sábado, 11 de julio de 2015

FOTOGRAMAS



Hay sucesos breves que brindan  placeres  muy privados  que nunca olvidamos. Una vez  entré a  la cabina  de proyección de un cine de barrio mientras transcurría la función. Me habían dicho que a mitad de película, el joven  proyeccionista  salía siempre  de su  angosto local y  pedía en voz alta fuego  para prender  un cigarro. Al día siguiente me senté en la última fila del balcony,  con una fosforera en el bolsillo.  Y gracias a la chispa que  alimenta el vicio,  disfruté  del filme con mis  ojos alineados  con  el haz de  luz que daba vida a una historia en  la pantalla. No solo  los actores se revelaron   de una manera diferente.  Parapetado junto a la máquina rebobinadora, observé las  obscenidades gozosas del público en las butacas. Era una atmósfera de sombras chinescas con personas reales y gemidos en sordina.  



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