Por: Lázaro Sarmiento
La supervivencia de los más guapos, de Nancy Etcoff es un volumen que observo con bastante frecuencia, casi a diario. Está colocado en un librero situado a un lado de la puerta de entrada y salida de mi apartamento. Es imposible dejar de verlo. Lo mismo ocurre con una persona bella, nunca pasa inadvertida. En este caso me refiero a la representación física de la belleza generalmente aceptada por todos.
Esta tarde al bajar a La Rampa fui sacudido por una onda expansiva de belleza colectiva. Casi sentí vergüenza de no militar en el mismo equipo de Ben Affleck. Mientras observaba tanta gente guapa bajando hasta el Malecón o subiendo hacia Coppelia recordé varias apreciaciones de Nancy Etcoff, quien es profesora de la Facultad de Medicina de Harvard. Su lenguaje es tan claro y sencillo que uno llega a desconfiar. Sin embargo presenta una evidencia científica amplia y convincente.
En el ya citado libro que tengo de abrepuertas, la Etcoff apunta que cuando vamos por la calle “llevamos con nosotros un pequeño territorio, una parcela que nos protege y rodea tanto si estamos de pie como sentados y a la que los demás no pueden acceder sin permiso. Si alguien se acerca demasiado, la gente se siente incómoda.
“Las personas atractivas de cualquier estatura reciben un territorio personal más grande: sus privilegios van unidos a su persona.
“Los guapos tienen más posibilidades de salir triunfantes en las discusiones y de convencer a los demás. La gente les cuenta secretos y cosas sumamente personales. En realidad, lo que ocurre es que todos quieren complacer a los guapos, hacer gestos conciliatorios, dejarse convencer, contarles cotilleos y, literalmente, dar marcha atrás cuando los ven por la calle”.
Y esto último fue lo que hice: mirar atrás y seguir el impredecible rastro de la belleza. Pero luego de algunas observaciones pensé que era hora de responder la pregunta que en una ocasión lanzó Susan Sontag: La belleza: ¿Handicap o poder?
Nota: 56,60 centímetros es la distancia que admitimos se nos acerque un desconocido. De ahí en adelante hay una barrera que provoca incomodidad. Para las personas bellas ese territorio es mayor.
Esta tarde al bajar a La Rampa fui sacudido por una onda expansiva de belleza colectiva. Casi sentí vergüenza de no militar en el mismo equipo de Ben Affleck. Mientras observaba tanta gente guapa bajando hasta el Malecón o subiendo hacia Coppelia recordé varias apreciaciones de Nancy Etcoff, quien es profesora de la Facultad de Medicina de Harvard. Su lenguaje es tan claro y sencillo que uno llega a desconfiar. Sin embargo presenta una evidencia científica amplia y convincente.
En el ya citado libro que tengo de abrepuertas, la Etcoff apunta que cuando vamos por la calle “llevamos con nosotros un pequeño territorio, una parcela que nos protege y rodea tanto si estamos de pie como sentados y a la que los demás no pueden acceder sin permiso. Si alguien se acerca demasiado, la gente se siente incómoda.
“Las personas atractivas de cualquier estatura reciben un territorio personal más grande: sus privilegios van unidos a su persona.
“Los guapos tienen más posibilidades de salir triunfantes en las discusiones y de convencer a los demás. La gente les cuenta secretos y cosas sumamente personales. En realidad, lo que ocurre es que todos quieren complacer a los guapos, hacer gestos conciliatorios, dejarse convencer, contarles cotilleos y, literalmente, dar marcha atrás cuando los ven por la calle”.
Y esto último fue lo que hice: mirar atrás y seguir el impredecible rastro de la belleza. Pero luego de algunas observaciones pensé que era hora de responder la pregunta que en una ocasión lanzó Susan Sontag: La belleza: ¿Handicap o poder?
Nota: 56,60 centímetros es la distancia que admitimos se nos acerque un desconocido. De ahí en adelante hay una barrera que provoca incomodidad. Para las personas bellas ese territorio es mayor.