martes, 18 de agosto de 2015

ACEPTAR LAS PERDIDAS.



"La vejez no es una lucha. La vejez es una masacre", afirmó Philip  Roth  cuando cumplió 75 años en 2008  Y añadió: "Sólo hay una receta contra el envejecimiento: aceptar las pérdidas y sacar el mayor provecho de lo que nos queda". La frase me ronda cada vez que me acerco a mi cumpleaños. Hace unas semanas, Pedro A. Assef dejó en mi muro en Facebook otra definición: la vejez es una humillación. 

viernes, 14 de agosto de 2015

SIMBOLO


El  cigarro es uno de los símbolos del deseo. En  la historia del cine el tabaco asumió una función alegórica.  Las  estrellas   del  celuloide contribuyeron a extender  por el mundo  el hábito de fumar.  En el libro  La diva nicotina, historia del tabaco, su autor Iain Gately  recuerda que los cigarros pasaron a ser un símbolo de poder, o un sustituto del pene, como afirmaba Carl Jung,  discípulo de Freud: “Los hombres de negocios, los del  mundo del espectáculo y los gánsteres  aparecían en las películas  fumando un cigarro. Edward G. Robinson, rey de los matones de la pantalla,  sabía mordisquear el extremo de su cigarro con un gesto tan amenazador que a las  mujeres del público caían desmayadas”.

miércoles, 12 de agosto de 2015

TE ESPERO EN EL NIÁGARA




En Santos Suárez descubrí maneras de la felicidad que me atraparon para siempre. Yo era de Luyanó con su esquina de Toyo, con la gente caminando por el medio de la calle, con la Vía Blanca de los camioneros y con los cafés  de la Calzada de Concha y con mi pulcras escuelas de primaria y secundaria. También en Luyanó estaban los amigos de todos los días que jugaban a hacerse los héroes del beisbol y me llevaban al cine Ritz para que  aprendiera a fumar a escondidas en el balcony mientras pasaban viejas películas.

Sin embargo, Santos  Suarez fue mi barrio adoptivo. Allí vivían mi abuela y mis tías. Santos Suárez con sus magníficos parques y los flamboyanes de la avenida Santa Catalina. La esquina de la cafetería Niágara era entonces el centro del mundo con sus sándwiches, el cine con sus estrenos de  los jueves, la pizzería, una  librería  bien surtida y la parada de las rutas 37 y 79. Además del Santa Catalina estaban los otros cines: Los Ángeles, Mara, Alameda, El Mónaco y el Santos Suárez, que fue el primero en desaparecer.


Yo bajaba por la calle Estrada Palma y siempre  me  detenía   frente a la casa  blanquísima de Amelia Peláez para imaginarme su vida de persona entre pinturas, plantas y cerámicas. Pero mi fachada preferida era la casita de  madera en la misma calle y que por puro milagro ha sobrevivido hasta hoy, de un estilo que no es el nuestro pero de un encanto que es universal. Y, sobre todo, en Santos Suárez descubrí el paseo inteligente y el gozo expectante mientras caminaba acompañado hacia la Ward. Era  una época en la que  creíamos que la   juventud es  algo  que dura  toda la vida. Y eso  se parece mucho a la felicidad.  





domingo, 9 de agosto de 2015

MAZI, LA VIDA.




El verdadero amor nunca es discreto. La frase  me suena como una etiqueta frente a este graffiti en  una calle de La Habana  Vieja. Los tonos de la voz, las expresiones del rostro, las canciones que escucha, la ropa que elige y hasta la forma de poner la cafetera en el fuego revelan los  sentimientos amorosos de una persona. Y la mayoría quiere que esas ansias las conozca el mundo. Por eso siento una gran admiración  por los amantes invisibles, los que tienen que ocultarse a los ojos de los  demás, los que se conforman con una especie de  vanidad interior, los que se regocijan  unas horas  en un cuarto de hotel y luego cada uno parte hacia rumbos opuestos hasta perderse en la multitud. 

ILUMINACIÓN INTIMA


Él, un héroe del béisbol que se jugaba en las cuatro esquinas del barrio. Yo, fama de inteligente y de contar historias que entretenían  al grupo. Un aire  rompecorazones había quedado entre los amigos de la secundaria por lo que parecía nuestra rivalidad por los labios de la muchacha de moda aquel verano. En el  Florida proyectaban Iluminación íntima, una película checa. Nocturno difundía Voy a pintar las paredes con tu nombre. Ahora, cuando aquellos amores estudiantiles no son más que cancioncitas en los programas arqueológicos de la radio, dices en un email  que yo era hermético pero que en esa época disfrutabas cruzarte conmigo en la calle  y que nunca has olvidado esos diálogos. Y citas pedazos de conversaciones. Dices más, que tenías también tu propio mundo interior. Demasiado tarde para reencontrarnos en una esquina del barrio.



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