana ha resistido durante años el smog, el salitre y las altas temperaturas.

jueves, 5 de junio de 2008


En La Habana Festival de Chinos de Ultramar.
Por: Lázaro Sarmiento

La noticia me estimuló a irme con mi cámara a uno de los sitios preferidos de la capital . Desde hace algunos años “comer en el barrio chino” constituye un acontecimiento social muy valorado por los habaneros.

Del barrio chino me gustan los letreros de caracteres enigmáticos grabados en los edificios de las viejas sociedades fraternales. Detrás de sus muros, o en la platea del cine Águila de Oro, imagino un mundo teatral de princesas chinas del Tópico con caras blanquísimas como harina. Sus rostros nada tienen que ver con las exuberantes muchachas que en la actualidad sirven el arroz frito en el pulcro local del Chan Li Po mientras de fondo suena Daddy Yankee o Gente de Zona.

Cheng-Wah, Loung Kong Ta Tong, Min Chin Tang...

Me gusta ese pequeño callejón en una esquina de Zanja, con algo de set de la Paramount atiborrado de restaurantes que sirven platos de las comidas china y cubana y también pizzas, espaguetis y abundantes dulces criollos. Pero sobre todo me encantan las historias y el pasado glorioso de nuestra ciudad amarilla.

Ya en el año 1940 Alejo Carpentier sentía nostalgia por la más admirable fábrica de ensueños que pueda imaginarse: el Teatro Chino de La Habana, “que gozaba del privilegio de ser con el de Lima y el de Los Ángeles, uno de los mejores de América en su género.”

Alejo anotaba : “El teatro chino es ininteligible para quien desconoce su simbólica admirable…Pero cuando se sabe del sentido de ciertos objetos dotados de historia, todo se hace claro y poético…”

Algo parecido le dijo un día en su mansión Dulce María Loynaz a Miguel Barnet: -cuando vaya a Pekín y tenga contacto directo con ese país comprenderá usted mejor muchas claves de la gran cultura china.- El autor de Biografía de un cimarrón debió regresar a La Habana fascinado por su recorrido por la Ciudad Prohibida, la Muralla y mil sitios más porque no tardó en publicar sus Poemas Chinos....
Las uñas de la emperatriz eran terriblemente largas/La emperatriz poesía un jardín de piedras preciosas y grullas amaestradas…”
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