sábado, 5 de febrero de 2011

BAILES EN LA CARRETERA.

Por: Lázaro Sarmiento

Estuve años buscando esta foto en los recuerdos de la familia. En mi infancia, escuché mucho hablar de los bailes en Mocha, una diminuta localidad en la carretera entre Madruga y Matanzas. La muchacha que aparece en el centro de la imagen es mi tía Rosita. La escoltan su novio y su cuñado. Cuatro años después de esta foto, Rosita se mató jugando a la ruleta rusa. Como apretó el revólver convencida de que la bala del arma no estaba ligada a su destino, murió con una expresión plácida en el rostro. Fue un mediodía en la terraza de mi abuela en Santos Suárez.

En una ocasión, mi abuela quería que Rosita y Gina, mi otra tía, regresaran temprano a la casa y como garantía de que ellas no se excederían en su salida nocturna, exigió que me llevaran al paseo. Yo tenía entonces ocho años y me gustaba acompañarlas pues comenzaba a interesarme la vida de los adultos. Esa noche mis tías y sus novios fueron a un night club en las afueras de La Habana. Me dejaron sentado en el asiento trasero del automóvil, pensando que terminaría dormido. Pero su sobrino quería tener los ojos bien abiertos para observar lo que ocurría fuera de los cristales del auto.

Una música con trompetas y percusión se oía muy cercana. En el parqueo, el metal de los carros revotaba las luces de un anuncio de neón azul y naranja, con la imagen parpadeante de una bailarina. Las parejas entraban y salían del club besándose o susurrándose cosas al oído. Ellos con los brazos enlazados a las cinturas de las mujeres. Sonreían de una manera que yo desconocía. Montaban en los autos y ellas se enroscaban como serpientes en los cuellos de los hombres. En los asientos, algunas manos con las uñas pintadas se apoyaban en los muslos de los hombres, cuyos pantalones parecían hincharse hasta que ellos encendían los motores. Pisaban los pedales. Y en unos segundos las máquinas se perdían en la carretera. Seguro que iban hacia otros sitios encantados bajo el cielo estrellado.

Las excursiones con Rosita y Gina aumentaron en los dos años siguientes. Y la vida de los adultos me pareció entretenida, amorosa y festiva hasta el mediodía en que escuché un disparo en la terraza de mi abuela. Había llegado la hora de comenzar a descubrir las sombras que oscurecen las luces de los bailes.




Boda de mi tía Rosita en la casa de Santos Suárez. Yo en el centro junto a mi prima Cachita. Detrás mi abuela Margot y a su izquierda Gladys, mi mamá.


viernes, 4 de febrero de 2011

QUERIDA TOUTOUCHE.


Por: Lázaro Sarmiento

Aunque los editores advierten que el libro revela a un Carpentier diferente al conocido por su obra, es mucho más de lo que esperaba. Fascinante este recorrido por la intimidad y la vida cotidiana de un joven periodista y escritor. No he podido soltar de las manos Cartas a Toutouche, publicado por la Editorial Letras Cubanas. Sus páginas recogen la correspondencia de Alejo Carpentier a su madre, Lina Valmont, durante su estancia en París desde 1928 hasta 1937.

Aquí un fragmento de una de las cartas:
“Pero tú ignoras que es la tercera mujer que tengo desde que estoy en París. La primera fue una argentina. La segunda, una escritora francesa. Mujeres superiorísimas, pero duras como la piedra. Y yo, en materia sentimental, soy un verdadero bárbaro: quiero dominar absoluta y totalmente. Mato sus iniciativas, porque no tolero la menor majadería, la menor diferencia de opiniones, la menor palabra desagradable. Y yo había hecho de Maggie una mujer que era mi reflejo absoluto. Mis amigos la adoraban: Varese, Desnos, Gaillard…De todos modos no estamos peleados ni distanciados. Hemos decidido volver a nuestra vida por separado, eso es todo.
Nos veremos como los enamorados cursis “de cinco a siete” y eso es todo.”


Otra muestra:
“Cuando hablo de triunfos de Roldán o Caturla en París, no me guía un espíritu de partidarismo o de simpatía personal. Es el nombre de Cuba y de la música cubana el que está en juego. Si mañana un Lecuona, a quien no estimo personalmente, obtiene un éxito parecido, al de Moisés Simons, o escribe una obra comparable a las de Caturla, creo mi deber escribir un artículo sobre él, a pesar de que prefiera no frecuentar al personaje”.
“Al cabo de tantas idas y vueltas, las Cartas a Toutouche ofrecen, desde la más cotidiana inmediatez y teniendo en cuenta las características de la destinataria, un testimonio parcial del proceso de formación del joven Carpentier durante su muy decisiva primera estancia en París, etapa fecunda de aprendizaje de la cultura y de la vida. Revelan aspectos íntimos del desarrollo de su personalidad, clave de lo que constituyen sus ‘recuerdos del porvenir’ ”.
(Graziella Pogolotti en el Prólogo de Cartas a Toutouche.

miércoles, 19 de enero de 2011

BRISAS DE BAR.


Por: Lázaro Sarmiento

Cada día van quedando menos bares pequeños, de los tradicionales, casi siempre ubicados en la esquina de una calle. Al igual que los cines de barrio, son locales en extinción en muchas ciudades del mundo. Me alegra que subsista este tipo de establecimiento, de barra mínima, que los empleados suelen decorar según sus gustos y recursos. Algunos muestran un festivo estilo kitsch. Recuerdo de niño el bar Jacksonville, en las calles Libertad y D’strampes, en Santos Suárez, el cual se convirtió luego en una tintorería. Allí, los adultos de mi familia me mandaban a comprarles cajetillas de cigarros fuertes. El Jacksonville era un bar apacible, en los bajos de un lindo edificio de apartamentos, rodeado de casas con terrazas y jardines. Y en la radio del mostrador se podía escuchar a Pacho Alonso en Un caramelo para Margot (de Osvaldo Farrés), o un bolero de Rolando Vergara.

El bar de la fotografía está en la calle Hospital, a unos metros de la Avenida Carlos III, en Centro Habana. Se denomina Brisas de Hospital. Este mediodía tenían sonando al máximo al grupo Los Salvajes (antes Eddy K) con Vístete.

Me entusiasma ver la palabra BAR en una luz de neón.




domingo, 16 de enero de 2011

EL TRAVESTÍ


“El travestí no imita a la mujer. Para él, à la limite, no hay mujer, sabe –quizás, paradójicamente sea el único en saberlo-, que ella es una apariencia, que su reino y la fuerza de su fetiche encubren un defecto.

La erección cosmética del travestí, la agresión esplendente de sus párpados temblorosos y metalizados como alas de insectos voraces, su voz desplazada, como si perteneciera a otro personaje, siempre en off, la boca dibujada sobre su boca, su propio sexo, más presente cuanto más castrado, sólo sirven a la reproducción obstinada de ese ícono, aunque falaz omnipresente: la madre que la tiene parada y que el travestí dobla, aunque sólo sea para simbolizar que la erección es una apariencia.

El travestí no copia; simula, pues no hay norma que invite y magnetice la transformación, que decida la metáfora: es más bien la inexistencia del ser mimado lo que constituye el espacio, la región o el soporte desea simulación, de esa impostura concertada: aparecer que regula una pulsación goyesca: entre la risa y la muerte”.

Severo Sarduy (tomado de La simulación).
Un amigo me ha prestado este libro de Severo Sarduy (Monte Avila, Caracas, 1982). Lectura enriquecedora,deslumbrante, de múltiples destinos…Tuve un ejemplar de La simulación hace algún tiempo pero no sé a dónde fue a parar. Severo Sarduy nació en Camagüey, Cuba, en 1937. Murió en París, en 1993.

TRAVESTÍS DE LA HABANA. Las imágenes pertenecen a una fiesta organizada por travestís en un modesto local social, en el barrio de Cayo Hueso, en La Habana, el 16 de mayo de 2009, víspera del Día Mundial de Lucha contra la Homofobia. Fotos: Osmel .

jueves, 13 de enero de 2011

LA FAMILIARIDAD DE JOHN GARFIELD.

Por: Lázaro Sarmiento

Percibo cercano el rostro de John Garfield y su gestualidad mínima. Como si hubiera existido cierta familiaridad con este actor rebelde , cuya mirada proyecta un mundo interior nebuloso,pero de una temperatura siempre en el punto de ebullición. La naturalidad con la que se mueve en la pantalla expresa una conducta viril basada en códigos tajantes sobre el bien, el mal, lo justo, la lealtad y la traición. La familiaridad con ese rostro y su masculinidad viene de antes, de filmes y escenarios que parecían olvidados, de antiguas imágenes conservadas en gavetas. Proviene de algunas historias disfrutadas durante la adolescencia en Cine del Hogar, de los pretendientes de las mujeres de mi familia, hombres que tenían un parecido con él y que en las fotografías en blanco y negro -en el estilo del viejo glamour fílmico- se ven abrazando a mis tías en los bailes de las sociedades municipales. John Garfield es el héroe o el villano, el tipo bueno o malo, duro o cortés, del que uno tiene la impresión de poderlo encontrar en medio de la multitud. Su valía como actor condicionan cualquiera de esas categorías.














Hace unas noches pasaron en televisión, en Historia del cine, The fallen sparrow, de 1943, dirigida por Richard Wallace y con John Garfield y Maureen O’Hara. Una producción de la RKO.

John Garfield nació en Nueva York en 1913 y murió en esta misma ciudad en 1952. Fue incluido en las listas negras de Hollywood que alentaba el senador Joseph McCarthy.

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